Gloria al bravo pueblo

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Columnista | Alberto Conde Vera| Opinión |

Tras la caída del último de los dictadores militares de Venezuela, el general Marcos Pérez Jiménez, los ciudadanos de ese país abrazaron la democracia de manera definitiva. Precisamente en ejercicio de la misma y ante la corrupción imperante en los partidos tradicionales venezolanos, el pueblo optó por la candidatura del coronel Hugo Chaves Frías eligiéndolo como su presidente. Craso error que en el transcurso de la historia latinoamericana  ha sido frecuente en varios países de Sur América como Ecuador, Perú, Chile y nuestra amada Colombia, para citar solamente unos pocos países: depositar la confianza en militares o exmilitares. Candidatos estos que una vez elegidos se transforman en dictadores, cierran el parlamento y gobiernan con base en decretos y disposiciones presidenciales nacidas en las camarillas que los acompañan. No importa si esa elección se hace popularmente o el en seno de las minorías oligárquicas, el resultado siempre es el mismo: el caos total, puesto que el populismo es la base de la política social de todos esos reyezuelos.

Lección amarga, pero importante, que los pueblos latinoamericanos deberemos aprender en toda su profundidad. Hoy el pueblo venezolano se lanza a las calles para dejarle claro a uno de los dictadores más codiciosos e ignorantes de la historia de este continente, Nicolás maduro, que no están de acuerdo con nada de lo que su gobierno hace y que rechazan el cierre de la Asamblea nacional por inconstitucional y antidemocrático. Una vez más el heroico pueblo venezolano se pone de pié para decir no a la traición de quien fuera elegido con la esperanza de hacer de  Venezuela el país próspero, democrático, equitativo, progresista y libre que deseaban y esperaban. Porque ese es el gran sueño latinoamericano, el sueño de los países que en sus entrañas guardan las riquezas y los minerales que otras naciones, más ricas y poderosas, han aprovechado, mientras los pueblos de las Américas del sur y el centro padecen y siguen padeciendo miseria y hambre, como decía el gran cantor Alí Primera, nacido en las tierras del  vecino y hermano país.

Ese sueño no puede abandonarse porque un desquiciado y obtuso dictador, como Maduro  en su ignorancia haya desconocido las actuales condiciones internacionales y se haya apegado a las viejas consignas de una izquierda que hoy se avergonzaría de exaltarlas.   Se avergonzaría porque hoy comprendemos que el mundo se ha globalizado, se ha entrelazado de una manera que hace imposible la total independencia económica y de una forma que  no permite  las revoluciones nacionales. Si la China maoísta entendió la necesidad de buscar el apoyo del capital internacional para desarrollar sus propias fuerzas productivas, su propia tecnología, su propia ciencia y su propio recurso humano, a fin de salir de la pobreza, ¿cómo y por qué países pequeños como los nuestros no han de hacerlo? El problema no está en presencia del capital internacional en nuestra América; el problema está, por una parte, en la desunión nacional, en la desarticulación  latinoamericana y, por otra, en la forma como se establecen las relaciones que permiten a las transnacionales hacer presencia en nuestros países. Para hacer uso del lenguaje introducido por los expertos en desarrollo organizacional o empresarial estas relaciones se rigen siempre por el  “gano – pierdes” donde los ganadores son siempre los monopolios internacionales. Pero en ese mismo lenguaje se acuñó otra expresión “gano–ganas” que implica que no debe haber perdedores. Nuestra desgracia es que los negociadores latinoamericanos –y los colombianos y venezolanos no son la excepción-, la aplican siempre pensando exclusivamente en sus propios intereses y no en el de sus naciones. Eso es lo que ha llevado en los dos países a la descomunal y criminal corrupción que nos abruma.

Así que hay que apoyar con firmeza al bravo pueblo venezolano en su lucha contra la dictadura del ogro ciego que los esclaviza, pero también hay que pensar en que el nuevo camino no puede ser trazado solamente por los nuevos retoños de las viejas castas que facilitaron el ascenso al poder de Maduro y su corrupta corte. Los hechos enseñan que la transformación social es siempre un proceso que se desarrolla paso a paso y a su propio ritmo y jamás se conseguirá por decreto. Enseñan también estos acontecimientos que toda transformación social implica la generación de una nueva cultura y la transformación personal de los ciudadanos en el proceso. Cultura y transformación que se consiguen con la participación efectiva y responsable de todos los ciudadanos que quieran hacerlo.  De igual forma, debemos aprender que la participación de todos los estamentos de una sociedad es la única garantía de que las cosas se hagan bien y de que ni el beneficio ni la carga se vayan hacia un solo lado, sino que se repartan equitativamente. Para lograr un objetivo como éste, todos los estamentos deben estar democrática y horizontalmente organizados. En mi opinión esto es lo que corresponde al momento histórico, es decir la realización plena de una auténtica democracia, no un socialismo trasnochado y corrupto. La evolución de la sociedad humana puede ser imaginada de mil maneras, pero su proceso real solo puede surgir de la conciliación y el acuerdo entre las diversas fuerzas que en su seno actúan. Lección esta común para todas las naciones del mundo, pero especialmente para las que de alguna manera han sido sometidas por las potencias mundiales. El mundo de hoy es distinto al de Lenin, Mao, Fidel Castro y otros líderes populares. Las fuerzas fundamentales para salir de prolongado aletargamiento de Latinoamérica son  la inteligencia, la innovación, la organización, la integración, la humanización de todas las relaciones, la formulación de objetivos tácticos y estratégicos claros y realistas; no la fuerza bruta.

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