Los niños del Darién

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Una de cada cinco personas que cruza la selva del Darién entre Colombia y Panamá es menor de edad. ¿Hasta dónde puede llegar este drama?

Mundo l Por Leonardo Oliva de Connectas l Migrantes l
La tragedia de los migrantes tiene una faceta sorprendente: según las últimas cifras, una de cada cinco personas que cruza la selva entre Colombia y Panamá es menor de edad. ¿Qué hace que tantos padres arriesguen la vida de sus hijos de esa manera?

Kerven tiene 10 años y acaba de finalizar una odisea migratoria de 6.000 kilómetros. Nacido en Haití, el niño de mirada triste vivió hasta hace poco en Chile, adonde sus padres habían llegado huyendo de la miseria y el caos de su país. En septiembre ellos —junto a la menor de la familia, de tres años— volvieron a tomar camino con destino a Estados Unidos. En esa ruta pasaron por el Tapón del Darién, una experiencia traumática que el niño y su hermanita jamás olvidarán.

En lo que va de 2023, más de setenta mil niños y adolescentes han cruzado esta selva tropical, más que en ningún otro año. Son uno de cada cinco migrantes, según los datos del Ministerio de Seguridad Pública de Panamá. Y lo han hecho en medio del asedio de animales salvajes y venenosos, caminando por abismos, trepando cerros, atravesando ríos, siempre conviviendo con la muerte. Todo esto, de sol a sol durante cinco, seis o más días si se produce alguna de las habituales lluvias que convierten el camino de 160 kilómetros en un pantano intransitable.

El drama de los niños migrantes no es nuevo, pero ha explotado este año a partir de una cifra de personas nunca antes vista que llega a los puestos de asistencia que Unicef ha montado en Bajo Chiquito, San Vicente y Lajas Blancas, los pueblos de Panamá a los que llegan esos miles de almas desesperadas tras cruzar la selva. El mismo día que Kerven lo hizo, un jueves de octubre, arribaron otros 69 menores de edad.

Los voluntarios de Naciones Unidas que trabajan en estos sitios no pueden creer los relatos que les cuentan los pequeños. Ellos hablan de bandas armadas que los asaltan, de violencia sexual de todo tipo y, aún peor, de cadáveres abandonados en el recorrido, en algunos casos, miembros de sus propias familias. Y si tenemos en cuenta que el 57% de los niños tiene menos de 5 años, el daño que la tragedia del Darién está haciendo es incalculable.

Pobreza, pandillas y redes sociales

El Tapón del Darién es uno de los tres puntos migratorios de América Latina que ha alcanzado récords de tránsito de personas pospandemia. Los otros dos son las salidas de Venezuela y el norte de Centroamérica y México.

Pero el paso por la selva que separa a Colombia de América Central exige a los seres humanos —sobre todo a los niños— un esfuerzo físico y psicológico imposible de imaginar. Así y todo, las cifras de migrantes no paran de crecer, porque el horizonte final —el espejismo de Estados Unidos— es irresistible para quienes no tienen nada que perder.  

En 2018, cuando ya Unicef alertaba de esta situación, 522 menores (de 50 nacionalidades) cruzaron en ese entonces el Darién, según datos del Servicio Nacional de Migración de Panamá. Cinco años después, el número ya superó los setenta mil, provenientes de casi 100 países, con venezolanos, ecuatorianos y haitianos como los tres primeros. 

Las cifras impresionan, y más, al contabilizar los muertos: la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) afirmó que entre enero de 2018 y junio de 2023 han muerto o desaparecido 258 personas en el Darién, y al menos 41 de ellos eran menores de edad.

“Estamos hablando de niños y niñas que migran con sus padres en casi todo el continente, desde Chile hasta Estados Unidos o Canadá”, dice a CONNECTAS Laurent Duvillier, de la Oficina Regional para América Latina y el Caribe de Unicef. El funcionario explica que en la última década cambió el perfil de los migrantes. Si antes eran hombres jóvenes y solteros que dejaban a su familia atrás en busca de una vida mejor y de un empleo para enviarles remesas, hoy el panorama es completamente diferente: “Son familias enteras, a veces niños y niñas solos, que migran y no dejan a nadie detrás”.

