Una propuesta sorprendente

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EPDC | OPINIÓN | POR ALBERTO CONDE VERA |Q

uizás si miramos históricamente el actual conflicto armado colombiano resulte menos sorprendente y más fácil de comprender, puesto que la guerra que se quiere acabar ha sido una guerra prolongada de más de 60 años, tiempo en el cual ha pasado por varias etapas.

Una primera que se inicia recién terminada la guerra liberal-conservadora –guerra esta no Finalizada con la llamada “Guerra de los mil días, sino con el pacto entre los dos partidos tradicionales, denominado “Frente Nacional”, luego del fin de la dictadura militar en cabeza del General Gustavo Rojas Pinilla- De esta guerra quedaron algunos reductos guerrilleros que, tras el asesinato de los líderes de la guerrilla liberal y de Jorge Eliécer Gaitán, se transformaron en guerrillas marxistas debido a la incidencia de intelectuales de la izquierda extremista nacional y a la influencia de las revoluciones rusa y china.

En esta etapa los guerrilleros contaron con la simpatía de un buen número de intelectuales y el apoyo moral de los campesinos, puesto que el acicate principal de los levantamientos campesinos fue y seguía siendo el problema de la inequitativa distribución de la tierra y el abuso de los terratenientes que explotaban inmisericordemente su trabajo. Ese fue también el motivo del masivo apoyo del pueblo colombiano a Gaitán, quien supo interpretar el sentir de una nación, entonces mayoritariamente rural.

Una segunda etapa se inicia con el “Frente Nacional” en 1958. Pacto que excluye rotundamente a la izquierda durante 16 años de toda posibilidad de acceso a la dirección del Estado por vías legales y que facilita por esta razón y debido también al carácter hegemónico del Partido Comunista Ruso, el florecimiento, -dado el triunfo de la Revolución Cubana en 1959- de otros grupos extremistas influidos por el castrismo y el maoísmo. Es un período de auge del movimiento insurgente en todo el mundo que se extiende hasta finales de la década de los setenta del siglo XIX.

Durante este período se realizan algunos cambios formales del sistema capitalista en nuestro país, se crea la Asociación de Usuarios Campesinos, por ejemplo, el INA que intenta regular los precios de los productos agrícolas y se realiza una tímida redistribución de la tierra en el campo, así como una reforma a la educación que intenta darle un énfasis tecnológico, con la creación de los INEM, pero ciertamente el fenómeno principal fue el incremento de la inversión extranjera y, un crecimiento industrial que, ayudado por la guerra, causó un desplazamiento de campesinos a las ciudades. Colombia se urbanizó y estos cambios no fueron percibidos por quienes se oponían radical y militarmente al orden social establecido.

La tercera etapa se inicia cuando la guerrilla a comienzos de los años ochenta y tras la urbanización del país ve menguado el apoyo popular y empieza a utilizar el secuestro, la extorción y el “boleteo” como formas de financiación y cuando ante la aparición y el posterior desarrollo del narcotráfico, los extremistas militaristas de izquierda empiezan a realizar distintos pactos con los narcotraficantes, a la par que continúan con los secuestros y demás delitos.

Entonces la extrema derecha colombiana decide combatirlos por su propia cuenta conforma para ello sus propios ejércitos particulares con algún grado de complicidad del Estado y de los gobernantes nacionales y locales de turno.

La guerra se recrudece los crímenes de Lesa Humanidad se intensifican y el dolor llega a más hogares colombianos que ven a sus mujeres, a sus niños, a sus ancianos y a sus adultos morir bestialmente asesinados, bajo la acción de ambos bandos.

Una cuarta etapa comienza cuando los gobernantes colombianos y sus asesores extranjeros consideran que el terror desatado y las tácticas empleadas (Incluido El Caguan con Pastrana y la arremetida militar con Uribe) para desacreditar la guerrilla han sido tan efectivas que es hora de desmontar los ejércitos particulares (llámese paramilitarismo), puesto que el objetivo de aislar a las guerrillas del pueblo ha sido conseguido.

Se trata entonces de intensificar la acción sobre los cabecillas de aquella, para debilitarla en grado máximo y llevarla a una mesa de negociación como efectivamente se está haciendo.

Es en este marco histórico, someramente descrito aquí, es que debe juzgarse la propuesta del presidente Santos de incluir como delitos conexos con la rebelión política, el narcotráfico y otros como el secuestro.

La conexidad en este caso es un hecho evidente y real para uno y otro bando. No pocas veces algunos militares recurrieron a la ayuda de los narcos y los “paras” para conseguir información y colaboraron con ellos. Así que evidentemente el problema que se plantea es cómo hacer viable un acuerdo de paz que favorezca por igual a las partes en conflicto y que reduzca las penas al mínimo posible como base de esa viabilidad, creo, bajo las premisas de verdad sabida, reparación a las víctimas y justicia, no solamente en términos jurídicos, sino también, y, a mi manera de ver, principalmente sociales.

Esto significaría que tras la firma del acuerdo de paz debe iniciarse realmente un proceso de transformación de la sociedad colombiana que ponga fin a la inequidades, que cierre, o al menos reduzca, la abismales brechas entre los sectores sociales y que transforme la cultura colombiana en una cultura de paz, de corresponsabilidad en la construcción de un nuevo país, de cooperación y solidaridad, de afectos positivos en lugar de odios, de auténtica democracia y no de anarquía o dictaduras disimuladas tras el poder del dinero, de seres humanos realmente libres, empoderados y sensibles al dolor ajeno, satisfechos, orgullosos de ser colombianos y dispuestos a darlo todo por el nuevo país que todos queremos.

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