El Evangelio decodificado por la neurociencia

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La ínsula cerebral, el tejido más humano por ser precisamente la principal sede de la compasión.

Por William Álvarez Gaviria| Otorrinolaringólogo | Columnista | Opinión|
En suma, la vida de Jesús, que, a su vez, según el evangelio (en singular y sea mito o historia1) representa el camino, la verdad y la vida, puede sintetizarse en: nomadismo, compartición y ágape.

Nomadismo por lo de su trashumancia (en sus años perdidos ha sido ubicado desde Bretaña hasta la India, además de aquello de “Id por todo el mundo y predicad el Evangelio”); compartición o comunión por su distintiva manera de compartir pan, peces, vino y compasión (pasión compartida); y ágape por practicar y pregonar el amor incondicional sin esperar ningún tipo de retribución.

En aquel tiempo Palestina era, como lo es hoy, una encrucijada geopolítica donde confluían no solo innumerables etnias y culturas, sino occidente y oriente. Además, era el lugar indicado para, desde el desierto2, poder clamar por un humanismo aún en ciernes.

Y es que ser humano (lo óntico o el ser, diferente a lo fenomenológico o evidente) es precisamente lo que Jesús recalca, aunque muy pocos fueran los ojos u oídos que lo captasen (también igual que hoy).

Mayoritariamente, su logia se refiere a perdonar y hallar al extraviado, la moderación o vía media y la empatía o compasión por el “otro”, enemigos incluidos.

En dichos y parábolas repite esto, incluso en la ambigua parábola de los siervos, donde el siervo que, habiendo enterrado el talento que su señor le dio a gestionar, es expulsado al rechinar de dientes, oscuridad y llanto. Es decir, donde a falta de capacidad convocante, impera la murmuración, la ignorancia y, por tanto, el llanto.

Se va entendiendo, entonces, que el Evangelio resulta una pieza maestra de la historia y la literatura, donde se refleja no solo lo más auténticamente humano, sino hasta nuestro mismo ADN3 (dependiendo de cómo lo interpretemos).

Ya que los genes correspondientes a las hormonas dopamina y oxitocina es el material donde, con obvias limitaciones, podemos inferir que ahí muy probablemente subyace la monumental sabiduría evangélica. (de ahí que Jesús ni siquiera la transcribiera a sabiendas de que hablaba en varios idiomas y que cierta vez escribió en el suelo: “El que esté libre de culpa que tire la primera piedra”).

Así tenemos, que altos niveles cerebrales de receptores de oxitocina está asociado con nuestro distintivo comportamiento territorial y parenteral. (estabilidad de espacio vital y de prole) que incluye agresividad territorial contra extraños y preferencia de pareja y por un grupo social consanguíneo.

Y altos niveles de dopamina está asociado con el tesón, el ánimo, la motivación por lo novedoso y la percepción del tiempo, e igualmente con la conducta parenteral.

Y es que entre estos dos sistemas hormonales y su equilibrio (y desequilibrio) gravita casi toda la naturaleza humana; y ello porque su codificación genética la tenemos al alza, comparada con chimpancés4.

Por tanto, según las parábolas y dichos de Jesús y nuestro ADN, puede inferirse que el Evangelio a lo que apunta es a la liberación total  del hombre, es decir, a lo que Jesús llamaba el Reino del Padre. Pero a expensas de reforzar vías neuronales implicadas en la empatía y los cuidados parenterales, más específicamente paternal por aquello de Padre nuestro, hijo pródigo, buen pastor…

Mediante el ágape o amor incondicional, la forma más elevada de amor y el amor de Dios por el hombre y del hombre por Dios. Y por extensión, un amor universal a todos e incondicional que trasciende y persiste independientemente de las circunstancias (contrapuesto a la philia, el amor al grupo, o a la philautia, el amor propio).

Y ello principalmente porque ese tipo de conducta corresponde a una estrategia psicológica por la cual se cambia el amor propio y por el grupo y las ansias (ansiedad), por el amor incondicional o ágape.

Es decir, de lo que se trata es de inhibir tanto conductas que impliquen xenofobia como las que impliquen ansiar o esperar, vía reforzamiento de la ínsula cerebral, el tejido más humano por ser precisamente la principal sede de la compasión.

Y es que no esperar retribuciones y amar a todos como a sí mismo (segundo mandamiento, según Jesús, e igual de importante al primero de amar a Dios sobre todas las cosas). Es ni más ni menos que el poder doblegar al tiempo, esa fuerza del destino que guía la inevitabilidad en el curso de la tierra y del paso del tiempo (el inexorable y fatídico, Cronos de la mitología griega).

Lo que significa lograr alcanzar un estado donde el tiempo no pasa. Es decir, alcanzar un sentimiento de trascendencia y, consecuentemente, de inmortalidad que es lo más indicativo de encontrarse en el Reino del Padre. Reino de fraternidad que Jesús, y en especial en su más célebre oración, asoció de antemano con la vida aquí en la Tierra: “venga a nosotros tu reino y hágase tu voluntad en la Tierra como en el Cielo”.

