Carta a un soldado anónimo

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Me atormenta pensar que muchos de tus compatriotas, envenenados por el egoísmo, hayan preferido la guerra a que unos cuantos hombres y mujeres reciban por un tiempo un salario que les permita salir de sus cadenas, que puedan participar en las decisiones políticas, que puedan cantar al mismo tiempo, y con la misma música, los himnos de la libertad. Que algunos quieran los barrotes para encerrar a quienes ahora quieren la paz definitiva, casi sin concesiones, y que esos sean precisamente quienes han burlado la justicia y ahora se crean, con nefasto impudor, perseguidos.

Me indigna el cinismo y la mezquindad de los amigos de la guerra, de sus argumentos, de verlos de la noche a la mañana convertidos en hipócritas apóstoles de una paz que aborrecen. Sus prosaicas razones solo buscan asegurar aún más sus casi infinitos privilegios, sus incalculables riquezas, sus benéficas seguridades. Cuánto dolor que ellos quieran ser los estandartes de la paz y que desconozcan el trabajo de los verdaderos forjadores de la armonía. Que ellos, poderosos señores de la guerra, quieran constituirse en los héroes cuando han sido los sepultureros de la dignidad de un pueblo, los instigadores de la miseria, del dolor, de la orfandad, del desprecio. Que ellos, avisados oportunistas, politiqueros de mediana inteligencia, de poca cultura, corruptos y astutos vendedores de la violencia y el deshonor quieran apropiarse del decoro de un pueblo.

Querido soldado, me confunde la indolencia de la muchedumbre, su hipócrita y despótica vocación de considerarse ciudadana, de exigir libertades, de esperar todos los días bondades y consideraciones cuando no son capaces de luchar por ti, de hacer que tu vida sea mejor, de evitar que haya más huérfanos y viudas, de impedir que se violen los derechos de todos, sin distingos de ninguna clase. También me confunde su farsante espiritualidad, su ignorante asistencia al culto o a la oración cuando no son capaces de luchar, con denuedo, por la paz, por la libertad que predicaba el buen Jesús, por el mensaje del evangelio que dicen respetar, que aman con pasión desbordada, pero al que no siguen en su mandato de amar al prójimo, porque eso no lo han aprendido, ni lo quieren aprender.

El engaño de los medios de comunicación, su espíritu mercantil, su alianza procaz con los poderosos, su desprecio por los seres humanos, su capacidad de encender y de prestarse al pillaje, su vocación de censurar y cerrar la puerta a la verdad me dejan perplejo, me angustian con la misma capacidad que me afligen las bombas y el plomo. Me duele, querido soldado, que nunca hayan sido capaces de brindarte a ti la verdad que necesitas oír y que solo te consideren guardián de sus predios, de sus poderosos intereses, de sus criminales y despreciables bienes.

Solo estas breves líneas para pedirte que nos perdones, que entiendas que hay quienes te quieren, que parecen no ser muchos, porque a veces la razón, la verdadera, no está en esas multitudes que marchan para cerrar las posibilidades de que los jóvenes puedan conocer el mundo sin las ataduras conque algunos indecorosos quieren educarlos. Pedirte perdón, querido soldado, por las vilezas, por tantos desprecios, por lo dolores que te hemos ocasionado, por los que te producen esos despreciables dirigentes que te exigen apalear y detener a tus hermanos de sangre, de pobrezas, de sufrimientos, pero te niegan la tranquilidad, la armonía, el abrazo con tus hermanos.

Te pido, soldado amado, que entiendas este momento, que comprendas el dolor que nos embarga ese desprecio por tu vida, por tu origen humilde, por tu libertad en el campo y las veredas a las que fueron a engancharte para formar estos ejércitos, estos multitudinarios ejércitos, que se gastan toda la riqueza cuidando a los que te odian, preservando las invaluables fortunas de unos pocos, de los amos de la guerra, de la mentira, de la falacia. Te pido que perdones la beatona indolencia de este pueblo.

Querido y amable soldado, por favor, perdónanos.

Un abrazo,

Luis Fernando García Núñez

 
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