¿Cuándo bajarán las aguas?

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La política en general se vuelve un negocio de toma y dame. Yo le doy el voto y usted me da unas tejas o en últimas, unas cantidades determinadas de dinero. 

Por Alberto Conde Vera | Columnista | Opinión |
 Ha sido esta campaña una verdadera lucha sin cuartel, con armas poco dignas de una contienda en la que se busca elegir al mejor candidato a la presidencia de la república. Lamentable que así sea y más lamentable que la lucha no sea acerca de las propuestas de los dos candidatos finalistas, sino buscando enlodar el buen nombre de los contrincantes. 

Nuestro país, desgraciadamente, se mueve en medio de un ambiente enrarecido y contaminado por el narcotráfico. 

El crecimiento casi exponencial de la delincuencia común y la eclosión de los delincuentes de cuello blanco, junto a otras formas de delinquir como la minería ilegal, los cuenta gotas, los estafadores que venden lotes de propiedad de los municipios y embaucan miles de personas con su habilidad para engañar. Basándose en las necesidades de vivienda de la población.

Todo esto conforma un clima propicio para la desconfianza y las desesperanza. Por eso es tan absurdo y éticamente censurable que esparzan rumores acerca de supuestas y no comprobadas actuaciones anti éticas de los candidatos finalistas. 

¿Cómo y por qué los asesores de las campañas olvidan que se trata de vender un buen programa y no de quitarle crédito a la competencia? ¿Es eso leal, aceptable, éticamente hablando? 

Para mí se trata de que los líderes políticos den ejemplo de eticidad y dejen de comportarse, como lo hace el ciudadano común en las tiendas, bebiendo cerveza y hablando de política; es decir, especular partiendo de la información que esos líderes y las lideresas les ofrecen. 

¿Por qué no centrar las polémicas de la gente alrededor de las propuestas de solución, de la conveniencia o de la viabilidad de esas propuestas? Claro que eso necesita un tipo de estructura organizativa muy distinta de la que hoy tienen esos grupos electorales que llaman partidos, en la actualidad. 

Yo recuerdo que en los años sesenta y setenta del siglo pasado los partidos de izquierda tenían comités de partido, conformados por habitantes de cada barrio o vereda, cubriendo la mayor parte posible de estos centros de población. Allí se analizaban y discutían las políticas del gobierno y las tácticas de esos partidos para contrarrestarlas, cuando el análisis revelaba su inconveniencia social. 

¿Qué se hace ahora? Ir a esos sitios a pedir el voto en vísperas de elecciones. Y… ¿La respuesta de la gente? No vienen aquí, sino cuando necesitan el voto. Entonces que den algo a cambio. 

Así se inicia el proceso de corrupción del elector y por eso los miles de millones de pesos que se gastan en cada campaña. Claro es que, si no hay trabajo previo de educación con la gente, si no hay posibilidades de que la gente formule y sustente un camino para responder a las demandas que surgen del desarrollo de la realidad política, social y cultural. La política en general se vuelve un negocio de toma y dame. Yo le doy el voto y usted me da unas tejas, unos bultos de cemento o, en últimas, unas cantidades determinadas de dinero. 

Esa es la corrupción política a nivel popular y es este un problema cultural que no se corrige amenazando con mandar a la cárcel a quien incurra en estas infracciones a las leyes electorales. Tanto al que ofrece como al que recibe, sencillamente porque en un país con tanta pobreza es muy difícil probar que se cometió este delito.

El nuevo populismo se fundamenta en premisas simples, como si usted roba, va para la cárcel, o hay que meter a la cárcel a los corruptos de cuello blanco. ¡Claro que eso debe hacerse, sin discusión ninguna! Pero una cosa es conocer el supuesto delito y otra es probarlo. 

Además, sin una muy buena reforma a la justicia, sin un incremento de los jueces, sin reforma del sistema penitenciario, para que en verdad resocialice y no sea una escuela del crimen. Como lo es hoy en día, el sueño de acabar la corrupción en Colombia, no será más que eso: un sueño o más bien una ensoñación. 

Como si fuera poco, conseguir la aprobación de cualquier proyecto o de cualquier ley en el Congreso, implica tener mayoría o, de lo contrario, negociar con los congresistas. 

Pero los populistas suponen que estas negociaciones son tan fáciles como las que se llevan a cabo entre el ejecutivo y los consejos municipales.

Ese simplismo del nuevo populismo, que en últimas puede llevar al gobierno a convertirse en autocracia, es lo que debemos evitar votando por un candidato con experiencia en estas lides. Y para mí ese candidato es Gustavo Petro. Y repito para mí, porque seguramente habrá otra gente que piense distinto. Pero yo si quisiera oír los argumentos en favor de la autocracia.

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