Coronavirus: ajustando desajustes
Transportar constantemente porciones de ADN pueden provocar funciones nuevas y ventajosas que propician un efecto acelerador sobre la evolución.
Desde hace tiempo se viene evidenciando que ciertos virus que infectan a otros y los que infectan bacterias (bacteriófagos), pueden transferir porciones de ADN en los reinos de los seres vivos (animal, planta, fungi, protista y procarionte). Se ha observado que estos genes bacterianos captados por los virus son funcionales en sus nuevos ambientes celulares y pueden ser usados para beneficio mutuo entre diferentes organismos.
Esto significa que el transportar constantemente porciones de ADN puede llevar a funciones nuevas y ventajosas que propician un efecto acelerador sobre la evolución. Desde los orígenes de la vida esta capacidad ha incrementado la biodiversidad global, tanto de los virus como de sus hospederos procariontes (bacterias) y eucariontes (los otros cuatro reinos).
Los virus no solo evolucionan adaptándose a los procesos de las células donde se van a replicar, sino que forman parte de toda la cadena biológica. Baste solo con pensar en las más de mil secuencias génicas identificadas como correspondientes a retrovirus expresadas como parte constituyente, aunque exigua, no solo del embrión humano y los de otras muchas especies, sino de nuestros propios cerebros, pulmones y riñones, entre otros órganos.
Más aún, los virus son los principales factores limitantes del crecimiento bacteriano y planctónico, dado que son causantes de la masiva mortalidad de las poblaciones bacterianas y microalgas del fitoplancton. De esta manera se limitan las emisiones de gas carbónico (CO2) y los compuestos sulfurosos que liberan las bacterias heterótrofas a la atmósfera, al ejercer su función de descomposición de materia muerta.
Si bien algunos virus nos han utilizado como su hábitat natural sin que por ello suframos obligatoriamente su virulencia (recordar que el 85% de la población humana es portadora del virus del herpes), y así como han estimulado nuestras defensas inmunitarias, también tienen un rol esencial en la ecología humana. Rol que, por no ser políticamente correcto, tanto para cada uno de nosotros como para los políticos de turno, no nos gusta ni mencionar, mucho menos comprender, pues resulta que su principal llamado a descomponer materia muerta y a controlar poblaciones de plancton, no nos libra de ser uno de sus objetivos. Así entonces, las epidemias de virus o bacterias no son más que el reflejo del desajuste poblacional de otras especies.
Cuando un nicho dado se desequilibra como consecuencia de que una o varias de sus especies se ha desbordado en cuanto a densidad y, por tanto, supremacía sobre los recursos energéticos se refiere, estas especies se constituyen automáticamente en un mayor atractor, fuente u oferta para que surja una epidemia paralela de microbios controladores y descomponedores, a su vez, de materia viva y muerta.
En resumen, una epidemia a nivel macro será controlada a su vez por una epidemia a nivel micro. Lo cual también significa, y esta es la parte esperanzadora para la actual, y totalmente globalizada por primera vez en nuestra historia, crisis epidémica por parte del coronavirus (COVID 19), en donde, más temprano que tarde, la curva de infestación y virulencia microbiana se irá aplanando a medida que nosotros y las otras especies comprometidas (pangolín, murciélagos, etc) vayamos mejorando nuestro sistema de inmune (por simple adaptación nuestra y de nuestra microbiota, por inmunidad de rebaño o por innovación de la respectiva vacuna u otros productos antivirales), al tiempo que las poblaciones humanas (incluido animales domésticos, fauna desalojada por la urbanización y recursos proteicos silvestres) dejemos de constituir una gran y suculenta oferta para la supervivencia y replicación, no solo del COVID19, sino para cualquier otro tipo de microbio.