Ética y personalismo en la política
Ética es hablar de nuestro comportamiento frente a otros y al mundo en el cual vivimos. En este sentido, una de las características de la política colombiana es el personalismo; vicio que se manifiesta de manera especial, no exclusiva, en la derecha.
[/highlight] Por Alberto Conde Vera | Columnista | Opinión |
Consiste esta anomalía en que los actores de la política colombiana hacen prevalecer sus intereses personales por encima de los de sus respectivas colectividades. Esta es una de las principales causas del llamado transfuguismo; es decir del cambio permanente de partido de los miembros de los distintos organismos políticos. En realidad, se trata de un hecho evidente: el rumbo del desarrollo colombiano y las relaciones sociales y de poder que este desarrollo implica, -al igual que el de muchos otros países latinoamericanos-, se define entre los grandes grupos económicos del país y los organismos internacionales de crédito, con exclusión de los sectores populares, puesto que toda la política pública de inversión en infraestructura, en especial para las grandes obras, caso Hidroituango, por ejemplo, depende de la disponibilidad de crédito que estos organismos otorguen al Estado colombiano y a sus instituciones, así como de las oportunidades de negocio que identifiquen los grandes grupos económicos nacionales. En Hidroituango, en las contrataciones de las grandes vías participaron banqueros como Luis Carlos Sarmiento Angulo, cuyas irregularidades denunciaron los grandes diarios y noticieros del país. La contratación, puede concluirse, es un poderoso nexo entre los políticos y la política con las finanzas públicas, el sector financiero nacional e internacional y el desarrollo del país.
En el caso de municipios como Chía, el nexo entre la política y el desarrollo es evidente. Los principales financiadores de las campañas tanto al Concejo como a la Alcaldía son personas con fuertes nexos con el sector financiero: los constructores y algunos representantes de las grandes superficies comerciales. El POT, podemos decir, es el resultado de este maridaje
¿Qué relación tienen estos hechos con el personalismo y el transfuguismo en la política? Resulta que toda la discusión que pueda darse en los partidos de la derecha acerca del desarrollo es puramente formal. Esto es, se refiere a las formas del desarrollo, a qué obras ejecutar y a los diseños de las mismas sin mayores consideraciones con la conservación y la calidad de la vida humana, el medio ambiente y la naturaleza.
No existen discusiones acerca del sentido de ese desarrollo, de la participación ciudadana en la definición del mismo, ni de la conveniencia social de las obras, ni mucho menos sobre las prioridades en función de las necesidades de la mayoría más pobre del país y de la clase media. Hay una premisa básica subyacente en el planteamiento de las políticas para impulsar el desarrollo: el gran capital debe ser protegido por encima de cualquier otra cosa y el rumbo del país debe mantenerse a toda costa en razón de las conveniencias de ese gran capital y del capital financiero internacional. Hay que parecerse más a Estados Unidos que a Suecia o a Finlandia, países que protegen la naturaleza y promueven el desarrollo integral de la población. Pues bien si esto es así, evidentemente no pueden existir diferencias fundamentales, esenciales, entre los programas y los postulados de los distintos partidos de derecha. Por consiguiente, lo mismo da estar en uno de esos partidos que en otro y, además, dado que el camino ha sido trazado, se trata de aprender a trepar en ese camino. Se trata de buscar el éxito personal por encima de cualquier cosa aprendiendo a sostener el rumbo ya definido.
En cambio en la izquierda las consideraciones son absolutamente diferentes puesto que se debe partir de tres premisas claras: primera, el actual modelo de desarrollo, impuesto en casi todo el mundo, no puede resolver problemas como el hambre, la enfermedad y la inseguridad crecientes, la descalificación de las nuevas subjetividades, el desempleo, la vivienda y la discriminación étnica y cultural.
Segunda, los modelos de desarrollo socialista fracasaron en todos los países donde se instalaron, demostrando, por lo menos para mí, que tales modelos no correspondían en su momento, ni corresponden hoy a las condiciones de desarrollo de las fuerzas productivas, y, tercero, que es necesario plantear un nuevo modelo que supere las limitaciones del modelo vigente y las fallas del fracasado modelo socialista. Esto no es fácil y son muchas las iniciativas que al respecto existen en los partidos de izquierda, lo cual determina que la militancia en estos partidos tenga más arraigo que en los de la derecha y se vea enfrentada a un reto estimulante. Aquí hay vida, dinamismo, desafío, entusiasmo y por tanto lucha contra las rutinas, en lugar del adocenamiento que se presenta en los partidos de la derecha.
Ahora bien, varios partidos de la izquierda se han visto carcomidos, atacados por el virus del electoralismo; es decir por la ingenua creencia de que basta con ganar unas elecciones para iniciar el camino de la transformación social. Pero la historia, que es testaruda, se ha encargado de demostrar que esto no es así, porque el poder político no tiene residencia, ni se puede tomar o ceder, como dice Foucault. El poder son relaciones, fuerza y direccionamiento y si no existe una masa crítica de sujetos que se relacionan de manera diferente y estén identificados en una dirección fundamental para la acción, no hay poder. Estas nuevas formas de relacionamiento y esta nueva dirección es precisamente el objetivo a conseguir para cualquier ser humano que pretenda construir una sociedad mejor. Es el gran reto que tenemos en la política. Bueno, al menos para quienes sentimos la necesidad de cambios esenciales, fundamentales. Por eso nuestra invitación a superar la indiferencia y el desencanto para sumar a una fuerza que busque transformaciones esenciales y necesarias para salir del atraso y la miseria. En esto se debe fundamentar la nueva ética que de hecho implica el respeto a la diferencia y al ser humano por encima de cualquier otra cosa.