Ahora bien, para convalidar lo anterior no bastan especulaciones o extrapolaciones seudocientíficas, se requiere mucho más. Al respecto se sabe que periódicamente y en todas partes del mundo han surgido personas que coinciden con el Evangelio.

Así, tenemos a Buda, San Francisco de Asís, Santa Isabel de Hungría, San Carlos de Borromeo y San Clemente de Alejandría. Quienes renunciando a su principado o a su zona de confort se dieron a explorar muchas regiones donde practicar y pregonar lo escrito en el Evangelio (Logos)… y, obviamente, lo codificado en los propios genes.

Así, mismo y ya para finalizar no puedo pasar por alto mencionar a otras dos vidas ejemplares, y que por fortuna conciernen a Colombia (uno de los países más bellos y ricos del orbe, pero de extremos en cuanto a emotividad, estrés y resiliencia se trata).

El primero es San Pedro Clavel, cuya entrega abnegada a los esclavos del puerto negrero de Cartagena de Indias, lo hace un modelo admirable de la praxis evangélica y de los derechos humanos (de los que fue declarado Patrón universal por la ONU).

Y el segundo, es uno de los aún vivos y comprometidos en Medellín con la Teología de la liberación. (Que considera que el Evangelio exige la opción preferencial por los pobres recurriendo a las ciencias humanas y sociales para definir las formas en que debe realizarse dicha opción), y por lo cual debo abstenerme aquí5 de mencionar su nombre.

Solo comentar que su experiencia evangélica en las comunas que fundó lo ha llevado a repensar al Jesús que se hizo pobre para dar ejemplo de vida.

Así, considera al pobre como representante del hombre auténtico, al hombre nuevo con quien ha de continuarse reconstruyendo el Reino fraternal del Padre, pero anclado en la propia realidad terrenal.

Donde condescender con el pobre es aprender a ser tolerantes con los demás, ser solidarios y compartir el pan y el vino, ya que sí consideramos al pobre y por extensión a cualquier persona como una realidad donde su condición externa no hace perder el valor de persona.

Eso automáticamente nos incluye e interpela, puesto que nadie libera a otro y nadie se libera a sí mismo. Es una misión que se consigue en común, siempre y cuando diferenciemos entre dar-asistir y compartir-ayudar.

(Recordar que dar y asistir, además de no crear fraternidad ni reconocer igualdad ni que lo que a uno sobra, pertenece a los que carecen. Parte de una desigualdad que genera dependencia y, por tanto, no permite empoderamiento como humano ni en quien recibe ni en quien da, ya que todos necesitamos ayuda y todos debemos actuar mancomunadamente o en comunión).

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1 En singular, puesto que sí los evangelios (canónigos y apócrifos) fueron escritos en tiempo y lugares diferentes y que entre Lucas y Mateo existen coincidencias que no aparecen en Marcos, significa que fueron copia de una hipotética fuente Q (del alemán Quelle, fuente). Lo que consistiría en una serie de logia («dichos» o «enseñanzas») de Jesús, sin elementos narrativos y mucho menos escritos por él.

2 Judaísmo, cristianismo e islamismo son consideradas religiones del desierto, aunque el desierto más que representar un sitio geográfico es una situación humana, que designa la carencia o la falta humanidad.

3 Su explicación quizá yace en aquellos patrones arcaicos universales o arquetipos que derivan del inconsciente colectivo y que se corresponden principalmente con nuestros genes de estrés al alza, comparados con chimpancé. De ahí que también nuestra evolución y distintiva sudoración coincida con lo expresado en el Génesis bíblico: “transformó al hombre del polvo” y “ganarás el pan con el sudor de tu frente”. Y, así mismo, que el término Biblia (de biblion) remita precisamente al de evolución, ya que una de sus acepciones es rollo, y por extensión evolvere, que significa desenrollar, evolucionar.

4 Muy seguramente como consecuencia de la innovación de la bípeda y la piel desnuda y sudorosa en nuestros primeros ancestros que implicó serios compromisos, no solo en el parto que desde entonces tuvo que ser asistido por el grupo, sino por tener que cargar una cría desvalida que no es capaz de sujetarse por sí misma a la madre, como lo hacen los demás simios.

5 Recordar que en Colombia prima la conducta conservadora, que privilegia el statu quo, seguramente porque muy pocos son descendientes de progresistas, quienes si privilegian lo nuevo y al movimiento: movilidad social, libertad de pensamiento, libertad e igualdad de oportunidades, libertad arancelaria y de ciudadanos y mercancías entre fronteras, aceptación del plurinacionalismo (migrantes y transgéneros incluidos), aceptación de dietas o medicamentos exóticos, e innovación en arte, ciencias y tecnología, etc.); es decir privilegian la Buena Nueva tal cual la expresó Jesús, a la vez que en dicho comportamiento subyace la dopamina, la hormona del apetito por lo nuevo en contravía del status quo.

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