El gobierno de los ignorantes
En ese espacio, el presidente número cuarenta y cinco de Estados Unidos aseguró que sus partidarios son la verdadera élite, mejor dicho, la súper élite, porque tienen «más dinero, más cerebros, mejores casas, apartamentos y mejores barcos».
«Soy más inteligente, fui a mejores escuelas, tengo mejores apartamentos, estoy mejor educado», dijo Trump, burlándose de los liberales. Y uno piensa que ya lo escuchó todo, que ya no puede ser peor, pero no, él sigue: «tengo una casa mucho más hermosa, tengo todo mucho más hermoso. Y yo soy presidente y ellos no», añadió.
Nadie duda que sea el presidente; es más, nadie duda que sea el presidente más impopular desde que se hacen encuestas. Tampoco está en discusión su inmensa riqueza. De que es millonario, es millonario. Esa es una gran verdad que grita y repite a los cuatro vientos y a la que, por cierto, debería agregarle algunas cosillas que mantiene ocultas.
Por ejemplo, la revista Forbes asegura que la riqueza del magnate e inversor estadounidense asciende a 3 700 millones de dólares, y también que se ha negado, en varias ocasiones, a publicar su declaración de impuestos.
Por otro lado, el diario The New York Times puso en tela de juicio la manera en que ha crecido la fortuna del actual inquilino de la Casa Blanca, al publicar un trabajo de investigación donde lo culpa de ayudar a sus padres a evadir impuestos y crear junto a sus hermanos una empresa falsa para esconder millones de dólares.
El magnate de bienes raíces, develó el periódico, construyó una parte importante de su fortuna gracias a prácticas fiscales dudosas y, en algunos casos, claramente fraudulentas. En aquel entonces, su abogado, Michael Cohen, salió a rechazar el contenido del reporte, pero recordemos que este mismo hombre lo acusó recientemente ante el Congreso de «estafador y tramposo».
«Donald Trump, cuando se postuló, no tenía la intención de dirigir a esta nación a no ser para promocionar su marca, a sí mismo, y construir su riqueza y poder. La campaña a la presidencia para él siempre fue una oportunidad de marketing», señaló su exabogado.
Fíjense si es así, que el propio Trump, en un momento del mitin que mencionamos al inicio de este trabajo, expresó que su «sorpresiva victoria en las elecciones de 2016 fue posiblemente el acontecimiento más extraordinario de la vida».
Y sí, hemos tenido tiempo para asimilar el gran acontecimiento y confirmar que nunca tuvo la más mínima intención de dirigir, ni de encargarse de los problemas de su nación. En cuatro años de su mandato, la primera potencia del mundo tiene 40 millones de estadounidenses viviendo en la pobreza; 18,5 millones en pobreza extrema y 5,3 millones en condiciones propias del tercer mundo, según informe de Philip G. Alston sobre derechos humanos de la ONU.
Con estas cifras, ¿a qué presidente se le ocurre, en un evento de campaña para su reelección, vanagloriarse de su enorme riqueza y la de los miembros de su gabinete ($4 300 millones), cuando estas contrastan de forma chocante con las condiciones de muchos de sus ciudadanos?
Eso, señores, cuando menos, es falta de cerebro de Trump y de toda su camarilla.
No lo digo yo. Lo dijo Paul Krugman, este 1 de abril, en un artículo en The New York Times: «muchos han descrito al gobierno de Trump como una kakistocracia —el gobierno de los peores—, y no hay duda de que lo sea. Pero también podría decirse que es una ineptocracia —el gobierno de los ignorantes e incompetentes—».
Paul Krugman por mas famoso que sea, no tiene autoridad moral ni intelectual. Sus contradicciones son enormes y evidentes para cualquier persona que se atreva a estudiar un poquito de economía, filosofía política, ciencias sociales, y fundamentalmente historia – basada en los hechos y analisis críticos, no en repetir artículos de diario en una cadena sin fin auto-referencial como acaba usted de hacer. Mandese a guardar, señor o señora Aday del Sol, es usted un daño a la humanidad porque no exprime argumento alguno en su columna, sino que recorta y pega, como hacíamos en el Jardin de Infantes. Pero mientras que so esta muy bien para un niño de 5 años, es de una irresponsabilidad supina para un adulto.
Por favor, estudie, piense, medite y después recién vea si tiene algo para debatir.