Mi país tiene de todo

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Aquí, la fauna criolla tiene tal cantidad de despropósitos, que da grima.

Reportero de Ciudad | Juan Manuel Navarrete Acosta | 
 Quiero terminar el año haciendo algunas reflexiones que traigo engatilladas desde hace rato y que al igual que una corbata burocrática, me vienen causando una cierta asfixia, un aire de patriotismo ahogado, un nudo existencial en la garganta.

Y es que difícilmente existe un lugar con tanta bendición en todos los aspectos naturales, geográficos, hídricos, eólicos y todos los etcéteras que pueden caber maravillosamente en el plano de lo meramente paisajístico y etéreo, lo sutil y lo divino.

Desafortunadamente en lo humano es exactamente a la visconversa. Aquí, la fauna criolla tiene tal cantidad de despropósitos, que da grima.

Como es que las personas del común, los de la calle, los que se desloman trabajando a veces hasta veinte horas diarias para llevar el sustento a casa. Los que luchan por no dejarse morir en medio de la moridera, los que superviven a los golpes malevos de la cáfila, los que regurgitan a título de entraña herida sus exiguos bolsillos para acabar de engordar los carteles de la Banca. Para comenzar con un ejemplo, repito, no sé cómo es que viven.

Aquí se le rinde genuflexión y culto de adoración al traqueto de mocasín blanco, camisa rabo de gallo de ensalada de frutas, melena embravecida, cadena de oro grueso y palillo de dientes permanente entre la boca que masculla improperios e iniquidades. Bandidos salidos de cualquier barriada que se creen los dueños del universo y sus alrededores, con licencia para matar, violar, secuestrar o comprar con dádivas mal habidas lo que su mente retorcida les solicite.

Aquí llaman “Doctor” a cualquier bandido que contribuye a hacer de su partido político, una prostituta que cada cuatro años se acuesta con el mejor postor. Se abre de piernas ante el más mínimo estímulo del pensamiento bajo, relamido, oportunista y corrupto.

Promeseros de baja estofa, apandillados y agazapados dizques en las banderas de la democracia, pero con licencia y patente de corzo, para cargar entre sus tulas lo habido a base de estropicios, triquiñuelas y avivatadas.

“Oh llegó el Doctor”, mascullan admirados sus áulicos cuando los ven llegar con tres horas y media de retraso a la cita con la impudicia y la mentira calculada para el discurso embolador y mañoso que convence bobos. Y les abre la puerta a una elección para después aprovecharse de lo divino y  lo humano como si fuera propio.

Aquí llaman “Patrón” a cualquier personaje que desde la clandestinidad y arropado, a veces por apellidos, a veces por abolengos, a veces por la coyuntura de estar colocado en el lugar preciso, con la gente que era, a la hora que era.

Se pavonea con lo más exclusivo, en los sitios más insospechados, desde donde se planean y se ejecutan las maniobras más escrupulosamente estudiadas y socorridas para salirse con las suyas. Quedar libre de toda culpa, y en lugar de perecer en el intento, hacer que esto le suceda a cualquiera que ose atravesarse.

Aquí llaman “Influencer”, a cualquier gañán que desde un computador, agazapado detrás de un seudónimo, camuflado de pseudo intelectual, vociferante y promotor de cuanta estupidez se le ocurre, aparece en las redes sociales con millones de descerebrados que los siguen, admirados por su “fama”. 

La excentricidad privada hecha pública de sus borracheras, su pretendida recién adquirida casa en barrios rimbombantes donde chillan por su lobería, sus millones habidos de cualquier forma mostrados a cámara en una maleta, sus excesos de droga, escándalos, violencia, su sexo abierto, desafiante e impúdico. Son las banderas que enarbolan y que desorbitan los ojos de cuanto ignorante los va convirtiendo en sus adalides y su ejemplo de vida.

Aquí algunas personas que por su trabajo viven expuestas a los vaivenes de la sordidez de todos los bandidos que llegaron de cualquier parte a vivir a la ciudad. Tienen que armarse para evitar ser asesinados en un lance de raponazo, cosquilleo o atraco aleve a mano armada con pistolas de nueve milímetros con silenciador, capuchas negras, zapato liviano para la huida conveniente y tinterillo listo por si los cogen. Que embolate el tema los que correspondan, para llegar al socorrido y pérfido: “vencimiento de términos”.

Mientras tanto está prohibido ir a tratarlos mal, o a expresarse mal de ellos. Ya hizo aquí carrera, que los tales, se deben presumir como mansas palomas y en caso de tener que ser nombrados en los medios, se han de referir a ellos tibiamente como “presuntos” delincuentes. Esto en aras del buen nombre y de no ir a manchar sus hojas de vida, mientras muchos ya han manchado el suelo del lugar que les dio cobijo, de imborrables manchas de sangre.

Aquí, como lo dije al comienzo, tenemos de todo.
Al violador hay que cogerlo con las manos en la víctima, dos testigos del hecho, una grabación en audio y otra en video del ejercicio recién surtido. ¡Ah! y en lo posible, la aseguranza por parte de un tercero, ojalá con declaraciones extra juicio, acerca de que no fue la víctima quien lo provocó con sus palabras, su mirada o su “atrevida” manera de vestir.

Lo mejor es sacar como victimario a la víctima, así se evitan engorrosos procesos legales que quitan tiempo y espacio para viajes a la playa con la familia y los amigos. Y no tienen que andar quemándose las pestañas y gastando neurona en el “análisis de las pruebas”, para eso también está a la mano la presunción de inocencia.

Mientras tanto: “Este país es laico”,  vociferan los dueños de la corruptela. Quiere decir que aquí no se puede pronunciar el nombre del Señor, ni su palabra, ni sus principios de vida, que sería lo ÚNICO capaz de sacarnos de entre la caneca en que vivimos.

¡Mi patria, país de presuntos inocentes!

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