Las promesas

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“La expresión de voluntad de dar a alguien o hacer algo por él”, es fundamental para consolidar la concordia.

Por: Luis Fernando García Núñez | Columnista | Opinión |

cuántas promesas incumplidas y cuántas desilusiones en estos tiempos en que la palabra se encara con la dignidad de los pueblos. 

Tantos ofrecimientos en los emotivos discursos, en esas multitudinarias sesiones y en los encuentros, que se convierten en castillos en el aire y se difuminan con la misma insolencia con que se formulan. Ahí están los pueblos del mundo esperando que se cumplan los acuerdos, que se hagan realidad las ofrendas y las restituciones. Que los promeseros no solo hablen, sino que actúen y resuelvan las tantas dificultades que vive esa humanidad que oye más cañonazos que esperanzas de paz. 

Solo cumplen los que quieren la guerra, los que no quieren que la tranquilidad y la alegría reinen en la Tierra. Solo el ruido de los profetas de la tragedia, los voceros del apocalipsis, se oye con más potencia, solo esos enemigos hipócritas de la democracia tienen más eco en los grandes medios de comunicación y son más creíbles para los pueblos sojuzgados por la ignorancia y la insidia.

Pero las promesas deben cumplir su histórico papel. Deben hacerse realidad y desmontar el odio y la violencia, la perfidia tan bien trazada, y tantas veces promulgada, tras las declaraciones fariseas de quienes no quieren que nada cambie, que todo esté como antes y que los pueblos no puedan tener mejores épocas y buscar su libertad y su felicidad.

Esa “Expresión de voluntad de dar a alguien o hacer algo por él”, según el Diccionario en su primera acepción, es fundamental para consolidar la concordia, tantas veces prometida y tantas arrebatadas. Es el arte, sin duda alguna, en todas sus expresiones, el que más puede ayudar a sacar a estos pueblos del letargo en que fueron sumidos por más de dos siglos de promeseros sin prestigio y sin historia, de canallas que usaron la palabra para adulterar las conciencias y abusaron de su poder para desviar la razón de la justicia.

Quizás sea útil recordar a Demófilo, el escritor de sentencias pitagóricas, que decía “Promete poco y cumple mucho”. No obstante, el jesuita español Juan Eusebio Nieremberg advertía, con mucha sabiduría, que “Las grandes promesas son siempre muy sospechosas”. Vale la pena advertir que nunca se debe prometer a los jóvenes –niños, niñas, adolescentes– nada que no se les vaya a cumplir. ¡Ahí empiezan las frustraciones!

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