El porqué del desencanto y la desesperanza del pueblo colombiano

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“Este promeserismo que es en últimas una forma de corrupción, es la principal causa de la desilusión del pueblo colombiano”, afirma Conde.

|Por Alberto Conde Vera | Columnista | Opinión|

 Estuve oyendo, en días pasados, el programa que dirige Juan Carlos Muñoz de la emisora Luna Estéreo de Chía, en la cual presentaron audios con las voces de dirigentes del orden local, departamental y nacional en relación con varias obras fundamentales como la “Troncal de Los Andes” y muchas otras que quedaron en simples promesas. 

De la misma manera oímos en ese programa a los aspirantes a la dirección de ASOCENTRO -que dicho sea paso, los aspirantes más parecían estar postulándose para presidentes de la república que a directores de un organismo regional- así como las críticas del mismo director del programa y de Juanita Ardila, ambos reconocidos y muy respetables periodistas del municipio de Chía, a la ligereza e irresponsabilidad con la cual proceden los aspirantes a distintos cargos de dirección del Estado y de las organizaciones creadas por este para coadyuvar a la programación y realización de estas obras.

En mi opinión, este promeserismo que es en últimas una forma de corrupción, es la principal causa de la desilusión del pueblo colombiano y del rechazo general a la política, considerada por la mayoría de los ciudadanos el arte del engaño y la mentira. 

Entonces, quienes, como en mi caso, en nuestra niñez, presenciamos el fervor e incluso hasta el fanatismo con los cuales los colombianos, especialmente los “de a pie”, como dicen algunos periodistas, defendían a sus partidos y seguían a sus líderes, nos preguntamos hoy ¿qué pasó?, ¿cuándo se rompió ese fuerte lazo que unía a la gente con el partido de su preferencia y con los líderes de tal partido?. 

Entonces, ¿cómo llegamos a las condiciones actuales? No entraré en razones históricas para no alargarme. No obstante, considero que al desaparecer la rivalidad entre los dos partidos tradicionales se abrió el espacio y la ocasión para que germinara, como la mala hierba, la corrupción. 

La corriente liberal disminuyó el fragor, la fuerza, la iniciativa y la creatividad y los conservadores finalmente abrazaron la causa liberal, porque el mudo había optado por este modo de organizar la producción de bienes y servicios propuesto y realizado por los liberales en todo el planeta; es decir, la construcción de un país capitalista. 

Evidentemente, con todos los recortes y despropósitos propios de una alianza de esta naturaleza. El capital internacional, a falta de dignidad y propósitos nacionales en el proceso, empezó a determinar el desarrollo del país a cambio de los privilegios otorgados a la minoría que podía exportar e importar. Y así hemos seguido. 

Pronto esos partidos dejaron de interpretar el sentimiento y el pensamiento del pueblo colombiano y, la izquierda, recién aparecida, fue incapaz de interpretar la realidad nacional para señalar un camino capaz de llevarnos a un nivel superior de desarrollo. 

Sin arraigo en el pueblo y sin la fuerza política para hacerlo, decidió guerrear absurdamente hasta convertirse en lo contrario de lo que pretendía ser: de defensora de los intereses populares en un lastre que debería cargar el pueblo en sus hombros.

Con mucha razón un dirigente de esa nueva izquierda sensata, nunca reconocida por el pueblo, debido a las atrocidades cometidas por esa otra izquierda extremista y desubicada, Francisco Mosquera, decía que en Colombia había echado raíces primero el revisionismo que el marxismo. 

Tal vez porque, para el insigne teórico de la izquierda, el alma viva de la acción política fue el análisis específico de las situaciones concretas y no la repetición de modelos de desarrollo social.

Así las cosas, el campo para la acción de una derecha que se desconectó de sus ideales superiores quedó absolutamente despejado y su prepotencia y acentuado individualismo la llevó a convertirse en lo que es hoy: un pequeño grupo, que, si bien puede exhibir altos resultados electorales, sabe muy bien que estos solamente pueden ser conseguidos con base en los sobornos y en la compra de votos. 

También saben que son los dueños del gran capital son quienes financian sus campañas y a quienes deben toda lealtad. 

Por eso tenemos banqueros que le prestan dinero al Estado para las mega obras y al mismo tiempo son ellos quienes, por interpuestas personas o firmas, contratan esas obras. De esta forma, las obras públicas no obedecen a las necesidades del desarrollo de la nación y el pueblo colombiano, sino a la voracidad y necesidad de crear oportunidades para el dolo. 

Tal forma de ver y hacer política llegó hasta tal extremo, que el común de la gente repite, sin pensar los alcances de lo que dice, que está bien que roben quienes gobiernan, pero que hagan obras para la gente. 

Lo que equivale a estar de acuerdo con la deshonestidad y la corrupción reinantes. Olvidan que el servicio público, para quienes aspiran a ocupar cargos de dirección en el Estado o en las corporaciones de elección popular, además, reciben un salario por su trabajo -por cierto, nada despreciable en las altas esferas del gobierno-, la pulcritud, la decencia, la honradez, la transparencia y la honestidad son valores irrenunciables, absolutamente obligatorios. 

A este estado de cosas, hasta consentir tal descomposición ética, hemos llegado, dada la precariedad de las condiciones de vida de la mayoría de los colombianos, que percibe salarios que apenas les permiten sobrevivir con dificultad. Como en el pasaje bíblico se cambia todo por un plato de lentejas.

Ante esta situación muchas personas exigen aumento de las penas y mayor rigurosidad en la ley; más el problema no es legal. Es ético, cultural y político. 

Es necesario trabajar con la gente del común y aún de las clases más altas, para lograr un cambio en las formas de relacionarse, en sus valores fundamentales, en el sentido de la responsabilidad social y en la idea de pensar un nuevo modelo de desarrollo y evolución social. 

Es así, en las formas de ser, en la manera como nos construimos como sujetos ante el mundo y ante los otros donde está el problema, no en la ley. Cuanto más conscientes y responsables seamos de la sociedad que estamos construyendo y de sus consecuencias, menos leyes necesitaremos y mayor participación ciudadana se requerirá. 

Quien participa en una construcción ama lo construido y jamás tratará de destruirlo, a menos que las circunstancias y el consenso lo exijan. 

Para cambiar el país tenemos que cambiar los individuos, por lo menos hasta alcanzar una masa crítica que pueda mover al resto. Construir esa masa crítica es la tarea.

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