Instinto de Conservación y Conservadurismo

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Colombia  ofrece igualmente la posibilidad  de dilucidar dónde tiene ancladas sus raíces biológicas,  nuestro comportamiento. 

Por William Álvarez Gaviria |Otorrinolaringólogo |Columnista | Opinión |
El mundo se hallaba ya plagado de tensiones cuando, con el arribo de la pandemia covid-19, se generó aún muchísima más presión sobre el orden existente.  Los cimientos del mismo, es decir, la primacía de los principios e instituciones liberales, han sido sacudidos por la catástrofe que ha desencadenado otras,  iguales o todavía más nefastas (exacerbación de nacionalismos, populismos, autoritarismos, etc.), que han llevado a las gobernanzas a la toma de decisiones alineadas  a sus propios intereses, así como la intensificación de las tensiones y la división de los ciudadanos. 

Y si así ocurre en el mundo desarrollado, tanto  peor en Colombia, que  contaba ya  con las endemias del hambre, la corrupción y los homicidios. 

Pese a ello, se entiende que las crisis también se traducen en oportunidades. Así, Colombia  ofrece igualmente la posibilidad  de dilucidar dónde tiene ancladas sus raíces biológicas,  nuestro comportamiento. 

Es sabido que algunos individuos gozan de una ventaja natural para enfrentar las demandas de los cambios ambientales y los agentes estresores, mientras que otros muy poco o nada. Se trata del mecanismo vital indispensable para recuperar la cordura y el bienestar luego de una adversidad. Aquello que se conoce en psicología como resiliencia ante el cambio, cuyas raíces biológicas muy probablemente provienen de:

1.     Ciclo sueño-vigilia: donde el sueño favorece el crecimiento y propicia conservar y restaurar energías; y la vigilia favorece el gasto de dichas energías.
2.    Equilibrio hormonal simpático-parasimpático: donde el parasimpático repara y conserva; y el simpático busca o encuentra como gastar energía. 
3.     Instinto de conservación y de reproducibilidad o replicación: son los pilares en que se fundamenta la evolución.

Extrapolar esto hacia las ideologías preferentes de cada individuo  como forma de resiliencia en donde, en unos se decanta por el conservadurismo y en otros por el progresismo, puede resultar no forzado. Así, tenemos que el modo conservador debe favorecer, no solo lo del sueño reparador, lo del parasimpático conservador y lo del instinto de conservación, sino como el mismo nombre lo indica, la conservación de las costumbres, el territorio, el patrimonio y la normatividad (zonas de confort). Por su lado el liberalismo, acorde con lo de la vigilia, el sistema simpático y la reproductividad, debe favorecer más la libertad y la novedad, tanto como  el riesgo a lo no conocido, incluso nuevos territorios, y las posibilidades de esparcir y mezclar los genes (favoreciendo la sana reproducción exogámica).

Por otro lado, en el mundo animal todas las especies se hallan dotadas en mayor o menor grado del sentido de anticipación. Justamente el cerebro fue inventado para ello, para que el organismo pueda saber dónde va a dar el siguiente paso y confiar en su aparato locomotor. 

«de ahí que anticiparse a lo que consideramos grandes riesgos o amenazas, simplemente equivale a pre-ocuparse«

En el caso de los humanos, tanto por ser los primates que más rápido corren, saltan y resisten maratones;  como por la abstracción mental que los caracteriza, el sentido de la anticipación incluye eventos bien entrados en el futuro lejano. De ahí que anticiparse a lo que consideramos grandes riesgos o amenazas, simplemente equivale a pre-ocuparse. Es decir, a estar ansioso o estresado. Y la estrategia que naturalmente disponemos para enfrentar tales riesgos o amenazas y responder a ellos en última instancia no es otra cosa que conservar el statu quo, transformarlo o evadirlo. 

Vemos pues, cómo el conservadurismo y el progresismo en el mundo natural, además de cumplir con proporciones demográficas relativamente armónicas o balanceadas, como sucede con los géneros macho-hembra, hunden sus raíces en los orígenes y en el desarrollo de la misma vida. Lo cual no sorprende, pues los individuos y las especies para resistir la tendencia a disolverse en el entorno (morir o extinguirse) deben estar prestos, o a no crecer y conservar lo que les queda durante las crisis, o a gastar sus recursos energéticos y crecer en los periodos entre las crisis. 

