El conflicto armado colombiano comenzó tras el sacrificio de Jorge Eliécer Gaitán

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A pesar de todo, la paz es una necesidad perentoria y existencial, uno de los problemas más complejos y difíciles de resolver en nuestro país.

Por Alberto Conde Vera | Columnista EPDC | Opinión |
 Desde aquel abril del 48, el conflicto armado del país ha tenido altibajos en su intensidad, pero no ha cesado totalmente nunca.

Por el contrario, con la aparición del narcotráfico y la intensificación del despojo de tierras a los indígenas y campesinos, este conflicto ha cambiado sus características, pero continúa siendo una causa preponderante de dolor y angustia para el pueblo colombiano que, como siempre, es el que pone los muertos y sufre las consecuencias de la guerra.

El expresidente Uribe puede decir lo que quiera, pero no puede negar que con actitudes y sus discursos radicales, profundiza de manera indiscriminada la anti izquierdistas, logrando motivar a muchos ingenuos e ignorantes ciudadanos para acrecentar su miedo y su indignación contra una izquierda democrática que, sin embargo, es acusada de comunista, anacrónica y similar a las que con asombroso desacierto operan en Venezuela, Cuba y Nicaragua.

Esta ideología hace ver cosas absolutamente diferentes como similares. Es la vieja estrategia utilizada por los extremistas de izquierda y de derecha para desprestigiar las nuevas y más avanzadas opciones de desarrollo social, político cultural y económico en el mundo.

A pesar de todo, la paz es una necesidad perentoria y existencial para los colombianos; pero es uno de los problemas más complejos y difíciles de resolver en nuestro país.

Los extremistas de uno y otro lado pueden pensar que es una cuestión de voluntad. Pueden creer que se trata simplemente de que el gobierno decida atacar con todo su potencial militar a los insurgentes y a los narcotraficantes, hoy bastante cerca unos de otros.

En primer lugar, eso no es fácil cuando se trata de enfrentar enemigos que se mueven por todo el territorio con total conocimiento del mismo y, en segundo lugar, cuando además esos territorios están habitados por campesinos e indígenas que no son parte del conflicto y no están dispuestos a abandonar sus tierras para engrosar el montón de los desamparados en las ciudades.

Mientras exista está sucia e inhumana guerra habrá espacio y justificación para que toda clase de atrocidades,  crímenes, desfalcos, robos e injusticias tengan un manto seguro con el cual cubrirse. Por eso el esfuerzo realizado por el padre Francisco De Roux  fue no sólo respetable sino admirable, puesto que, con ese gesto de entrevistarse con el máximo líder de la extrema derecha colombiana, el doctor Ávaro Uribe Vélez, demostró que no hay discriminación en la Comisión para la Verdad, la Convivencia y la no repetición y que trabaja honestamente por encontrar esa verdad que necesitamos respecto a la aterradora criminalidad política desatada en el país.

Esta extraña conversación entre un personaje diáfano, honesto, recto y confiable como el padre De Roux y el oscuro y avezado expresidente Uribe, de hecho, produjo un resultado inesperado: la declaración hecha por el segundo, respecto a la necesidad de una amnistía general.

Eso significa un cambio radical en la posición del expresidente respecto al conflicto colombiano, puesto que él fue el principal opositor al tratado de paz firmado por Santos con las FARC EP, lo que habrá escandalizado a muchos.

Pero, independientemente de las características de quien ha hecho la atrevida, pero conveniente propuesta, y dadas las condiciones del conflicto colombiano, no hay duda de que ella suscitará una gran discusión en el país.

¿Existe otra posibilidad efectiva para lograr la paz? Es esta la pregunta que debemos responder  siendo realistas. Esta y la que la admitía general.

¿Es posible avanzar hacia una sociedad más justa, equitativa y próspera en medio de la guerra? Y habría un interrogante más: ¿en realidad podemos construir una auténtica democracia padeciendo tan espantoso conflicto? En lo personal diría que esto se asemeja al caso de una persona con un brazo herido y gangrenado, que debe aceptar la amputación para conservar la vida o morir.

Algunos dirán que habiendo vivido la segunda mitad del siglo XX y lo que va de este último en guerra sin hundirnos, podremos salir adelante sin amnistías. Pero los hechos demuestran que no es así: el subdesarrollo en las áreas empresarial, agrícola, tecnológica, científica, educativa e incluso política demuestran que no es verdad lo que se cree y basta, para comprenderlo, compararnos con países como Corea del Sur, Vietnam, China, para citar solamente unos pocos, que, al comenzar la década de los sesenta del siglo pasado, eran tanto o más pobres que nosotros, mientras hoy son países muy prósperos. ¿Por qué? Porque la guerra además de aislar territorios aprovechables, impide la inversión, genera sobrecostos y hace más fácil la prosperidad de los negocios ilícitos incluido el contrabando.

Entonces la cuestión es discutir y proponer formas para realizar esta amnistía, a condición de que en realidad genere la paz y facilite el desarrollo económico, social, cultural y político. Creo que esto es lo inteligente y conveniente para el país, en esta difícil coyuntura.

*Foto de portada: de Head Topics

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