Acerca del propósito unitario

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El país necesita de miradas pluralistas y de largo alcance. Sus problemas son tan complejos que es imposible resolverlos en el corto plazo y a partir de miradas polarizantes.

Por Alberto Conde Vera | Columnista | Opinión |

Hay un candidato a la presidencia que insiste, con una actitud bonachona, coloquial, familiar, si se quiere, en un llamado a la unidad para defender la democracia y la libertad. Más en sus filas milita uno de los personajes más oscuros de la política colombiana y además, descalifica vehementemente al candidato más opcionado de la izquierda, considerado estadísticamente, para ganar la contienda electoral.

Ahora bien, ese candidato de actitud bonachona está en todo su derecho, cuando asume esa actitud descalificadora frente al puntero de las estadísticas, porque todo ser humano puede decidir quiénes son sus amigos y, si quiere, también sus enemigos; aunque estos últimos a veces uno se los gana sin merecerlos.

No obstante, la cuestión es que la unidad en los humanos es un fenómeno ocasional, de gran inestabilidad, que solamente se consigue cuando hay una amenaza común para todos o, cuando, por el contrario, hay circunstancias de plena satisfacción para todos.

El miedo, por ejemplo, puede suscitarla igual sucede con el bienestar generalizado; pero la unidad se mantendrá solamente si en realidad existe una condición de bienestar, o exista un hecho amenazante y mientras la causa de esos sentimientos permanezca. ¿Será que este es el caso para los colombianos en este momento?

Al parecer, el coco del momento que aterroriza a la extrema derecha colombiana se llama Gustavo Petro. Pero uno se pregunta: ¿el miedo se fundamenta realmente en el peligro de que un político de izquierda pueda, al llegar a la Presidencia del país para supuestamente convertirlo en una nación socialista mediante la destrucción de la propiedad privada sobre los medios de producción? Sin duda esto sería un error estruendoso dadas las condiciones sociales, nacionales e internacionales actuales.

Pero, ¿no será que tal miedo, por el contrario, surge entre quienes lo pregonan, ante la posibilidad, esa sí muy ajustada a la actual situación mundial y nacional, de descubrir y denunciar todos los robos al tesoro público.

¿Los trucos para favorecer a determinados personajes en la contratación estatal, ante las prebendas recibidas para adjudicar a ciertos consorcios nacionales y extranjeros los contratos de obras públicas de grandes dimensiones y suministros de distinta naturaleza, incluidas armas, en cuantía gigantescas?

Pues bien, esta situación no es nueva ni causa miedo, sino impotencia en unos casos, e ira e intenso dolor, como diría cualquier abogado, en otros.

Además, por lo que hemos visto, no es suficiente para incitar a la unión del pueblo colombiano, por lo menos en esta primera vuelta electoral, porque la gente ya conoce las estrategias para perpetuarse en el control del Estado de quienes pretenden eliminar a la oposición con tales argumentos.

No obstante, es verdad que la situación de la seguridad social es realmente calamitosa. No solamente en relación con la salud, la educación y el sostenimiento de la vida, esta última atacada por todos los costados por grupos delincuenciales y, por si fuera poco, por el atrevimiento de los grupos alzados en armas.

Situaciones estas que generan la sensación de anarquía y falta de una adecuada dirección por parte del gobierno del señor Duque

Parece como si el cinismo fuese la guía, el talante, de quienes hoy gobiernan el país. Es entonces esa corrupción, más ese desinterés de los gobernantes por las condiciones de vida de la mayoría del pueblo colombiano, esa insensibilidad ante el dolor y las desesperadas situaciones que afronta la mayoría de los colombianos. Un factor realmente motivador para la unidad nacional.

En lugar de comportarse como náufragos, situación en la cual cada quien quiere salvarse como pueda. Los colombianos hemos entendido que la salvación no está ni en la lucha individual, aislada, ni tampoco en seguir entregándole la confianza a quienes llevan no años, sino muchas décadas, gobernando para su propio y particular beneficio. Empobreciendo cada vez más a los trabajadores de base y a la clase media.

Esta convicción es claramente el mayor e invencible obstáculo para esa cacareada unidad nacional. ¿Cómo creer que quienes se han enriquecido y amasado fortunas incalculables utilizando indebidamente la estructura estatal o sobornando a los ejecutivos del Estado, han de estar ahora arrepentidos y dispuestos a resarcir económicamente el daño causado a nuestra nación?

¿Cómo imaginar siquiera que las relaciones políticas y comerciales internacionales cambiaran sustancialmente, con la misma gente que hasta ahora ha gobernado, si queremos garantizar equidad, beneficio recíproco y bienestar general tanto a nuestra nación como a sus socios? Y, sobre todo, ¿cómo evitar que esos intercambios políticos y comerciales se hagan no para beneficio exclusivo de los grandes inversionistas colombianos, sino para el bien de todos los pobladores de este territorio que llamamos Colombia?

Mientras no se haya realizado una transformación sustancial en la forma como se estructuran las organizaciones políticas para hacer efectivas dos tareas fundamentales: la educación y el mejoramiento de la calidad de esa participación popular.

Estas son contradicciones o diferencias considerables entre lo que comúnmente llamamos la izquierda y la derecha. Y si algo hay que reprochar a la izquierda colombina, e incluso a la latinoamericana, es precisamente su incapacidad para crear organizaciones verdaderamente democráticas, participativas y con los apropiados medios para tratar las diferencias y aprender a consolidar acuerdos que faciliten los avances sociales.

Así las cosas, la tal unidad nacional, por lo menos a mí, me suena hueca, más a un acuerdo entre las élites que entre partidos eficientemente organizados, donde la opinión popular tenga audiencia y sea respetada.

Además, ¿de dónde y por qué se supone que la existencia de la oposición, expresión de la diferencia y la diversidad políticas, es, no solo innecesaria sino además, dañina e inconveniente? Esta es claramente una posición fascista, absolutista, contraria a todo espíritu democrático. 

La diferencia es precisamente la fuente de lo nuevo porque desafía lo establecido y obliga a reexaminar lo existente, a romper las rutinas, a mirar en otras posibilidades y otros caminos. Eliminarla sobre la base de falsos supuestos, como pretende el uribismo, es ir en contra de la evolución del mundo.

La política no existe para perpetuar dinastías en el poder. La política es el medio para resolver democráticamente las diferencias en cuanto al camino evolutivo más conveniente para una nación, partiendo de la diferencia y no de pretensiones un animista que, como la historia ha mostrado, terminan en dictaduras.

Entonces, ¿por qué condenar anticipadamente a los diferentes? Y una pregunta más; existe un grupo, la Coalición de la Esperanza, cuyo candidato es el doctor Fajardo, ¿por qué lo ignoran? Si son tan demócratas como aseguran, ¿por qué pretenden que se trata de los extremos, de vivir en blanco y negro, es decir, en la polaridad y con tapa ojos para no ver más allá de lo inmediato?

El país necesita de miradas pluralistas y de largo alcance. Sus problemas son tan complejos y se han originado en la acumulación de tantos errores y de tanta ambición individual y mala fe en el trascurso de su historia, que es imposible resolverlos en el corto plazo y a partir de miradas polarizantes. ¿Por qué mentir entonces?

La verdad os hará libres, se repetía por ahí antiguamente y más adelante se formuló esta idea de otra forma: la verdad se construye en el camino de la transformación social y personal, por lo que de hecho no puede ser estática y definitiva.

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