De qué realidad hablamos

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Pienso que, sí preguntáramos más y afirmáramos menos, encontraríamos formas más eficientes de resolver los problemas.

Por Alberto Conde Vera | Columnista | Opinión |
Cuando queremos referirnos a los acontecimientos de un determinado campo de acción humana, usamos la palabra realidad. Pero pocas veces observamos que podemos estar hablando de cosas completamente distintas o de las mismas cosas, pero con interpretaciones diferentes en relación con nuestros interlocutores. Frecuentemente esta es una causa de disgustos o de fricciones. En especial este es un hecho notorio cuando se trata de acontecimientos que corresponden o se asignan al campo de la política.

Por ejemplo, decimos que el país está polarizado. Pues bien, cierto o no, la cuestión es ¿por qué dejamos de preguntarnos por las causas de este fenómeno? Nada se resolverá con la simple reafirmación de nuestros puntos de vista, ya que al hablar de polarización estamos hablando de una contradicción en la cual hay una condición de equilibrio de las fuerzas que forman parte de la ella; de no ser así no hablaríamos de polarización.

Fijémonos; en muchos temas de orden nacional, regional o local hay diferencias y toda diferencia es de hecho una contradicción, pero no hablamos de polos porque no hay equilibrio de las fuerzas.

Si hablamos de polos es que el tema le interesa a una mayoría de los ciudadanos. Sabemos que hay muchas cosas que le interesan a la gente en este campo de la política; pero ese interés no alcanza un porcentaje significativo de la población o de la ciudadanía. Entonces no logra polarizar.

Ahora bien, ¿cuál es el problema? Para mí, el hecho de que los puntos de vista de cada facción se plantean, no como un punto de vista susceptible de ser modificado, sino como una verdad objetiva.

Naturalmente si planteamos así las cosas difícilmente podremos encontrar caminos de acuerdo. Ahora, si queremos evitar la guerra necesariamente tendremos que aceptar la movilidad y la subjetividad del pensamiento pues, de no aceptarla, el camino es la imposición de la verdad que suponemos como “objetiva”. Y toda imposición crea conflictos.

En realidad, nosotros escogemos y construimos el objeto sobre el cual expresamos nuestro punto de vista. Nuestra visión del objeto, nuestro punto de vista, cualquiera que sea, es una forma de construcción de ese objeto.

Sobre este aspecto de la objetividad, los científicos chilenos, Humberto Maturana y su colega Francisco Varela, tienen planteamientos muy interesantes en el libro “El árbol del Conocimiento”. Así, por ejemplo, dicen: “No puede el conocimiento entrar en el recinto de las ciencias sociales si pretende hacerlo bajo la concepción de que el conocer es un conocer “objetivamente” el mundo y, por tanto, independiente de aquel (aquellos) que hace la descripción de tal actividad…”

Como decía antes, el problema, socialmente hablando, se presenta cuando el tema en discusión es de interés para la mayoría. Hay hechos y personajes de la vida de un país que apasionan a la mayoría tal es el caso en Colombia del expresidente Uribe, de las guerrillas de las FARC, del préstamo del gobierno a la empresa AVIANCA, etc. Apasionar no significa necesariamente visión positiva; también uno se apasiona negativamente: odia, desprecia, rechaza.

La pasión siempre enceguece bien sea positiva o negativa y muchas veces confundimos el interés con la pasión. La pasión se puede entender como un exceso de afecto o rechazo hacia algo o alguien, sin que tenga una sustentación de fondo.

El interés es, en cambio, un deseo de conocer más y mejor algo o a alguien, una fuerza que nos lleva a indagar, a buscar más información y a movernos en esta dirección, para actuar con más seguridad y confianza.

Pues bien, la cuestión es que en nuestro país suele haber más pasión que interés, entre otras cosas, porque un porcentaje alto de población no suele interesarse por conocer más a fondo el origen de las cosas que apoya o ataca y porque también carece de capacidad crítica y autocrítica. Creo que en Colombia tenemos pasión por la verdad y pavor por el error.

Queremos tener siempre la verdad y sentimos pavor de equivocarnos. Negamos el movimiento; es decir, nada está siendo, todo ya es y, por tanto, no se puede cambiar. Amamos el discurso y despreciamos los hechos. Esto significa que no hay que buscar la verdad en los hechos, sino en las palabras.

No hay un sentido de la vida y la existencia, o solamente puede haber uno, único absolutamente incuestionable. Ese creo, es nuestro principal obstáculo para encontrar un camino aceptable para la mayoría. Por ejemplo, prestarle 360 millones de dólares a una empresa como AVIANCA, ¿ayudará efectivamente a equilibrar la economía colombiana? ¿No será mejor invertirlos en apoyar y fortalecer nuevos emprendimientos que diversifiquen el mercado y disminuyan la concentración de la riqueza?

Regar con Glifosato las plantaciones de coca, ¿realmente es el mejor método para combatir el narcotráfico? Creo que cabe otra pregunta. ¿Por qué el tráfico de drogas y específicamente de coca en todas sus formas sigue siendo tan rentable? Este es el punto que debe ser analizado, puesto que, si este negocio pierde o disminuye considerablemente su rentabilidad, con seguridad absoluta desaparecerá.

Entonces parece que es el consumo el principal punto a atacar. Son Trump y los mandatarios de los países más desarrollados quienes deberían liderar la lucha contra el consumo e investigar qué produce este fenómeno consumista, para detenerlo. ¿Por qué en esas sociedades consideradas “altamente desarrolladas” está el más alto porcentaje de consumidores?
Pienso que, si preguntáramos más y afirmáramos menos, encontraríamos formas más eficientes de resolver los problemas, porque lo que importa son las soluciones prácticas y no la reafirmación de los egos de los protagonistas de estos conflictos o contradicciones.

Ojalá pronto entremos en esta tónica de analizar afondo y hacernos las preguntas adecuadas, en lugar de buscar argumentos para reafirmarnos.

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