Esto  nos expresa que el equilibrio entre conservar o gastar recursos frente a los cambios y crisis del entorno, es más que imperativo en el reino animal (e igualmente en los reinos de vegetales, hongos, protistas y bacterias, aunque con diferentes sistemas hormonales). Guardar estas proporciones armoniosas es, entre otras cosas, lo que ha permitido a los múltiples y variopintos organismos que hoy pueblan nuestro planeta sobrevivir y reproducirse. 

¿Qué pasa, entonces, en Colombia? Aun conociendo que no solo ha sufrido el flagelo homicida de las guerras inacabadas y la delincuencia, sino el de las riñas mortales entre vecinos o familiares, y el de la fallida gobernanza junto con  la desproporción empresarial y los estilos distorsionados de vida de muchos ciudadanos, que acrecientan la posibilidad de extinguirnos como nación (o disolvernos en el entorno, como dicta la ley de la entropía)…? 

Ahora bien, si lo mencionado sobre los orígenes y el desarrollo de la vida ha resultado cierto y coherente, solo tendríamos que recurrir a explicaciones de igual talante.

Sabemos que Colombia ha sido gobernada desde hace muchísimo tiempo por un régimen conservador (que ocasionalmente se ha disfrazado de progresista o liberal), causa fundamental, por demás, del subdesarrollo como nación y de la precariedad física y mental de la mayoría de sus ciudadanos.

Y ello muy seguramente por ser una nación forjada a la fuerza principalmente por perdedores (presos, exconvictos, deudores, pobres, aventureros, judíos, moros, clérigos penitentes e indígenas).
Circunstancia que, obviamente, ha colocado la mente colectiva colombiana en modo conservador; es decir, progresando lo menos que se pueda y conservando lo poco o mucho que tengamos o hayamos conseguido, ya que cualquier patrimonio o recurso energético estaría en ascuas frente a tantas y peligrosas crisis de nunca acabar.

Vamos entendiendo nuestro devenir como nación. Desde tiempos inmemorables estamos inmersos en el modo conservador, ya sea tanto por una reelección amañada, como por tratarse de la ideología por la que más votan, los que votan. Por desgracia, ese es el modo que genera resentimiento y venganza en quienes quedan por fuera.

«Los colombianos en general somos afines al statu quo y al centralismo de estado, al caudillismo y a la jerarquización, a la no movilización social ni a las movilizaciones o marchas de protesta»

Vamos también comprendiendo el espíritu conservador que tanto determina nuestro comportamiento cotidiano.

Los colombianos en general somos afines al statu quo y al centralismo de estado, al caudillismo y a la jerarquización, a la no movilización social ni a las movilizaciones o marchas de protesta, al proteccionismo mercantil y a los monopolios, al clericalismo y al arribismo, al nacionalismo y al parroquianismo, tanto como al machismo, la homofobia, el creacionismo y el esencialismo. Es decir, a lo que no cambia, no se renueva ni se transforma.

Como si lo que se agitara nos sacara de nuestra zona de confort o nos espantara, como sucede aquellos animales que se espantan por cualquier movimiento a su alrededor, ya que solo desean que el movimiento sea exclusividad propia, para poder comer y no ser comido. 

Llevado a la filosofía, es como si los colombianos prefiriéramos rendir tributo y pleitesía a Parménides. Y es que, contrario a lo dicho por Heráclito, nos seguimos bañando en el mismo río… pero no en el de aguas claras sino en uno de sangre, como la derramada por nuestros héroes que, pese a no haber podido librarnos del feudalismo, por lo menos nos independizaron del yugo español, y aquella derramada por tantos miles de colombianos en esta inútil guerra fratricida e irracional. Todo ello por no haber aprendido a armonizar equilibrando en sutil balance el modo conservador con el modo progresista, como bien sabe hacerlo la misma naturaleza. 

Es decir, nuestra tragedia sucede fundamentalmente por no haber empezado por recurrir, como casi todo el mundo civilizado, a la periódica alternancia en la gobernanza. La misma que, al incluirnos a todos, puede hacer de Colombia la nación próspera y ejemplar que el resto del mundo demanda y los colombianos anhelamos y merecemos.

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