Más humanismo y menos tecnicismo
«Campesinos, tras extenuantes días de trabajo, debieron salir a las carreteras a vender sus productos».
Hemos visto campesinos que, tras extenuantes días de trabajo, debieron salir a las carreteras a vender sus productos a precios que no cubren siquiera el esfuerzo de llevarlos hasta allí.
Nos han mostrado la pobreza y la angustiosa subsistencia de cientos de miles de familias colombianas que a duras penas consiguen para una o dos comidas al día.
Sentimos el esfuerzo agotador de cientos de niños quienes movidos por la esperanza y la fe en el conocimiento como medio para superar las limitaciones que sus condiciones de vida les imponen, atraviesan ríos, trepan a los árboles y suben empinadas montañas para conectarse a la Internet y, como si fuera poco, se someten a trabajar en lugares absolutamente inadecuados para desarrollar convenientemente procesos de aprendizaje.
En fin, las temibles condiciones de vida que llamamos la pandemia, revelaron la aplastante realidad que deben enfrentar millones de nuestros compatriotas para no sucumbir, para no ceder ante el deseo de abandonar el camino correcto, e inclinarse a buscar alternativas más fáciles, aunque más perjudiciales socialmente hablando, como el narcotráfico.
Por otra parte, vemos a un presidente preocupado por ganar aplausos, convencido de que el momento actual puede ser manejado como han manejado, no solo él, sino todos los que han pasado por ese cargo, las coyunturales situaciones que han enfrentado; es decir, repartiendo dádivas, ayudas inmediatas, siempre insuficientes, junto con un discurso acerca de las grandes realizaciones que veremos en un futuro no muy lejano y las posibles inversiones a pequeña escala para solventar situaciones apremiantes, la mayoría de las veces convertidas en pura ilusión.
¿Quiere esto decir que no deben otorgarse subsidios, ayudas económicas y mercados a los necesitados o que no puede hablarse de las obras proyectadas? Claro que no. Hay que hablar de esas proyecciones, a condición de hacerlas efectivas, porque no podemos decirle a alguien que se está muriendo de hambre: espere, usted debe comprender el fondo de lo que aquí sucede.
Evidentemente, eso sería equivocado, pues bien sabemos todos que el hambre no deja pensar correctamente. Más, sin lugar a dudas, se requiere pensar en procesos a largo plazo que resuelvan de raíz los problemas y que involucren efectivamente a quienes los padecen, en su solución. Y esa es la dificultad fundamental del momento: el iluminismo está muriendo, el caudillismo también. Ambos están en agonía.
Uno y otro sirven solamente cuando se trata de minorías y de élites. Y no todo es dinero, aunque este sea indispensable. Yo diría que el problema actual es fundamentalmente humano. ¿En qué sentido? En el de comprender que si bien la tecnología es hoy en día, en todos los campos del conocimiento, una herramienta fundamental, la cuestión es quien y para qué la maneja.
El sujeto que se apropia de ella es el problema: su calidad espiritual, su sensibilidad social, su capacidad empática, su sociabilidad, el sentido de su vida y de su existencia.
Entonces, lo que quiero expresar es que en, este momento histórico, el mundo, pide a gritos un radical cambio de rumbo, una nueva forma de relacionarnos, es decir, una nueva forma de poder, de ejercicios de poder; porque según Michel Foucault, el notable filósofo francés, el poder son relaciones y por tanto estrategias de poder.
Así las cosas además de amortiguar el dolor con analgésicos, es necesario inventar un escenario en el cual este no vuelva a presentarse. Y no hablo del coronavirus; hablo del hambre y de la pobreza afectiva, intelectual, espiritual, incluso motora.
Hay que lograr que cada sujeto colombiano se plantee ante la realidad como un sujeto capaz de transformarla dentro de su propósito de construir un mundo de empatía, vale decir, “Un nuevo arte de vivir”, como titula su libro Wilhelm Schmid.
Y este si es el reto que tenemos, el reto de construir nuevas formas de relación, unos nuevos sujetos que enfrenten el mundo de manera distinta; que se relacionen entre sí y con la naturaleza de forma diferente a la actual. Y en esto el eje es la educación, porque claro, hay que generar riqueza, pero de manera igualmente diferente.
La tecnología al servicio del ser humano y no al revés: el ser humano al servicio de la tecnología. Las cosas, incluido el dinero, al servicio de lo humano y no al contrario, lo humano al servicio del dinero. De esto es que quisiéramos oír hablar al presidente, puesto que mientras no se ponga el país en esta onda, como diría un mexicano, nada cambiará.
La misma gente, haciendo lo mismo y de la misma manera, seguirá produciendo lo mismo: narcotráfico, pandillas, crímenes, persecución a los líderes sociales, masacres, inseguridad, enriquecimiento ilícito, políticos y militares corruptos, acaparamiento de la tierra, insolidaridad de los que más tienen y miseria extrema.
Hay que despertar. La maldad en abstracto, como dice Spinoza, no existe; la maldad obedece a condiciones y circunstancias específicas, que debemos remover o modificar, para entenderla y eliminarla. La ley no es la solución puesto que esta, así en singular, no existe sino como concepto.
Existen las leyes, desgraciadamente, redactadas de forma que unas de estas sirven para eludir a las otras y cada ley tiene su escape. Solamente nos queda la gente y es con ella y para ella que debemos trabajar.
*Portada, Foto de Semana, imagen de referencia.