Economistas, politólogos y ahora… … filósofos

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La crisis y sus consecuencias han hecho que busquemos explicaciones en distintas áreas de conocimiento. Ahora parece que ha llegado el momento de frenar un momento y pararse a pensar.

 

Mundo | Tomado del portal Letras Libres, por Paula Corroto | Cultura

De lo crematístico a lo trascendental. De lo material, lo que se puede tocar, al campo de las ideas, el espíritu y lo etéreo. Ese parece ser el viaje que hemos realizado en los últimos diez años en la búsqueda de respuestas. Desde que empezara la crisis económica en 2008 a una actualidad donde prima el debate bronco, el espadeo con el lenguaje “sin complejos”, hemos explorado aquellos campos que una vez pensamos que podrían alumbrarnos sobre lo que estaba ocurriendo. Así, primero nos agarramos a los economistas; después, cuando la crisis tuvo consecuencias políticas –aparición de nuevos partidos, fragmentación de los parlamentos, la entrada fulgurante del populismo– las nuevas estrellas del rock fueron los politólogos. Y hoy, cuando quizá ya nadie se explica nada, hemos entrado de lleno en el universo de la filosofía.

Echemos la vista atrás. Hace una década todas nuestras miradas se dirigieron a los bolsillos. De pronto, en los periódicos nos topamos con términos en muchos casos desconocidos para los profanos en la materia económica. Desde la prima de riesgo, la austeridad, el crecimiento y el decrecimiento, las acciones preferentes o la deflación y la deuda pública. Hasta acrónimos como el FROB (Fondo de Reestructuración Ordenada Bancaria), una entidad creada en 2009 para resolver el desaguisado de los bancos, se hizo habitual en los titulares.

Todo ello contribuyó a que aparecieran ante nuestros ojos economistas como Paul Krugman, Joseph Stiglitz, grupos como Economistas frente a la crisis, blogs como Nada es gratis, y numerosos libros que intentaban explicar qué estaba pasando. De repente, figuras como Keynes –un crítico del sistema capitalista de principios del siglo XX– y sus teorías económicas volvieron a formar parte de la conversación. Ahí estaban títulos como Keynes vs Hayek: El choque que definió la economía moderna, de Nicholas Wapshott. Otra figura que se hizo estelar fue el griego Yanis Varoufakis con El minotauro global (después sería el ministro de economía de Grecia en la intensa época del rescate). Leopoldo Abadía, profesor del IESE, llegó a publicar hasta siete libros sobre la crisis. El economista Santiago Niño Becerra se inició con El crash del 2010 y después publicó otros tres libros más, hasta 2013. Hasta las noticias de economía, que suelen estar al final de los periódicos, relevaron a las de Nacional e Internacional, las primeras de la clase.

Para 2013 y 2014, cuando ya había quedado más o menos claro quiénes habían sido los perdedores y ganadores de la crisis, en qué consistían las hipotecas subprimes y cómo se había gestado el estropicio, llegaron las consecuencias políticas. En España, tras el 15M, surgieron nuevos partidos como Podemos y Ciudadanos, que partía de su marca catalana Ciutadans. Podemos consiguió una extraordinaria entrada en escena con más de un millón de votos en las elecciones europeas de 2014, y todo el mundo se preguntaba quiénes eran ese grupo de profesores universitarios encabezados por un hombre con coleta que ya salía en la televisión. En Europa empezaban a tocar los tambores los partidos de ultraderecha.

Marine Le Pen se hacía fuerte en Francia. La cámara italiana se desmembraba una vez más. Los británicos de Ukip inflamaban sus discursos con un posible Brexit. Y en EEUU… el reinado de Obama estaba llegando a su fin y, mientras los demócratas no encontraban recambio, otra postura –Tea Party– refulgía por la derecha. Los economistas empezaban a pasar de moda y llegaba el turno de otros expertos: los politólogos.

Una vez más los periódicos se hicieron eco de esta cuestión y se comenzaron a publicar artículos de colectivos como Politikon, que analizaban con datos y estadísticas los diferentes movimientos políticos que se avecinaban. Así aprendimos a leer encuestas y saber de qué iba eso de la cocina, aprendimos a diferenciar entre estrategia y táctica casi como si todos lleváramos un politólogo en nuestro interior. No hubo periódico en su versión digital que no tuviera su blog sobre política, como los de Piedras de Papel o Agenda Pública.

Los libros no se hicieron esperar: desde los que alertaban del declive de la democracia hasta los que criticaban a la Unión Europea –el tufillo euroescéptico se convirtió en un hedor importante– y, sobre todo, los que ponían el acento en una palabra que, como le había ocurrido a la prima de riesgo, ocupó todas las conversaciones: el populismo. Si alguien no conocía al argentino Ernesto Laclau ya no tenía excusas para no hacerlo. Así, encontramos títulos como La democracia sentimental, de Manuel Arias Maldonado o Populismos, de Máriam Martínez-Bascuñan y Fernando Vallespín.

Poco después llegaron el Brexit y la victoria de Donald Trump en las presidenciales de EEUU. Y con ello, una nueva tanda de libros que intentaban esclarecer qué había pasado en ambos países. Como Extraños en su propia tierra, de la socióloga Arlie Hochshield, Fuego y furia, de Michael Wolff o Miedo, del periodista Bob Woodward. El mundo estaba boquiabierto (y, principalmente, muchos estadounidenses).

Pero esta mirada hacia la polis, hacia la gestión de lo colectivo –que había empezado con la mirada al dinero– está teniendo en los últimos tiempos un enfoque diferente. Cuando lo corpóreo, lo material tiene ya poca trayectoria dicen que queda el alma. El espíritu. Y es interesante observar cómo han llegado recientemente libros que abordan pensamientos filosóficos. Hace unos meses se publicó Gran Hotel Abismo, de Stuart Jeffries, sobre los pensadores de la Escuela de Fráncfort, como Marcuse, Adorno, Horkheimer o Benjamin. Filósofos que pensaron sobre la democracia y que son uno de los grandes pilares de las ideas que configuraron la Europa posterior a la Segunda Guerra Mundial –y la creación de la Unión Europea–. También se ha rescatado la biografía que Rüdiger Safranski hizo de su compatriota Nietzsche. Y acaba de publicarse Tiempo de magos, de Wolfram Eilenberger, que vuelve a poner de actualidad los pensamientos de Wittgenstein, Benjamin, Heidegger y Cassirer. El libro, Agudas, de Michelle Dean, recupera a su vez las voces de Hannah Arendt y Susan Sontag entre otras escritoras y pensadoras que alzaron su voz, como Renata Adler o Pauline Kael. Todo ello sin olvidar uno de los libros que más se cita últimamente, La sociedad del cansancio, del alemán Byung-Chul Han, que se ha convertido en toda una estrella en su país.

Hay quien dice que la sociedad del siglo XXI es muy poco espiritual. Que han triunfado la técnica y la tecnología, el debate absurdo e infantil en las redes –y en los parlamentos– además de la ofensa por cualquier cosa –esa cosa llamada rodillo de la sensibilidad– y la estupidez más sonora (lo del nivel de ruido no es cosa menor). Sin embargo, también parece haber llegado el tiempo de echar el freno y, después de esta década intensa, pararse a pensar.

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