La lucha del magisterio es justa: Rescatemos su sentido más profundo

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Chía | Por Alberto Conde |Columna de opinión|

Todos sabemos de las enormes dificultades y de los procesos de descomposición social que tienen lugar en nuestra sociedad, la sociedad colombiana.

Presenciamos en la televisión con bastante frecuencia las peleas callejeras entre estudiantes (niñas y niños). No ignoramos que las cárceles colombianas están sobrecargadas y ya no pueden recibir más presos y sabemos que la mayoría de esa población carcelaria se compone de jóvenes.

Sabemos de las pandillas juveniles y de la pérdida absoluta de referentes para un porcentaje muy alto y creciente de muchachos que habitan en los barrios populares.

Todo esto y en especial el desborde de la población carcelaria, junto al crecimiento de la delincuencia juvenil es un indicativo de una profunda crisis ética y de la necesidad de iniciar profundas transformaciones en nuestra sociedad.

No obstante, el gobierno nacional se empeña en negar la gravedad del momento y en acusar de violadores de los derechos laborales y del derecho fundamental a la educación, a todos los que se han lanzado a la calle a protestar, cansados de la indignidad en la cual transcurre su existencia, molestos por la indiferencia ante sus sufrimientos y desilusionados debido al irrealismo y profunda deficiencia de las reformas que en relación con la educación, la salud, el sistema tributario y la política ha presentado el Presidente Santos y su equipo de gobierno.

Sopesemos el grado de desconocimiento de la problemática educativa de una ministra que ahora sentencia que son los maestros colombianos los violadores del derecho a la educación de los niños y no el gobierno, cuando estamos seguros de que ella no resistiría trabajar ni una hora en uno de los colegios del Chocó, o de los departamentos que conforman la región conocida como los Llanos Orientales, o de los pueblos más alejados de las capitales de los departamentos.

Y ni siquiera en cualquiera de los colegios ubicados en los barrios marginales de las capitales donde niños de temprana edad y adolescentes se enfrentan a situaciones diarias de conflictos familiares, lucha de pandillas, narcotráfico y a todo tipo de violencia derivada de las gravosas y aplastantes condiciones de vida que las familias deben soportar.

Empero, hablar de educción y especial de educación pública y de niños y adolescentes en el momento actual, va mucho más allá de la simple exigencia de convertir los colegios del gobierno en simples centros de capacitación laboral.

Decir esto no significa que este aspecto de la educación no sea importante; claro que lo es. Decir esto significa ni más ni menos que el ser humano no es, no será nunca y no podrá ser ni principal ni solamente un medio de producción.

Significa también que el trabajo es un medio relacional; es decir que el trabajo es uno de los múltiples medios a través de los cuales los humanos entramos en relación.

Una relación que debería ser constructiva en el sentido de que debería poner a prueba nuestra creatividad, nuestra imaginación, nuestra capacidad innovadora, nuestro sentido del servicio, del compartir y de la cooperación e, igualmente, en el sentido de que es el medio que nos debería permitir realizarnos como humanos, construirnos, como sujetos, contribuir a la creación del entorno y del medio social en el cual queremos vivir, dejar nuestra impronta, nuestra contribución particular en ese proceso colectivo de creación y construcción.

Es claro entonces que la educación es también mucho más que la simple instrucción o que la adquisición de unas “competencias” así sean estas sociales o para la “convivencia”. Debería ser, de la misma manera, la creación colectiva del propio medio educativo, de un sentido de vida trascendente; la búsqueda del propio yo y de nuestras verdades más significativa y profundas; la creación de la espiritualidad en el sentido de la búsqueda de las transformaciones que debemos sufrir para acceder nuestro ser, para encontrar un camino que nos permita andar de la mano con los otros y no blandiendo la espada del guerrero sombrío que solamente ve campos de batalla.

Así pues, el colegio o la escuela de hoy, para hablar en términos generales, deberá ser el espacio de la interacción humana entre padres de familia, maestros y estudiantes que permita las mutuas transformaciones de estos actores del proceso educativo.

Deberá ser la escuela el núcleo generativo de un proceso de transformación social e individual y el campo de investigación que produzca conocimiento, que vitalice la imaginación y la capacidad creativa no solamente en cuanto al acercamiento a la ciencia y la tecnología, sino también y con la misma relevancia en cuanto a las relaciones humanas, a la sensibilidad que nos permita colocar lo humano por encima de cualquier relación, idea o cosa.

Si tanto se habla del amor en nuestra sociedad, si tantas obras de arte, en especial en el cine, la televisión y la literatura se han ocupado tan bellamente de este tema, la escuela ha de ser el espacio para que florezca y se desarrolle este sentimiento que tantas, tan hermosas y tan diversas manifestaciones ha tenido en la historia de la humanidad.

Pues bien, si así ha de ser la escuela en Colombia, se necesitarán procesos, tiempos y espacios diferentes a los que hasta ahora hemos tenido.

No simples evaluaciones como las que propone el gobierno nacional, de modo que se requiere valorar al maestro, proporcionarle esos espacios y tiempos.

Mejorar todas sus condiciones laborales, incluido el salario, obviamente. La educación de hoy debe ser –esto lo sabemos quienes somos padres o madres-, un proceso de interacción constructivo, amoroso y empático que produzca cambios profundos en todos los participantes, porque las transformaciones que el mundo ha realizado son tan grandes que hoy nos encontramos ante realidades que se mueven y se modifican a velocidades infinitamente superiores a las que algunos adultos vivimos y porque estas realidades exigen cambios a los cuales no podemos responder aisladamente ni tampoco con simples asociaciones generacionales, sino más bien intergeneracionales, so pena de no entender lo que realmente pasa y de hundirnos en batallas entorpecedoras del desarrollo.

La lucha actual de los maestros no es solamente por el salario, aunque sea justa su lucha por mejorar la remuneración de su trabajo; su lucha es asimismo por una nueva escuela y por eso creo que todos debemos respaldarla y participar en la definición de esa nueva escuela acorde con estos tiempos.

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