China al rescate del capitalismo occidental
De cuando en cuando, el muy activo Institute of Historical Research, School of Advanced Study, realiza un sondeo a historiadores notables sobre una pregunta reiterada: ¿Cuál es el acontecimiento central, de mayores consecuencias para la historia del mundo, en el último medio siglo?
Así que los hechos acaecidos en años o décadas pasadas (quizás en siglos pasados) cambian, se transforman porque nuestra manera de mirarlos y evaluarlos también lo hace.
Pero vamos al punto, y oigamos a la catedrática de Oxford, Ngaire Woods: la llegada de Margaret Thatcher al poder británico en mayo de 1979 con el fin explícito de rendir a los sindicatos en nombre del control inflacionario, la eficiencia, eliminar el despilfarro para luego desregular toda la economía (un modelo político de ambiciones universales que se generalizaría por todas partes en las siguientes décadas).
Por su parte, Paul Krugman responde: el ascenso de Ronald Reagan en Estados Unidos y su programa extremo liberal; destrucción del compromiso keynesiano; promotor de la desigualdad; centrado en un propósito principalísimo: suprimir las trabas a los poderes financieros a escala mundial, cuyas consecuencias vivimos ahora, sin poder reponernos todavía de la convulsión mundial del crédito y la banca de 2008.
Para otros, la caída del Muro de Berlín y el consecuente desplome de la Unión Soviética que rompió un equilibrio catastrófico (pero racional) planetario (Joseph S. Nye por su lado, y David Harvey en las antípodas).
Curiosamente, aparece en la lista el señor Alan Greenspan, quien mira al otro lado del mundo: lo definitivo fue el anuncio de las “cuatro modernizaciones” hecho en diciembre de 1978, desde las antípodas geográficas e ideológicas y formulado por Deng Xiaoping, cuyo efecto casi inmediato fue poner a disposición de la globalización a la quinta parte de la población mundial, la masa de mano de obra más inconmensurable que el mundo conoció jamás. “Al cabo, este hecho sustentó y dio viabilidad a las otras revoluciones conservadoras de occidente y quizás, será la fuerza motora que en esta década salvo al capitalismo de su estancamiento productivo”.
No es santo de mi devoción pero en esta, Greenspan tiene razón, al menos por dos grandes razones: porque los chinos financiaron el modelo de crecimiento de los Estados Unidos y porque gracias a su infinita mano de obra, el mundo pudo vivir sin inflación durante casi un cuarto de siglo. Me explico.
Como se sabe, la norteamericana ha sido la sociedad más compulsivamente compradora del planeta, con sistemas de consumo para casi cualquier cosa (incluso par viajar en satélite, en cómodas mensualidades -y no es broma-). Pero lo singular, es que esa manía fue financiada por una Reserva Federal que no dejó nunca de inyectar crédito a la economía. Crédito que a su vez, era comprado sobre todo, por China (y los saudíes) bajo la forma de bonos del tesoro y otros instrumentos financieros.
Para que se den una idea: las reservas de divisas internacionales chinas, en el 2018, superaron los 3.2 billones (trillions) de dólares, la mayor acumulación de billetes verdes y de euros en el mundo. Se trata de un arsenal financiero inaudito. En las bóvedas del Banco Nacional chino se mantienen a buen recaudo toneladas de papel moneda equivalentes al tamaño de la economía alemana, la cuarta del planeta.
Las reservas de divisas ofrecen garantías iniciales para afrontar convulsiones de cualquier índole. Desde políticas a económicas, monetarias o sociales e incluso, proveen cobertura, una especie de seguro a todo riesgo, en casos de emergencias económicas en su país. Y siguen acumulándose a razón de 40 millones de dólares ¡por hora! o, si quieren verlo de otro modo, 25 mil millones de dólares cada semana.
Éste es el tamaño y el ritmo de la transfusión sanguínea china a los Estados Unidos que los enlaza en un acuerdo históricamente singular: un país pobre ha subsidiado durante décadas a los habitantes del país más rico de la tierra y su desenfrenado consumo.
Y en segundo lugar: gracias a la llegada de una mano de obra inmensa, de casi mil millones de trabajadores listos para ser contratados por sueldos bajísimos, la inflación fue exorcizada del panorama económico en los noventa y los primeros años dos mil, gracias a la inundación de todo tipo de productos baratísimos (desde ropa hasta computadoras, desde tornillos y herramientas hasta celulares y turbinas).
La Organización Mundial de Comercio calcula que la llegada permanente de mercancías ultra baratas y por lo tanto ultra-competitivas, fue una de las herramientas para darle estabilidad al curso de la globalización, y es el malhadado Alan Greenspan quien lo reconoce con franqueza: “…el factor más importante para que la globalización gozara de crecimiento económico sin sentir la punzada de la inflación, es la llegada de los ejércitos de trabajadores de China, la India, Asia central y el Este europeo”.
Hace 40 años, el PIB de China representaba el 1.7 por ciento de la economía global, en 2018 se ha multiplicado por 82 y supone el 16 por ciento de la riqueza global (12.24 billones de dólares). Y un detalle: más de 800 millones de personas han abandonado la pobreza.
Y mientras en 2019 vuelven a sonar las tétricas campanas de la recesión mundial (Estados unidos a perdido fuelle y Alemania se declara en crecimiento cero), China revive la esperanza de la prosperidad capitalista reconstruyendo en tren la ruta de la seda, a través de toda Eurasia, desde Shangai hasta Madrid, pasando por Afganistán y Ucrania, en un plan de ingeniería geoestratégica llamado por lo pronto “Iniciativa Cinturón y Carretera”.
Es el plan Marshall para Asia y Europa, intercontinental. Con un billón de dólares en inversiones en infraestructuras: puertos, ferrocarriles, carreteras, gasoductos, centrales eléctricas, para catapultar a la economía de la mitad del mundo pero con China y sus iniciativas a la cabeza. Una red de 18 de países que provocará prosperidad, gratitud, pero también dependencia.
Y algo más: no se crea que ese nuevo motor del mundo quiere abrazar el modelo de un capitalismo democrático. Los chinos lo dejaron muy en claro en Davos el mes pasado: “Tienen que darse cuenta de que las democracias no están funcionando muy bien. Necesitan reformas políticas en sus países… China seguirá su propio camino, con las características específicas de nuestra tradición y cultura”.
¿Quién iba a decirlo hace 50, o tan solo hace 20 años? Escapar de la siguiente turbulencia global y quizás, de la siguiente gran depresión, dependerá -ya no de la incompetencia doctrinaria de occidente y su culto a la austeridad y otras chácharas neoliberales, tampoco de sus convulsiones populistas- sino de la astucia y las decisiones internas de los autoritarios pero eficaces, herederos de Mao.