Una encíclica valiente
Y que bien que desde ya el otro señor Bush señale el derrotero de su probable gobierno. Que lo haga, porque tiene el poder y los medios para hacerlo, que sus negocios prosperen y su poco decoro lo mantenga mientras el mundo solito, casi sin su ayuda, vaya hacia el infierno que va. Los ranchos gringos, y todos los del planeta tierra, desaparecerán tras las hecatombes que estos dinosaurios producirán aventados por la codicia y el desespero del poder terrenal.
Si existe ese otro mundo será el escenario ideal en el que nos veremos todos, comunistas y no, achicharrados o ahogados, y allá ellos no podrán contar los millones que tienen en los bancos, ni disfrutarán de sus ostentosas mansiones, ni sus cientos de escoltas los podrán defender de inundaciones, terremotos, tsunamis e incendios que recorrerán este planeta que no supo plantarse frente a la avaricia y el despilfarro de esos pocos multimillonarios que colaboraron con la destrucción de los bosques, de las especies nativas, de los ríos porque sobre ellos construyeron su mundo, su repulsivo mundo, ese que está a punto de terminar. Y al que le caiga el guante que se lo chante. El crimen ya fue cometido y parece que por ahora no habrá castigo.
Aunque parezca duro el papa Francisco ha dicho, felizmente resumido por el ABC, que “no hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socio-ambiental. Las líneas para la solución requieren una aproximación integral para combatir la pobreza, para devolver la dignidad a los excluidos y simultáneamente para cuidar la naturaleza”. Lo ha dicho todo y ¡cómo nos incumbe a los colombianos, sobre todo en estos momentos tan difíciles, tan marcados por el odio, por la falsedad, por la desventura!
Esta valerosa Encíclica habla, entre otras cosas, de la contaminación producida por los residuos, incluidos los desechos peligrosos y presentes en distintos ambientes, de que hemos hablado en ocasiones pasadas. “Se producen cientos de millones de toneladas de residuos por año, muchos de ellos no biodegradables: residuos domésticos y comerciales, residuos de demolición, residuos clínicos, electrónicos e industriales, residuos altamente tóxicos y radioactivos. La tierra, nuestra casa, parece convertirse cada vez más en un inmenso depósito de porquería”. Así, “la tierra, nuestra casa, se transforma en un inmenso depósito de inmundicias”.
Este llamado de atención no solo va para esos que se consideran dueños de nuestra casa común, sino también se dirige a nosotros, consumidores compulsivos que lo queremos tener todo, que de todo nos antojamos, que botamos basura, que compramos y compramos, y compramos desperdicios. Es un emplazamiento a la conciencia de todos, para que mediemos y convirtamos la nueva Cumbre del Clima de París en una ocasión propicia, la última quizás, que busque frenar ese desarrollismo despavorido y tengamos el valor de no alterar nuestra convivencia, de respetarnos y saber vivir como seres inteligentes, sin ambiciones, sin egoísmos, sin desprecio por el otro, en paz, inteligente y decentemente. ¡Cuánta falta nos hacía un llamado de estas proporciones!