Llevamos 20 años de errores en Afganistán, pero este desastre prevenible es culpa de Biden.
La catástrofe en Afganistán revela su lado oscuro: un desastre producido por cuatro gobiernos de Estados Unidos.
El presidente Bush falló, tras la caída de los talibanes en 2001, al no concentrarse en construir un gobierno y unas fuerzas armadas afganas capaces, y en cambio redireccionar los escasos recursos hacia una guerra asumida por elección propia en Irak. El presidente Obama falló al ordenar un incremento de tropas con un plazo de vencimiento que alentó a los talibanes a esperar a que las fuerzas estadounidenses se retiraran. El presidente Trump falló al negociar un acuerdo de retiro de tropas que resultó en la liberación de 5,000 prisioneros talibanes a pesar del nulo progreso en las conversaciones de paz. Y ahora, el presidente Biden ha fallado al ceñirse a cumplir el acuerdo de Trump aun cuando los talibanes no lo hicieron (nunca rompieron lazos con el grupo terrorista Al Qaeda, como habían prometido).
Aunque 20 años de errores tuvieron un impacto acumulativo, ciertamente se pudo haber evitado este desenlace: la toma de Afganistán por los talibanes a menos de un mes del vigésimo aniversario de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001. Fortalecidos por el abundante armamento estadounidense que ahora han capturado —y por el prestigio que conlleva haber humillado a una superpotencia— los talibanes ahora serán más peligrosos que nunca. Esto es culpa de Biden, y dejará una mancha imborrable en su presidencia.
Las palabras empleadas por Biden para describir la variante delta —una “tragedia en gran parte prevenible que empeorará antes de mejorar”— se aplican a sus decisiones en Afganistán. El exsecretario de Defensa Robert Gates dijo una vez que Biden “ha estado equivocado en casi todos los temas importantes de política exterior y seguridad nacional de las últimas cuatro décadas”. Ciertamente, Biden se ha equivocado de manera desastrosa y trágica con respecto a Afganistán.
Recordemos que el 8 de julio, Biden afirmó: “Los talibanes no son el ejército de Vietnam del Norte. No lo son, no son ni remotamente comparables en términos de capacidad. No habrá ninguna circunstancia en la que veamos a la gente ser evacuada del techo de una embajada desde Afganistán”.
Exactamente 38 días después, se pudieron ver helicópteros gigantes de Estados Unidos en el cielo de Kabul evacuando al personal de la Embajada de Estados Unidos. Este es el peor fracaso en materia de política exterior de Estados Unidos desde la caída de Saigón en 1975, peor incluso que la caída de Mosul, Irak, en 2014, ante el Estado Islámico, otro desastre que podría haberse evitado si se hubiera mantenido una pequeña presencia de tropas estadounidenses en Irak.
El intento de Biden de eludir la responsabilidad de este fiasco en su declaración del sábado 14 de agosto no fue para nada convincente. Intentó echarle la culpa a Trump, al señalar que había heredado un acuerdo que establecía la retirada de Estados Unidos antes del 1 de mayo. Sin duda este fue un acuerdo terrible, pero los talibanes no lo estaban cumpliendo, por lo que Biden tampoco estaba obligado a cumplirlo.
Las declaraciones de Biden sugirieron una falsa decisión entre dos opciones: “Cumplir con el acuerdo” o enviar “más tropas estadounidenses a luchar una vez más en el conflicto civil de otro país”. Sin embargo, nadie estaba sugiriendo con seriedad que Estados Unidos enviara más fuerzas de combate a Afganistán. El compromiso actual de Estados Unidos, de cerca de 2,500 asesores combinados con el poder aéreo estadounidense, era suficiente para mantener un leve equilibrio en el que los talibanes lograron avances en las zonas rurales, pero todas las ciudades permanecieron en manos del gobierno. Una situación nada ideal, sin duda, pero mucho mejor que lo que estamos viendo ahora.
“Un año o cinco años más de presencia militar estadounidense no habrían hecho ninguna diferencia si el ejército afgano no puede o no quiere defender su propio país”, insistió Biden. Eso solo sería cierto si fuera inevitable que las fuerzas armadas estadounidenses tuvieran que retirarse. Pero las fuerzas de Estados Unidos todavía están presentes, en números mucho mayores, en países como Alemania, Japón y Corea del Sur tras más de 70 años. No hubo nada predeterminado en la retirada de 2,500 asesores estadounidenses en Afganistán. De hecho, Estados Unidos mantiene una misión de tamaño similar en Irak sin casi ninguna controversia.
Muchos alegaron que solo 2,500 soldados estadounidenses no podrían marcar ninguna diferencia. La historia de los últimos meses rechaza este punto de vista: la ofensiva final de los talibanes comenzó solo cuando la retirada de las tropas estadounidenses estuvo casi completa. Durante 20 años, las fuerzas afganas entrenadas por Estados Unidos se han acostumbrado a operar con el apoyo del poderío aéreo, la inteligencia, los asesores y otros facilitadores estadounidenses. Su precipitada retirada a partir de abril —al comienzo de la temporada afgana de combates— condujo a un predecible desmoronamiento de las fuerzas afganas. Incluso algunos de los que apoyan la retirada admiten que la ejecución de Biden ha sido un “desastre absoluto”.
Biden no puede alegar ignorancia ante lo que se venía. Fue ampliamente advertido por la comunidad de inteligencia de Estados Unidos. No soy vidente (Dios sabe que, como Biden, me he equivocado en muchas cosas), pero justo después de enterarme del plan de retirada de Biden, escribí una columna cuyo titular fue: “La retirada de Afganistan ordenada por Biden podría ser el primer paso de una toma de poder de los talibanes”.
Lo único que no anticipé —nadie, en realidad— fue la rapidez con la que se produciría el desmoronamiento. Incluso apenas el lunes pasado, los militares estadounidenses advertían que pasarían de 30 a 90 días antes de que Kabul cayera. Ahora, siete días después, la ciudad ya ha caído, y Biden pasará el resto de su presidencia lidiando con las trágicas consecuencias de este prevenible desastre.