Una sabana para todos los gustos

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Una colcha de retazos de historia y bellos paisajes. Así es la sabana de Bogotá. Una subregión de la cordillera Oriental conformada por 30 municipios cercanos a la capital del país, que gozan de una enorme oferta turística, cultural y gastronómica, perfecta para todos los viajeros.

Cundinamarca|Tomado de El Espectador|Cultura|La Región desde los medios|
Las costumbres y sobre todo la historia los convierten en sitios atractivos para conocer a fondo la cultura colombiana. Desde socavones de sal hasta piedras que tienen grabada la memoria indígena muisca, pertenecen a esta tierra sagrada.

La mejor manera de empezar es a bordo del Tren de la Sabana, que desde 1889 hasta 1991 prestó sus servicios de transporte ferroviario entre las poblaciones del área metropolitana de Bogotá y hoy cumple con trasladar a los turistas en sus antiguas locomotoras a vapor restauradas. El recorrido se siente como viajando en otra época. Las bellas y enormes montañas que ofrece la cordillera Oriental hacen que los pasajeros no se despeguen de las ventanas, a pesar de que adentro también haya diversión, gracias a una degustación de comida y música colombianas.

El trayecto empieza en la Estación de la Sabana, en el centro de Bogotá, pasa por Cajicá y termina en Zipaquirá. Aunque viajar en el tren es una experiencia que puede llenar las expectativas y dejar a los visitantes satisfechos, no parar en la Catedral de Sal de Zipaquirá y las minas de Nemocón sería un grave error. La Catedral de Sal es considerada uno de los mayores logros de la arquitectura colombiana. De hecho, fue propuesta para ser parte del grupo de las nuevas siete maravillas del mundo moderno. Sus enormes socavones, decorados con monumentos, y las luces que resaltan el color morado de la piedra de sal, hacen que este lugar se convierta en el atractivo favorito de quienes viajan por esta zona del país.

Aunque no es el único. Las minas de sal de Nemocón también son un lugar inigualable. Son 80 metros los que se deben bajar para empezar a recorrer los 1.600 metros de túnel, en donde se encuentran 28 espejos de salmuera, que producen un efecto óptico impresionante.

Otro paseo que vale la pena hacer en la sabana de Bogotá, aunque no se pueda en tren, es a conocer el arte rupestre de este territorio. El lugar ideal para esta actividad es el Parque Arqueológico Piedras del Tunjo, en Facatativá. Allí residen las imágenes que fueron grabadas o pintadas sobre superficies rocosas por la comunidad muisca, además de pictogramas y restos de instrumentos de los más antiguos pobladores de la sabana cundiboyacense. Rocas gigantes con formas de ranas, cuevas en las que se realizaban los rituales indígenas, pictografías de manos, sapos y espirales cautivan a quienes recorren este lugar, que alberga 12.000 años de historia.

La Laguna de Guatavita también es un pequeño paraíso. Reconocida por ser un sitio sagrado para los muiscas y escenario de la popular leyenda de El Dorado, sobre cómo los conquistadores españoles buscaban en este cuerpo de agua incalculables riquezas después de ver la ceremonia de consagración de los nuevos zipas, en la que el cacique estaba montado en una balsa con su cuerpo cubierto de oro. Precisamente esta historia la cuentan en medio de un recorrido ecológico guiado de una hora alrededor de la laguna.

Y para seguir disfrutando de la naturaleza, en municipios como Suesca y Tabio es posible hacer rafting, ciclomontañismo, escalar, caminatas ecológicas, ala delta y parapente. Pero si no quiere irse muy lejos de Bogotá, una vuelta por La Calera y Sopó satisface las ganas de respirar aire puro y ver un lindo paisaje. En La Calera se puede almorzar en buenos restaurantes, que ofrecen la típica fritanga, y en Sopó hacer una parada para degustar exquisitos postres. Los recomendados: obleas, merengón y fresas con crema.

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