El humedal versus la troncal de los Andes
Dos ríos, el Bogotá y el río Frío, una quebrada, la de Tiquiza y tres humedales, el de los Andes, Samaria y la chucua de Fagua. Fuentes hídricas amenazadas de muerte por constructoras.


Al frente, pasando el río, se aprecia la troncal de los Andes en su trayecto desde el río a la autopista. La ribera del río se ve aún muy impactada por el dramático dragado que la CAR le hiciera al río Bogotá. En primer plano, a la izquierda. Se observa el predio, que la CAR adquirió e intervino de manera sorprendente, ya que como autoridad ambiental por excelencia. No lo hizo para protegerla, sino que se ensañó contra este predio hasta destruirlo. Y sin que nadie lo explique, lo deforestó, dejándolo sin árboles, ni verde, secando el pedazo de humedal y construyendo el jarillón que se observa al frente para movilizar la maquinaria, sacar los desechos de la desforestación y de paso, afectar con esta construcción el humedal de los Andes a la derecha.

Esta imagen, de naturaleza muerta, bien podría llamarse “Los árboles mueren de pie”, como se titula una de las obras del dramaturgo español Alberto Casona. Aunque esta obra teatral no tiene nada que ver con el medioambiente, las características humanas de la pieza teatral sí encajan con las problemáticas sociales y políticas de la troncal y el humedal. La mentira, la codicia, el engaño, la trampa y la suplantación… Versus aquellos quienes, como en este caso, tratan, por principio, amor y sentido común, de defender la naturaleza.
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El humedal de Samaria, otra víctima de Amarilo

El humedal de Samaria, virgen y en todo su esplendor, termina colindando de un lado con una gran urbanización y del otro, con el río Bogotá. Lleva el nombre de la vereda donde se encuentra y se identificaba por el antiguo silo centenario que lo acompaña en la esquina noroccidental.

En primer plano, la estructura urbanística del condominio Hacienda Samaria, la cual la conformarán 276 casas que construirá Amarilo. Contiguo hacia el norte se aprecia el humedal ya sin el silo que lo caracterizaba, toda vez que fue demolido por la constructora. Más al oriente, y al lado del humedal, el río Bogotá.

La maquinaria de Amarilo interviniendo el humedal de Samaria y su entorno. Así como demolió la torre centenaria donde anidaba el búho sabanero. Todo como consecuencia de la falta de control y de presencia de autoridades ambientales responsables que impidan la modelación del ahora y el desecado del mañana. Sin responsables, ni sanciones, sin perversas compensaciones y con total impunidad.
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La chucua de Fagua, el humedal mutilado por las constructoras

Poderosa, agreste, imponente y vital, ha sido la chucua para los habitantes de la vereda Fagua, desde siempre. No solo lleva el nombre de su territorio, sino que servía para controlar las inundaciones y excesos de agua de los grandes inviernos, porque era ella quien se encargaba de recoger las aguas, de más, de los campos. El importante papel, que se comprobó tenía la chucua en el equilibrio hídrico de esta zona rural y agropecuaria del municipio, fue cercenado.

Un día de septiembre de 2017, se hizo presente el ingenio de los constructores, y se llevó a cabo el relleno del tramo de la chucua que atravesaba un terreno con el propósito de poder construir. Solo la comunidad reaccionó desde el mismo momento en que la primera volqueta descargó la tierra y, sin embargo, ninguna autoridad hizo nada. Todo fue un pinponeo entre constructores, alcalde, funcionarios y autoridades ambientales y la CAR, para terminar en nada.

A la fecha han pasado ocho años, y, pese a la orden y al deber de la CAR de ejercer funciones policivas frente a un ecocidio ambiental como este, nada ha hecho esta entidad y mucho menos el alcalde de entonces, que es el mismo de ahora, Leonardo Donoso. Solo ha gastado dinero en estudios, sin que se realice la restauración de la chucua de Fagua.
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La quebrada de Tiquiza, otra víctima de la construcción

La quebrada de Tiquiza es producto de toda la riqueza hídrica que caracteriza los cerros de la sabana de Bogotá. En la época precolombina, la quebrada fue sagrada para los muiscas. Luego llegó a hacer el primer acueducto municipal y después fue también un centro de recreación para los habitantes del municipio, quienes subían allí a pescar, a nadar y recrearse. En épocas de sequía, la quebrada parece secarse, corre de manera subterránea y renace en épocas de lluvia.

La situación de la quebrada se complica cuando se da inicio a un proyecto urbanístico conocido como Altagracia, que comienza a intervenir la quebrada, la misma que muchos creen que porque está seca, está muerta. Ahí comienza el conflicto. La comunidad que conoce su historia y sus ritmos sale en su defensa y protección, al igual que las veedurías. El resguardo indígena de Chía, para quienes se decía que era sagrada, no ha salido en su defensa de manera directa y categórica. Y nuevamente, ni las autoridades municipales, ni la CAR, ni la magistrada del río Bogotá, se atrevieron a descalificar, frenar, ni sancionar a quienes autorizaron, esa licencia depredadora de nuestra fuente hídrica.
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