La rebeldía es necesaria, pero debe tener sentido

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El gobierno quiso medir fuerzas tercamente e insistió en presentar al Congreso su reforma tributaria.

Por Alberto Conde Vera | Columnista EPDC | Opinión|

 Las centrales obreras y el sindicato de educadores, junto con las asociaciones campesinas e indígenas, llevaron a cabo un paro nacional contra el proyecto de reforma tributaria propuesto por el gobierno del presidente Duque. 

Un proyecto a todas luces inoportuno y antipopular; contrario a los intereses y necesidades del pueblo colombiano y altamente favorable a inversionistas extranjeros y a los grupos financieros y económicos más pudientes del país.

Pese a las difíciles condiciones de salubridad generada por el COVID 19, una multitud de conciudadanos salieron a las calles de las grandes ciudades y pueblos a demostrar su inconformidad. 

Un hecho conmovedor por el entusiasmo y fuerza de la gente, pero preocupante por lo que puede significar en contagios y muertes en hospitales y hogares colombianos.

Pero, ¿qué significa todo esto?.  Lo primero, el alto grado de insatisfacción de la mayoría de los colombianos y de abierto rechazo a esa reforma. 

El gobierno quiso medir fuerzas tercamente e insistió en presentar al Congreso su reforma. Y es éste para mí,  el principal problema del país.  La terquedad, ya que no solamente es el resultado de una posición personal del presidente Duque, sino del sector ciudadano con mas capital e influencia sobre el desarrollo nacional. 

No hablo de empresarios, porque muchos ya han comprendido que no pueden haber brechas tan abismales entre consumidores, trabajadores e inversionistas y también que, para que el país despegue, como lo hace un avión en emergencia, debe salir del lastre que le impide tomar altura.

Lastre en el que se han convertido millones de colombianos abandonados a su suerte por la inclemencia y el carácter elitista de los gobiernos colombianos, más cercanos a la concepción feudal del poder que a los conceptos modernos del mismo. 

Es elemental: la opulencia no es buena, menos si se basa en la miseria y la marginalidad que niega los derechos fundamentales a un porcentaje tan alto (cerca al 25% de la población, o sea cerca de 7.5 millones de compatriotas).

Este es el problema principal, unido a la existencia de una clase media constreñida por ingresos que no se corresponden con los niveles de inflación, inestabilidad laboral, crecimiento del narcotráfico, violencia urbana e intrafamiliar y contra la mujer. 

Así como la delincuencia común y la corrupción de los gobernantes en grados absolutamente insoportables.

Todo lo cual indica que hemos perdido el punto de referencia ético y el sentido de la unidad nacional. 

Parece como si alguien hubiera declarado él desborde total, la insolidaridad absoluta, el individualismo extremado, la desconsideración de las consciencias obnubiladas. 

Así lo demuestra la reforma que presenta el presidente Duque que intentó gravar hasta el derecho al entierro de los muertos. 

Por eso son tan importante las manifestaciones de rechazo a la inhumanidad del gobierno y de solidaridad con los pobres de nuestro país por parte de los manifestantes.

Pero ante esta pandemia, también hubiera sido mejor intentar otras formas de manifestar la inconformidad y el rechazo a las políticas del actual gobierno.

En realidad, una vez más se exhiben la desreferenciación y la ausencia de un rumbo claro. 

Es entonces tiempo de empezar a discutir con todos los sectores sociales, económicos y políticos que entiendan y defiendan la necesidad de una transformación sustancial y seria del país, así como con todos los partidos que comprendan que esta organización social y esta estructura socio-policía en la cual vivimos ha colapsado y reclaman cambios fundamentales.

Digo- es necesario que empecemos a discutir entre todos cuáles deberían ser esos cambios y como se implementarían. 

Es responsabilidad de todos porque tal transformación requiere mucho compromiso, flexibilidad y sensatez. No se trata de imponer un modelo y menos si este modelo se ha desgastado, como los viejos modelos socialistas, o como los monopólicos modelos capitalistas, igualmente inhumanos. 

Es crear un nuevo modelo de desarrollo a partir de las actuales condiciones y circunstancias nacionales e internacionales, pensando de verdad en acabar la pobreza y desarrollar el país en todos los frentes de la actividad humana. 

Es abandonar la idea de que el fin de la organización social es lograr que todos trabajen denodadamente, para sostener en la cúspide una pequeña cúpula, mientras el resto de la población nada, apenas para sobrevivir y otros para no hundirse en el fango de la pobreza absoluta.

A esta tarea deberían dedicarse todas las fuerzas sociales, políticas y económicas de nuestra nación, mientras, simultáneamente, se buscan alternativas para paliar las circunstancias del momento. 

Tarea esta que también requiere de la participación de todos los gremios, sectores sociales y partidos.

Pero infortunadamente los egos de algunos es ganar elecciones, aunque la experiencia ha mostrado que por esta vía es bien poco lo que se puede hacer, salvo impulsar la participación de las distintas fuerzas en los propósitos aquí expuestos y administrar adecuadamente los recursos mientras tanto. 

Ojalá, algún partido o movimiento asuma con dignidad y entereza estos caminos y aproveche productivamente el deseo de participar de los jóvenes, de los líderes y lideresas populares, convirtiéndolos en protagonista de la construcción de la nueva Colombia, llena de oportunidades y unida por lazos fraternos de fe y esperanza, cimentados en el trabajo conjunto, el respeto mutuo, la cooperación, los salarios justos y la unidad nacional en la diversidad y la diferencia.

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