La eterna fiesta

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Chía| Por Luis Fernando García Núñez| Columna de opinión|

A finales de octubre, con la extravagante noche de brujas, empiezan las seductoras fiestas de fin de año que se extienden hasta los carnavales de Barranquilla, sin contar con los cientos de ferias y festivales, partidos de fútbol y otros encuentros que, sin compasión de ninguna clase, se suceden durante todo el año por este país feliz y desconcertado. Tras ellos miles de riñas, accidentes, muertos y heridos que, como salidos de “El juicio final” del Bosco, llaman la atención del mundo civilizado. Y no es para menos, por curioso y extraño que nos parezca.

Con el mismo frenesí, y la misma alegría, una dirigencia notable hace de las suyas. Remueve conciencias, cambia leyes, engaña y seduce a los millones de chispeantes compatriotas, se apropia de los dineros públicos, miente y promete lo que nunca va a cumplir, hace reformas tributarias y se postra ante los poderosos, traslada monumentos y los cercena. Todo a la vez, descaradamente, sin arrepentirse. Y con cinismo persiste en su conducta, año tras año. Nada pasa. Así, para muchos, los escándalos se convierten en una garantía de prestigio social, en una credencial que les abre el camino a posiciones privilegiadas, a dictar cátedra de decencia y de pulcritud. Incluso a repetir sus desprestigios en destacadas posiciones burocráticas.

En esta eterna fiesta en que hemos convertido al país entregamos buena parte de nuestra dignidad. Poco nos queda. Así, por ejemplo, la convivencia y la tolerancia han sido menoscabadas con tal aspereza que no nos importan las violaciones a los derechos esenciales de los ciudadanos, nada decimos, por ejemplo, frente a las espeluznantes estadísticas de feminicidios y maltrato a los infantes, y nada cuando se trata de los siempre vilipendiados ancianos, que cada mes deben enfrentarse a la ignominia de colas para pedir sus -con frecuencia-, míseras pensiones.

Qué podemos esperar, entonces, de las malintencionadas  conversaciones para definir el aumento del mezquino salario mínimo colombiano y las hipócritas posturas de los siempre pérfidos grupos económicos, cada vez más ricos y cada vez más cicateros. Y los expertos en economía o finanzas, esos geniecillos del mal, tan desacreditados como mentirosos o ignorantes -viven del ocultismo-, que hablan de la inflación, de los impuestos, de los precios, de la oferta y la demanda, del empleo y del desempleo, con la misma artificiosa vulgaridad con la que desconocen las humillaciones y la indignidad que soportan millones de obreros, mientras banqueros e industriales, enriquecidos con el trabajo de tantos, pasan estas fiestas y la mayoría del tiempo en Nueva York o París.

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