Epílogo: Límite de fatiga

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Estrés es tanto la modificación o resultado que experimenta un material cuando actúa sobre él una fuerza o carga externa, como la fatiga de dicho material.

“Nada en biología tiene sentido si no es a la luz de la evolución”. T.Dobzhansky

Por: William Álvarez Gaviria| Otorrinolaringólogo | Columna de opinión tomada de la edición 119 de EPDC |

El concepto límite de fatiga o límite de resistencia hace referencia al nivel de estrés en un material, por encima del cual hasta una carga mínima ocasiona su colapso. 

En materiales vivos como nosotros y el resto de la biosfera, las tensiones por estrés crónico y desgaste irreversible, se ajustan igualmente a dicho límite. 

Y no solamente porque el desgaste de nuestros cuerpos coincida con el envejecimiento o esté correlacionado con el abuso, los traumatismos, las enfermedades o la polución ambiental, sino también porque tiene que ver con el inminente cambio climático

Frente a tal eventualidad, aunque nuestro destino no es comparable ciento por ciento con lo sucedido en el pasado, consideramos que la mejor forma de sobrepasarla es asumiendo la postura de la continuidad endocrina con todo y estrés-resistencia y fenotipo hiperextendidos, en un escenario que de todos modos será también diferente para todos aquellos que lleguen a sobrepasarlo. Quienes de todos modos y muy probablemente van a ser igual de mínimamente seleccionados, como ya sucedió en aquel invierno nuclear de hace 75.000 años, no ocasionado por nuestra especie sino por la erupción del volcán Toba en Sumatra, que puso en ese entonces al pool de genes de la especie en un cuello de botella genético (apenas sobrevivieron unas 3.000 a 10.000 parejas, según recientes análisis moleculares y arqueológicos). 

Afirmamos mínimamente seleccionados, por estar correlacionados no con la aptitud que evoca el concepto de selección natural, sino con la fuerza bruta sustentada principal y obviamente en testosteronavasopresinaoxitocina y cortisol, cada vez más activas en nuestra especie, y cuello de botella genético, porque semejante a lo sucedido en aquel entonces nuestra especie muy seguramente será diezmada

Este hecho tendrá la posibilidad, por lo menos, de reforzar aún más el que somos genéticamente más parecidos entre nosotros mismos que los chimpancés entre sí. Lo que no solo redundará de una vez por todas a desmentir la idea de que nuestra especie está subdividida en razas, sino que quizá por fin nos ponga al tanto de la futilidad de discriminarnos y juzgarnos los unos a los otros.

Sobre la base de estas escasas certezas, nada más propicio que evaluar nuestros actuales fenotipos hiperextendidos, puesto que no solo son producto de nuestra hiperansiedad y por ende modelados por interacciones demasiado estresantes, sino que, en gran parte, como nuestro sistema endocrino y endosimbiontes (microbiota y mitocondrias), ellos nos reprograman y determinan bidireccionalmente. 

Tal modelo de fenotipo, aunque se corresponde con el fenotipo extendido propuesto por R. Dawkin, es distinto en el sentido de que no corresponde solo a nuestro caparazón corpóreo y a unas cuantas herramientas compartidas de forma igualitaria, como lo fue en el Paleolítico y en gran parte del Neolítico, sino que corresponde a una maquinaria fuertemente determinante para dejar por fuera cuanto oponente se vaya atravesando en la durísima lucha por la vida que el calentamiento global nos aguarda. 

La razón es que la competencia muy probablemente va a ser de tales dimensiones, que quienes sobrevivan o medio sobrevivan no necesariamente serán los más aptos (o los mejores ubicados en la escala social), como hasta ahora ha sucedido en la naturaleza.

Pero más propicio aún es atenernos a lo que la ONU GEO-6 y The Breakthrough National Center for Climate Restoration pronostican: el derretimiento de los polos para la segunda mitad del siglo XXI.

Tiempo en el cual el planeta se sumergirá en un circuito de retroalimentación de condiciones cada vez más calientes y letales, que incluye contaminación de agua dulce, resistencia antimicrobiana e infertilidad y trastornos del desarrollo por disruptores endocrinos.

Todo esto significa que hoy, pese a disponer de refugios bien acondicionados bajo tierra o bajo la superficie del mar, no van a alcanzar para todos, y menos el agua potable y los alimentos, lo que habrá de desembocar en un nivel de competencia y extinción nunca antes vista

A eso es a lo que básicamente nos referimos con el título Límite de fatiga. Máxime, que, para cerrar círculo, coincide con lo definido por las ciencias físicas: estrés es tanto la modificación o resultado que experimenta un material cuando actúa sobre él una fuerza o carga externa, como la fatiga de dicho material.

Definición que afortunadamente también implica modificación o resultado. Es decir, dado que somos la variante viva de la materia inanimada, no todo lo que concierne a nuestra especie y al resto de la biósfera ha de ser límite de fatiga o estar perdido. 

El fenómeno físico del estrés y su extrapolación a la materia orgánica como respuesta de estrés, implica igualmente resiliencia o capacidad de sobreponerse a momentos críticos con resultados positivos, como es el caso de la preservación o conservación de la estructuración y la homeostasis o estabilidad del organismo y, por ende, de la especie.

Esto significa que aún disponemos de tiempo, y de pronto hasta de conciencia e inteligencia para no seguir con el hedónico e insalubre afán de poseer y ostentar. Actitud que en la actualidad tanto nos caracteriza, pese a que nuestra especie, como todos los cuerpos celestes, está supeditada algún día a la entropía y a la dialéctica universal que da cuenta de síntesisdisgregación

Tenemos que volver a entrenar la inteligencia ambiental, no la definida como el soporte eficaz y transparente para la actividad de los sujetos a través del uso de las tecnologías de la información y las comunicaciones, sino a aquella en la que nuestros ancestros paleolíticos eran expertos: la inteligencia ecológica.

Tipificada como una de las categorías en las que la inteligencia ha sido caracterizada recientemente por la psicología, e igualmente referente a la Biofilia wilsoniana o impulso de asociación que sentimos hacia otras formas de vida, tal inteligencia es lo que muy seguramente nos hará sobrepasar la actual contingencia.

Y quien tiene la palabra y la acción para resolver o solventar la inminente gran extinción no es este ni ningún otro sugerente artículo. Somos todos los ciudadanos a quienes compete tan descomunal empeño. 

Aún más, cuando en complicidad con las multinacionales mercantiles (con todo y sus neuromercadistas y gobernantes corruptos o corrompidos por ellas), somos los culpables. Y peor aún, cuando encumbrados por el neoliberalismo (ideología en que coinciden el statu quo del conservadurismo y lo errante del progresismo) hemos llevado nuestro fenotipo hiperextendido al máximo. 

No obstante, espero que este artículo, además de contribuir en algo a promover otros más al respecto, inculque a sociólogos, biólogos y profesionales de atención de desastres y conciliación de conflictos, a conformar instituciones regionales y multicéntricas que enseñen una comprensión más completa sobre cómo poder salir de esta debacle, y lleguen al mayor número posible de ciudadanos.

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1 comentario

  1. Carlos Vargas 19 junio, 2023 at 12:24 Responder

    El Inmediatismo es el peor consejero a la triste realidad, ni los que YA han sufrido desastres se convencen de que nos toca cambiar

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