Envenenaron un perro…

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LUIS FERNANDO GARCIA

El miserable envenenamiento de Milán, además de entristecerme, me ha puesto a pensar en otras infamias ocurridas aquí en esta Colombia que nos vio nacer y que indican la vergüenza a que se ha llegado.

Columna | Por Luis Fernando García Nuñez | Opinión |
Quizás esta sea una columna baladí, pero necesito escribirla para aligerar, de alguna manera, la inmensa tristeza que me embarga. Voy a hablar de un perro que mi sobrina, la actriz Valeria Bordamalo García, había recogido en las calles de la siempre hermosa Barichara, en Santander, hoy sobrecogida por el terror —además de otros que la persiguen continuamente— de que sigan cayendo envenenados muchos animales que son la alegría y la compañía de niños, jóvenes y viejos que buscan en el amor de una mascota lo que, con frecuencia, no dan los humanos, tan dispuestos siempre a menoscabar el gozo del otro, aunque sea para cumplir con su sino fatal: la mezquindad.

Milán le había dado Valeria por nombre a este hermoso can. Era blanco y de perfectas manchas negras, una oreja blanca y otra negra, manchas y colores puestos con la sabiduría con que llevan muchos animales sus naturales vestidos, como los felinos y otras especies que la mano, siempre poderosa, del hombre ha ido eliminando para mal de la humanidad —así lo ha hecho con las mariposas y las abejas—. Era un perro alegre y travieso, inteligente y muy amoroso. Grande, alto, de patas largas y de mirada fascinante. Hablaba con uno y sabía oír y desobedecer. Corría por todas partes y con sus patas abría puertas y llamaba la atención. Sabía que se hablaba de él y alerta expresaba su conformidad o se iba, como que no le interesaba el asunto…

Año y medio vivió en la casona que mis sobrinas tienen, hace más de tres décadas, en Barichara, el pueblo de nuestro bisabuelo materno y de las abuelas. Era, con frecuencia, el motivo de disgustos y alegrías, pero se olvidaban sus diabluras cuando brincaba de contento porque alguien llegaba. Se lanzaba raudo a abrazar y besar a quien llegaba y su cola no paraba de batir los júbilos que lo inundaban, corría al solar y allá ladraba para anunciar a sus amigos que estaba encantado. Milán tenía amigos y, posiblemente, enemigos.

Sus amigos lo querían entrañablemente. Se hacía querer. Para bien o para mal llamaba la atención y no pasaba inadvertido. Fue, y será, el motivo de muchas conversaciones, de fotos y hasta de intentos de propagandas para las que no fue muy avisado, pues su carácter retozón le impedía estar algún tiempo quieto. Sin embargo, quedan fotografías y el triste recuerdo de que fue envenenado. También la incertidumbre, la terrible incertidumbre, de que haya seres capaces de matar animales por razones infinitamente pueriles.

Agregar otras líneas va a ser muy difícil, pero necesarias, entre otras razones, porque hemos caído muy hondo en la relación que debemos tener con este planeta infestado de seres poderosos que han aniquilado la vida sin que sobre ellos caiga el poderoso brazo de la justicia, que siempre está dispuesto a hundir a quienes piden un poco de consideración y de tolerancia.

Esta intensa sequía que nos agobia, que nos sabemos cuándo terminará, y de contera las riquísimas fuentes de agua dulce que tuvimos hace años agotadas por los intereses de unos pocos que han cambiado el rumbo de los ríos, que han secado las lagunas, que han utilizado el agua en la extracción del oro y del petróleo, son una manifestación, una de las tantas, de nuestra despiadada relación con el medio ambiente.

El miserable envenenamiento de Milán, el hermoso perro de Valeria, además de entristecerme, me ha puesto a pensar en otras infamias ocurridas aquí en esta Colombia que nos vio nacer y que indican la vergüenza a que se ha llegado. Es posible que expliquen, paradójicamente, la muerte de Milán, pero me abruma que sea así. Matar un perro es nada si muchos se roban el dinero para la alimentación y la educación de los niños, y como no hacerlo si hay quienes desvalijan los recursos de la salud y luego se presentan como los héroes del país.

No tengo odio, pero estoy muy afligido. No me gusta la venganza, pero me angustia el silencio del país, la complicidad en la destrucción de lo poco que queda, la indiferencia y la crueldad. Decenas de incendios forestales devastan miles de hectáreas y allí mismo mueren cientos de importantes especies que son vitales para la existencia de la humanidad, pues cada árbol que cae, cada animal que muere sin cumplir el ciclo de la vida, es como un poco de la vida humana que se pierde, que se extingue.

Ya no tan lentamente como antes, estamos acabando con lo poco que nos queda de la naturaleza. Un loco, en tanto, pregona que ha hecho pruebas con la bomba de hidrógeno, cientos de veces más potente que la que lanzó otro loco hace 70 años para demostrar que el mundo es de los poderosos, así ellos mueran con nosotros el día de la gran hecatombe nuclear. Paz en la tumba de Milán…

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