El 20 de julio de 2021, día de la fantasía en Colombia

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Una de las principales consecuencias de esta pandemia ha sido desnudar las graves falencias del sistema social colombiano en su conjunto.

Por Alberto Conde Vera | Columnista EPDC | Opinión| |

 La fantasía es la capacidad de ver con los ojos de la imaginación y, por eso, suele decirse que fantasear descansa el corazón. Pero cuando la fantasía deja de ser un medio para proyectar, y pasa a convertirse en mentira, sucede todo lo contrario: el corazón se oprime. 

Y esto fue lo que sucedió el pasado martes 20 de julio. Tras oír al presidente Duque, era inevitable no preguntarse de cuál país estaba hablando este señor, porque sucede que las verdades a medias son tan agresivas como las mentiras. Las palabras del presidente Duque, oídas por un extranjero, seguramente dan la idea de que este gobierno es el mejor que ha tenido el país en los últimos 50 años. 

Pero, es cierto que esa forma de hablar corresponde a una manera de ser, sentir y pensar de la mayoría de los dirigentes políticos del país y, es también muy común entre los ciudadanos de esta, nuestra querida nación. 

Consiste en que, frente a un problema social de gran magnitud como la falta de vivienda, o las enormes limitaciones del sistema hospitalario para atender la demanda suscitada por la pandemia, los medios oficiales y el gobierno magnifican las cifras y lo hacen de tal manera que logran convencer a muchos de que todo va por buen camino y se resolverá oportuna y adecuadamente, a pesar de la magnitud de la crisis actual en temas de salud, a la que se suma la que ya existía. En efecto, los hechos muestran que se atiende a un pequeño porcentaje, más o menos, el 30% de la población.

Una de las principales consecuencias de esta pandemia que nos azota, ha sido desnudar las graves falencias del sistema social colombiano en su conjunto, además de demostrar algo que la izquierda ha venido denunciando desde hace mucho: el desvío de las inversiones estatales y del mayor porcentaje de los auxilios financieros hacia el sector más pudiente y capitalizado del país. Podemos ver el campo y a los campesinos abandonados a su suerte, a excepción, claro está de los grandes terratenientes. 

Las carreteras terciarias y secundarias, que son las que permiten la movilidad en los sectores rurales, están absolutamente descuidadas. Igual, las escuelas y los maestros que laboran en ellas. Numerosos campesinos viven exponiendo sus vidas en las laderas de los cerros o junto a la rivera de los ríos, mientras que oscuros personajes se apropian de grandes extensiones de tierra que, además, deforestan. Empero, apenas terminan una escuelita en un sector rural, cercano a una de las grandes ciudades, los gobernantes hacen un gran despliegue publicitario para mostrar “de qué manera tan eficiente” atienden la demanda escolar. 

En fin, predomina el engaño como táctica para manipular a la opinión pública, mientras los poderosos de la economía sacan adelante sus negocios, sin mayor esfuerzo, con la ayuda cómplice del Estado. Un solo ejemplo basta para comprender esta absurda realidad, ¿no fue eso el cuatro por mil? Esta forma de proceder se basa en la absoluta ignorancia que padece un alto porcentaje de la población en cuanto al conocimiento de sus derechos y, por otro lado, proviene también de los gobernantes que no entienden, o se hacen los que no entienden, que han sido elegidos para satisfacer, de la mejor manera posible, esos derechos de la gente. 

De esta manera, los politiqueros que han gobernado el país, desde los municipios, pasando por los departamentos hasta la nación, parecen no comprender que tienen la obligación constitucional de servir, de satisfacer las necesidades básicas de la gente y, en su lugar, se comportan como si estuvieran haciéndole favores a la población cuando hacen una carretera, construyen una escuela, o ponen en funcionamiento un acueducto, etc. 

Pero lo peor es que muchas personas piensan que, efectivamente, es así y que necesitan mendigarle a cualquier politiquillo el cupo escolar para su hijo, la pavimentación de una vía, o la instalación del servicio de agua potable. 

Es decir, que esta es una relación de poder absolutamente desequilibrada, o sea, un ejercicio de dominación que se parece al juego de la moneda de los tramposos: “con cara gano yo y con sello pierde usted”. Es también una expresión de lo que Luis Carlos Galán, el líder asesinado en Soacha, denominó como clientelismo. 

Esta situación debe y tiene que cambiar. ¿Cómo? Con un trabajo muy bien planificado a mediano y largo plazo, fundamentado en la educación política, en el ejercicio de la libertad, en una nueva forma de entender el concepto de poder y el de los derechos humanos, realizado por partidos, organizaciones y grupos de base en los barrios de las ciudades y con la participación efectiva de la gente. 

Con un trabajo, no de adoctrinamiento, como se hacía en los sesenta, sino de análisis de realidades y de transformación personal y social. Entonces, la situación actual plantea dos tareas urgentes: la participación en los procesos electorales que se avecinan con nuevos criterios y formas de actuar y, segundo, el trabajo de educación y renovación de los criterios políticos con base en la participación activa de la gente; estas son tareas que van de la mano y no se contraponen. Hay que tener presente el concepto foucaultiano del poder: el poder son relaciones, relaciones de fuerza. El poder circula, no es propiedad de nadie y su ejercicio es permanente en todos los ámbitos de la actividad humana. ¿Cómo se hacen esos ejercicios de poder en todos esos ámbitos, y quiénes los hacen, para qué los hacen? ¿Cuáles son las estrategias utilizadas? Ahí está la cuestión a dilucidar entre todos.

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