Reaprendiendo del Covid-19

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Todas las crisis son también oportunidades y la actual Covid-19 no es la excepción.

Por William Álvarez Gaviria | Otorrinolaringólogo | Columnista | Opinión|
 Al contrario, dado lo demasiado sorpresivo, globalizante e insidioso de su presentación, es una gran oportunidad para el aprendizaje. Y no desde el miedo, sino desde la curiosidad y animosidad por el conocimiento, el cual debe redundar en la aceptación, prevención, tratamiento y preacondicionamiento para resistir futuras pandemias. 

Si empezamos por el concepto de estrés (de stringere: estrechar), originalmente aportado por la física, relativo a la modificación experimentada por un material cuando actúa sobre él una carga externa, que incluye tanto un estresor como una resistencia del material a tal estresor, es posible afirmar que corresponde a un fenómeno sujeto a la ley de acción-reacción, cuya acción en el caso Covid-19 es la infestación viral y la reacción es la enfermedad o nuestra resiliencia.

Recordemos que cualquier virosis puede ocasionar respuestas fisiológicamente adaptativas si salimos avante, como respuestas disfuncionales cuando nos quedamos cortos o la reparación de nuestros tejidos es anómala. 

Esto último es lo que se observa en los millones de pacientes seriamente comprometidos (fallecidos o con delicadas secuelas), donde el propio sistema renina-angiotensina (dependiente del sistema simpático) ha llevado a las plaquetas y al endotelio de los vasos sanguíneos a una falla estructural circulatoria que inmediatamente se empeora por las citoquinas y los fibroblastos al tratar de repararla. 

De ahí que la explicación actual más aceptada para el fenómeno del estrés implica una relación particular entre las demandas de una situación y los recursos disponibles de afrontamiento, donde la demanda es valorada como superior a la capacidad para afrontarla. 

A dicha relación se le conoce específicamente como alostasisque representa el proceso de adaptación frente a cualquier desafío (físico, ambiental y psicosocial, incluidos los desafíos imaginados), donde la resistencia corporal corresponde a la resiliencia (de resilio: rebotar), término también extraído de la física y equivalente a la capacidad de recuperarse luego de sufrir una deformación estructural.

Alostasis o resiliencia en el caso del Covid-19 se refiere, entonces, a la capacidad para adaptarnos funcionalmente a dicha virosis. Esta capacidad depende, además de la propia constitución, de nuestra motivación o voluntad de lucha, por lo que también se corresponde con el concepto de habilidades de afrontamiento que describe al agente estresor y nuestra reacción en un dinámico contexto de carga alostática y resistencia

Lo que para completar remite nuevamente a la ley de acción-reacción, que a su vez hace parte de otros universales fenómenos de rebote como el vacío-plenitud y la contracción-expansión, y en el caso particular del Covid-19, la coagulación-licuefacción y constricción-dilatación.

No extraña, entonces, que en mayor o menor intensidad y permanentemente los humanos nos hallemos entre y frente a agentes estresores en una ineludible relación de mutua filiación. A tal punto que, incluso estresores moderados no solo resultan necesarios para el desarrollo normal y para acondicionar al cuerpo a resistir futuras injurias, sino que también pueden inducir cambios generadores de variación, donde no solo la lucha por la existencia sino disyuntivas con consecuencias en términos adaptativos constituyen piedras angulares de nuestro desarrollo y evolución, y cuyos mecanismos con todo y consecuencias adaptativas por un lado y desadaptativas o nocivas por otro se pueden explicar hormonalmente.

No es casualidad que el término hormona provenga del griego hormein que significa excitar o mover, y que a su vez haya dado origen al término hormesis, que se define como un fenómeno adaptativo caracterizado por una estimulación a dosis baja, que puede preacondicionar al cuerpo a resistir futuras injurias. 

Una firme comprensión de cómo se ha ido adaptando nuestra especie a los diferentes y abruptos cambios que le ha tocado sortear hasta afinar la respuesta de estrés (llamada también de lucha-huida concordante a su vez con los universales fenómenos de rebote), nos puede ayudar a entender muchas de nuestras características y enfermedades. 

De ahí que el Covid-19, además de un llamado de atención, puede ser lo que, coadyuvado por otros factores, nos lleve a una explicación del porqué somos como somos, del porqué hace más de cinco millones de años de un simio arbóreo se desprendió un linaje que terminó por convertirse en el simio que hoy domina al planeta, pero que sigue siendo presa fácil de los virus y padece consecuencias de su propia respuesta antiviral. 

Recordemos que el sistema renina angiotensina es el sistema hormonal involucrado en la presión arterial, el volumen de líquido y la concentración de sal, factores supremamente importantes cuando de una especie tan fogosa como la nuestra se trata. Su desregulación ocasiona la hipertensión arterial y las enfermedades cardiovasculares, la principal causa de muerte en el mundo. 

Además, resulta que entre los componentes del sistema renina angiotensina se encuentra la clave de la gran propensión humana a que el Covid-19 se introduzca en nuestros tejidos (principalmente cardiorrespiratorios y renal), y nos lleve a reaccionar de una forma disfuncionalmente desadaptativa frente a dicha virosis.

Resulta que el Covid-19 mimetiza a la angiotensina II (principal molécula desregularizada implicada en la primera causa de mortalidad en nuestra especie), de tal manera que es aceptada por el receptor de angiotensina II tipo1, lo que induce a la vasoconstricción, a la acumulación de marcadores inflamatorios (tormenta inflamatoria) en el endotelio y a la activación de células del músculo liso, plaquetas y fibroblastos, que a su vez remodelan los vasos sanguíneos de forma cicatricial y completamente disfuncional. Esto es lo que lleva a falla sistémica y a la muerte; aunque por fortuna no siempre, debido a la resiliencia de la mayoría de los individuos afectados.

Circunstancia que no ha de sorprender puesto que dichas moléculas, junto con la adrenalina, constituyen marcadores bioquímicos ligados no solamente a individuos de personalidad tipo A (ansiosos, competitivos y productivos), sino a todos los humanos, ya que en menor o mayor grado ese es el tipo de personalidad que nos caracteriza y diferencia de nuestros ancestros simianos y de nuestros parientes vivos más cercanos, los chimpancés. 

Personalidad que, acorde con la ley de acción-reacción, también nos ha hecho la especie depositaria de herramientas técnicas y cognitivas para aceptar, prevenir y tratar la actual crisis, al mismo tiempo que nos está preacondicionando para resistir futuras pandemias. Que es lo sintetizado, acorde con la ley de acción -reacción, en la definición de estrés dada por la Organización Mundial de la Salud (OMS): “Estrés es el conjunto de racciones fisiológicas que prepara al organismo para la acción”

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