Tras la tormenta, la calma

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La política de paz lanzada con audacia por el presidente Petro, es una política congruente con nuestra realidad y con la necesidad de tranquilidad que todos experimentamos.

Por Alberto Conde Vera | Columnista | Opinión | 

 La polarización que se vivió en la campaña electoral que culminó con el triunfo del doctor Gustavo Petro, parece haber disminuido luego de los primeros nombramientos que el presidente electo hizo en varios de los ministerios. 

Nombramientos que corresponden a su promesa de no hacer un gobierno de partido y por fuera del tradicional esquema de gobierno-oposición. Para algunos, debido a que se reafirman en los viejos modos de pensar, este es una traición al ideario de la izquierda. 

En mi opinión, la cuestión no es esa; se trata más bien de encontrar caminos que nos permitan resolver los graves problemas que vive la población colombiana y de encontrar la forma más práctica para hacerlo. Y esta posición no es cualquier cosa. 

Por primera vez, desde la culminación de la guerra liberal-conservadora en 1954, y tras la conformación de la nómina de ejecutivos del gobierno, se abre la posibilidad de un gobierno que atienda prioritaria, aunque no exclusivamente, las grades necesidades del pueblo colombiano. 

Este es sin duda un gran reto, pues se trata de un balance delicado y difícil en la inversión pública, por una parte, y por otra, de un manejo político no basado en la lucha despiadada que  en los últimos 70 años ha estado centrada en dos aspectos: el botín de los grandes contratos para ejecutar las suntuosas obras que se han hecho y el deseo de gobiernos hegemónicos cuyo objetivo ha sido eliminar la diversidad y el pluralismo, basados en el supuesto de que sobre este planeta no existen más que dos sistemas: el neoliberal y el socialismo radical. Esto a pesar de la diversidad de enfoque político que nos ofrece Europa.

Pues bien, dicho lo anterior, creo que hay que mirar con otros ojos lo que está sucediendo en el país y por encima de cualquier consideración político-económica, debemos pensar que los colombianos tenemos derecho a una nación distinta: centrada en el bienestar colectivo, empeñada en superar las grandes brechas que tanto en lo económico como en lo cultural y social hemos creado. 

No se trata de perseguir a los ricos, mucho menos de socializar o de acabar las empresas. Esa es la vieja forma de reflexionar, guiada por unos ojos con ceguera parcial que todo lo ve en blanco y negro, que no logra ver la enorme variedad de matices existente entre estos dos colores, que no entiende la importancia, desde el punto de vista del desarrollo, entre diversidad, diferencia y pluralidad.

Nosotros somos diversos a causa de la enorme variedad de climas y pisos térmicos que tenemos.

Un paisa tiene muy poco en común con un nariñense, igual un santandereano es muy distinto a un boyacense o a un cundinamarqués, en fin las regiones producen diversidad de modos de ser y de actuar frente a los otros y frente a la naturaleza.

Además, dentro de estas características regionales tenemos diferencias en nuestros modos de interpretar las realidades y las formas en que estas evolucionarán y tenemos un pluralismo impuesto, que no sabemos manejar, por las corrientes de pensamiento del orden religioso,  político, regional, universitario o intelectual. 

La democracia, -dicen- debe basarse en el respeto tanto a la diversidad, como a la diferencia y la pluralidad; pero en la realidad se trata de un sistema de poder dentro del cual las relaciones de poder son básica y generalmente de dominación en todos los ámbitos de la actividad humana. Eso es exactamente lo que tenemos que cambiar. 

¿Por qué? Porque, aunque se crea lo contrario, la dominación no es una relación de poder, puesto que no ofrece alternativas, posibilidades de ver las cosas distintas, alternativas de acción diferentes, formas de pensar diferente.

¿En qué se basa?, en una idea estúpida según la cual quien gana unas elecciones tiene derecho a imponer a los demás su manera de pensar, sus puntos de vista sobre la realidad y tiene derecho por lo mismo a perseguir y a eliminar a sus contradictores. 

Como el presidente Petro empieza contradiciendo esta línea de pensamiento que ha sido por siglos la guía tanto de la derecha como de la izquierda, un poco porque las circunstancias se lo exigen y también porque su equipo es un equipo diverso, entonces un sector de la izquierda empieza a llamarlo traidor, otro oportunista. 

Para mí en realidad se trata de hacer lo que las condiciones y la circunstancia permiten avanzando hasta donde sea posible en la construcción de una nación de nueva democracia real y efectiva, dejando unas bases firmes, un norte claro que impida a los que vienen a regresar al pasado guerrerista y excluyente.

Dos problemas escamosos, como dicen algunos de los jóvenes de hoy, son las guerrillas convertidas en narcotraficantes, como forma de autofinanciarse, por su incapacidad para entender el modo de pensar del campesino colombiano. 

El otro, mucho más grave, los narcotraficantes que solamente han tenido en su mente un solo objetivo: ser archimillonarios. Son dos cosas distintas, evidentemente, aunque sus maneras de lucha se parezcan. 

¿Qué hacer? Esta es la gran discusión que debemos emprender los colombianos, todos, para alcanzar definitivamente la paz. Es, entonces, absolutamente necesario que los alcaldes propicien varios foros en sus municipios con el tema de cómo alcanzar la paz. 

Cómo acabar la guerra tanto con los guerrilleros como con los narcos. Esto es urgente, pero hay que poner un tiempo límite para entregar conclusiones y propuestas de solución, porque no podemos seguir dejando que el miedo a la muerte impida el desarrollo de la creatividad y de la productividad de nuestros campesinos. 

Definitivamente, la solución de este conflicto debe surgir de las víctimas y los victimarios, no hay otra posibilidad de resolverlo seriamente. Además, hay que recordar que todos los colombianos hemos sido de alguna manera víctimas en este conflicto, aunque solo sea por el atraso en el desarrollo empresarial e industrial que esas guerras han causado; atraso que igualmente es causa fundamental del desempleo que tenemos. 

Si esto va en serio, es decir, si realmente entramos en la era de la participación popular, hay que empezar por los problemas más graves y la guerra, sin duda, es el más grave. 

Entonces creo que la política de paz lanzada con audacia por el presidente Petro, es una política congruente con nuestra realidad y con la necesidad de paz y tranquilidad que todos experimentamos. Considero por eso que debemos apoyarla sin reservas y aportando a su desarrollo.

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