La gran mayoría está compuesta por personas muy pobres que se ven obligadas a someterse a semejante travesía porque no pueden pagar los entre 350 y 500 dólares que cobran los coyotes para conducir las caravanas por el camino más fácil. Pero la pobreza no es la única razón que explica las cifras récord.

Estas familias huyen, además, de la violencia de las pandillas que dominan sus países (sobre todo en Haití). Y también de los efectos del cambio climático que, por ejemplo, les ha quitado el acceso al agua potable en sus lugares de origen.

Pero además, muchos viajan esperanzados en un futuro ideal que les pintan otros migrantes que lograron llegar a Estados Unidos: “Los grupos y personas avanzan porque se ven impactados por una campaña mediática en las redes sociales que los empuja a caminar y caminar durante meses”. Lo dice Elías Cornejo, coordinador de Servicio a Migrantes de la ONG Fe y Alegría de Panamá, que trabaja a diario con miles de migrantes ilegales que llegan a ese país.

¿Gobiernos en acción?

Mientras el drama del Darién no hace otra cosa que agigantarse, los gobiernos de los países por donde pasan las caravanas migrantes repletas de niños empiezan a ensayar acciones. El 7 de octubre, los presidentes de Panamá (Laurentino Cortizo) y de Costa Rica (Rodrigo Chaves) visitaron el centro de recepción Lajas Blancas y después hicieron lo que se suele hacer: firmaron una “declaración conjunta” sobre la necesidad de “ordenar los flujos migratorios”. Aunque al cierre de este artículo seguían desordenados.

Mientras tanto, en México, el 22 de octubre, el presidente, Andrés Manuel Obrador, recibió a sus pares de 11 países latinoamericanos, entre ellos los de Venezuela, Cuba, Honduras, Haití y Colombia, para abordar el problema. Todos se fotografiaron sonrientes, enfundados en cómodas guayaberas blancas, con la promesa de que atenderán el problema en los países de donde provienen la mayor parte de los migrantes. Es decir, los que ellos gobiernan. Pero no respondieron una pregunta clave: ¿Por qué no lo han hecho hasta ahora?

“Hay que recordar que migrar es un derecho fundamental, cada uno puede decidir dónde ir”. Aclara Duvillier. Para el representante de Unicef, los Estados deben sobre todo comprometerse a garantizar protección a los niños migrantes “en todos los momentos de la trayectoria del viaje, tanto en los países de origen como en los de tránsito y de destino”. Pero además, entre los deberes de los gobiernos incluye las garantías de acceso a los sistemas de educación y salud de los niños que no logran pasar la frontera hacia Estados Unidos. Es decir, aquellos que quedan “atrapados” en países como México.

Cornejo, de Fe y Alegría, sostiene que el esfuerzo de organizaciones como las que él representa no bastan para atender el problema. “No se hace lo suficiente en la atención a la infancia y adolescencia que atraviesa el Darién. Porque, específicamente, no hay un centro de atención especializado. Las autoridades no permiten la construcción de un albergue para menores de edad y eso dificulta un poco la cuestión. No vamos a decir que no se está haciendo nada, pero no es lo suficiente”.

Aunque las cifras oficiales no lo confirman, desde esta organización internacional de origen jesuita aventuran una cifra que impacta aún más: dicen que hasta octubre más de cien mil menores de edad transitaron por el Darién en 2023. Y anticipan que la situación se va a agravar en los próximos meses: “Evidentemente, el proceso no se va a detener, es un flujo que no lo va a parar nadie”, admite Cornejo.

Mientras tanto, Kerven —uno de los ¿70, 80, cien mil?, niños que sobrevivieron a la selva más hostil del mundo— sigue adelante junto a su familia. Ya ha “conocido” seis países, además de su natal Haití (Chile, Perú, Ecuador, Colombia, Panamá y Costa Rica). Y le quedan quizás otros seis más por recorrer. Todo ello sin que nada le garantice poder entrar a Estados Unidos, ni mucho menos acceder a una escuela, un hospital y un techo dignos. Derechos universales que para alguien de su edad deberían estar ya resueltos en el mundo del siglo XXI.

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