El voto por “el del presidente”
Dado que Colombia ha ocupado él más bajo rendimiento en lectura y conocimientos en las Pruebas Internacionales Pisa, urge aclarar primero qué es el derecho al voto y qué es política.
Se usa para que los ciudadanos elijan a los miembros del gobierno, por lo que el voto es una condición necesaria para que un sistema de gobierno sea democrático. -Solo que hay países en los cuales las restricciones para la presentación y resultado fiable de candidaturas crean obstrucciones tan graves que impide considerarlos democráticos.-
Y política es el conjunto de actividades tendientes al ejercicio, mantenimiento o modificación y cambio del poder público. Constituye una rama de las ciencias sociales que se ocupa de la actividad en virtud de la cual una sociedad, compuesta por seres humanos libres e iguales en oportunidades, resuelve los problemas que le plantea su convivencia colectiva.
El nombre política deriva del griego politikós, masculino de politikḗ, que significa: “de, para o relacionado con los ciudadanos”. De ahí que sea una actividad de la que es muy difícil sustraerse; y que democracia signifique el gobierno del pueblo, y no el gobierno del presidente, ni mucho menos el presidente de la gente (o “de la gente de bien”).
¿Por qué, entonces, en Colombia por lo general no se ha votado por el gobierno del pueblo y para el pueblo? Clarificar del todo este espinoso asunto en una columna, obviamente, no es factible; no obstante, recurrir a nuestra historia puede que ayude a resolverlo.
Resulta que los colombianos, por ser descendientes en su gran mayoría de perdedores (indígenas, africanos esclavos, judíos expropiados, árabes expulsados, españoles deudores e imputados y clérigos penitentes o buscadores de sentido de vida), tenemos una aversión genética a cualquier decisión que pueda concluir en alguna pérdida.
Y ello no solo por las ansias de evitar seguir en dicha tónica o por el efecto, arrastre (dejarse llevar por la masa), sino por el síndrome de estrés postraumático que también hemos heredado precisamente por haber sido parte del bando de perdedores frente a España.
A su vez, una de las naciones más rezagadas en su tiempo en cuanto a civilidad y modernidad se refiere. Mientras que en la actualidad seguimos sometidos y manteniendo a una gobernanza excluyente generadora de gran malestar social, que a su vez es en parte reproducida por algunos de los mismos gobernados o por ideologías foráneas y anacrónicas.
Ello significa que, en nuestro país, tanto las dos terceras partes de la población que es pobre o se debate en la línea de serlo, como el tercio calificado de estrato medio alto y alto. Son igual de proclives a votar por aquel que represente al gobierno con el que toda la vida y la de sus predecesores han convivido.
Y esto, por un lado, se da por indefensión aprendida coadyuvada con el síndrome de Estocolmo (empatizar con el victimario como estrategia psicológica a la que hay que recurrir cuando no se tienen otras alternativas).
Y, por el otro, por estar mentalmente permeado de cierto sentimiento de inseguridad o alerta como si de una auténtica amenaza se tratara. Pese incluso a ser parte de la clase alta, que en Colombia corresponde solamente al 1.8 % de la población, pero que igualmente confronta las consecuencias de un mal gobierno, incluso así haga parte o esté favorecido por él.
Por tanto, por el mero hecho de ser colombiano estamos más que cooptados a seguir votando por los intereses personales, y casi nunca en procura resolver los problemas que plantea la civilidad y convivencia ciudadana en la sociedad.
Máxime, que, por haber vivido permanentemente en un marco de violencia, corrupción e inseguridad, y por extrapolaciones de datos de poblaciones norteamericanas referentes a predecir progresismo o conservadurismo en los vínculos partidistas ligado a polimorfismos genéticos de recompensa heredables.[1]
Al respecto, se puede inferir que un considerable número de ciudadanos colombianos muy posiblemente sea portador del alelo A1 del gen dopamina DRD2 y de unas amígdalas cerebrales muy activas o hipertrofiadas. Por lo que consecuentemente, sean esquivos a vínculos sociales y presenten una mayor reactividad frente a estímulos negativos, amenazantes o inciertos.
Lo que se manifiesta en una tendencia a votar por “el del presidente”; y, más aún, cuando se ha estado expuesto a las negativas consecuencias en la actividad cerebral y cognitiva que puede ejercer la pobreza.[2]
Para finalizar, solo resta encomendar nuestros votos por la Patria, y no por nuestros intereses particulares; así como también insistir en que la próxima gobernanza por lo menos cumpla y haga cumplir la Constitución, ya que desde nuestra independencia de España ha sido vergonzosamente incumplida.
(1) Blum, Kenneth et al. “Neuropsychiatric Genetics of Happiness, Friendships, and Politics: Hypothesizing Homophily («Birds of a Feather Flock Together») as a Function of Reward Gene Polymorphisms.” Journal of genetic syndromes & gene therapy vol. 3,112 (2012): 1000112.
(2) Pedersen WS, Muftuler LT, Larson CL. Conservatism and the neural circuitry of threat: economic conservatism predicts greater amygdala-BNST connectivity during periods of threat vs safety. Soc Cogn Affect Neurosci. 2018;13(1):43-51.
Los recientes datos del estudio Baby’s First Years demuestran el impacto causal de una intervención de reducción de la pobreza en la actividad cerebral de la primera infancia (S. Troller-Reenfre et al. The impact of a poverty reduction intervention on infant brain activity. PNAS 2022 Vol. 119). Lo que concuerda con los datos de JE Stiglitz (Novel de economía) en su libro “El precio de la desigualdad”: el 90% de quienes nacen en hogares pobres mueren pobres por más capaces que sean, y más del 90% de quienes nacen en hogares ricos mueren ricos por más incapaces que sean.