Interrogantes bio-antropológicos sobre el aborto
En el siglo XXI, llamado siglo de la Biología, se descubrió que cualquier célula del cuerpo humano -vía clonación-, tiene la potencialidad de poseer estructuralmente la condición humana.
Resulta que los interrogantes que plantea el aborto y temas afines no deben ser religiosos ni legales, son antropológicos; y más aún, de índole bio-antropológica, es decir, y ratificando lo que profundamente nos agita, son seminales (relativo a siembra, potencialidad de autodesarrollo). Tanto que, incluso y citando a Pico della Mirandola, abordados antropológicamente también atañen a la “comprensión de la unidad del cosmos y demás seres vivientes”.
La antropología direcciona a que el ser humano merece respeto y derechos, es decir, a la dignidad personal (dignitas, decencia; personare, hacer eco), por el solo hecho de ser (digno per se, racional y autoconsciente, susceptible de derechos y obligaciones). Tal acepción contiene, además del estatuto ontológico de carácter fúndante, elementos subjetivos correspondientes al convencimiento de poder alcanzar la plenitud personal, y elementos objetivos vinculados con las condiciones para obtenerla. Son estos últimos elementos los que nos enfrentan a la dignidad intrínseca del otro, como al respeto por las diferentes especies con las que compartimos y sustentamos el planeta.
Este artículo se desarrolla desde un estudio descriptivo e interdisciplinar de las claves éticas y bio-antropológicas que concurren en el tema del aborto.
Resultados y conclusiones
El Homo sapiens es un organismo más en el complejo entramado de la biosfera, y por ello, en la era actual de la historia de la dignidad humana, seguir negando nuestra biología no tiene fundamento. Infortunadamente, no todos conceptualizan así. El concepto de dignidad a la que adhieren, por ejemplo, los detractores del aborto sigue subordinado a contextos supuestamente superados: el aspecto religioso prima sobre lo bio-antropológico. Desconocen que el concepto de dignidad humana en la modernidad, por basarse en postulados heredados de La Ilustración, prescinde de cualquier fundamento teológico. Y eso que, al parecer por conveniencia, actúan a diario incoherentemente con su moción de censura dado que, además de mostrarse acordes con que los menores donen células precursoras, no protestan por la exclusión de los llamados embriones inviables, requeridos para garantizar el éxito de cada fertilidad asistida llevada a cabo en clínicas de todo el mundo.
En el siglo XXI, llamado siglo de la Biología, se descubrió que cualquier célula del cuerpo humano -vía clonación-, tiene la potencialidad de poseer estructuralmente la condición humana. Por ello, cada uno de los billones de células dérmicas que diariamente sometemos los humanos a rasuración, tiene igual potencial. Es decir, no solo los cigotos, sino cualquier célula viva humana, contienen impronta parenteral, capacidad de ser una realidad humana, una persona en acto. Y es que el concepto y definición de vida no es parmenidiano, es un concepto heraclitiano: la vida flamea, ondula, es un fluido… se mueve.
Diferente es el concepto de dignidad humana. Por ser el humano un animal interlocutor por antonomasia, el grado de respeto y derecho que le asiste se articula en la dignidad propia de dicha condición. La dignidad humana subyace en el valor intrínseco de ser en la comunicación.
De ahí, que lo que se elimina con el aborto de un embrión es un cúmulo de células que, si bien posee estructural y ontológicamente la potencialidad de condición de ser humano, no ha alcanzado aún la razón de dignidad humana. Incluso, desde el punto de vista de la ontogenia, apenas se corresponde con el estadio filogenético de pez (si bien la ontogenia no siempre recapitula la filogenia). Aunque tenga la potencialidad, el embrión, al no ser portador de condición interlocutora, no constituye una alteridad que tenga necesariamente que merecer respeto y derechos. Un recién nacido, un mudo o un limitado mental, aunque no hablen, son interlocutores de facto y, por tanto, merecedores de respeto y derechos.
Es por ello mismo que a la persona humana no se le debe -bajo ninguna circunstancia- eliminar o acallar contra su voluntad. En cambio, el embrión, al carecer de la condición de interlocutor y de voluntad y, por tanto, al no estar cobijado por el valor intrínseco y la investidura que el ser persona confiere, puede calificar -si las circunstancias lo ameritan, para ser obliterado-. Aquí cabe decir, parodiando a Benedicto XVI, pero cambiándole creador por creación, que la persona humana está revestida de una dignidad excelsa, enrazada en su vínculo con la creación.
“Los seres humanos somos en el lenguaje, en la reflexión, en el vernos a través del otro”
Ahora bien, hace más de 5000 años se promulgó sobre la interrelación de humanos, especies y biotipos, incluso el vocablo griego ethos del que deriva el término ética se entendió como el lugar habitado por hombres y animales, algo que en la actualidad por fortuna se está recuperando. Y no por la bioética, sino por la ecología, ciencia surgida de la biología, por medio de la cual y más que por otras ramas del saber, se interpreta mejor la complejidad emergente que surge de las interconexiones. No extraña entonces que al tiempo que revuelca conocimientos vernáculos, la ecología también agita dogmas por medio de su más clarividente precepto: “Cuando un sistema vivo crece tanto que altera sistemas vecinos, tarde que temprano se altera a sí mismo”.
Y si este precepto lo que evoca es el equilibrio en la naturaleza, el Juramento Hipocrático (Hórkos) no se queda atrás, sus preceptos van en tal sentido desde su irrupción hasta hoy. En los tiempos de Hipócrates la población humana recién se consolidaba en el planeta como especie viable y armonizable con las demás, dado que antes estuvo sometida a un cuello de botella genético que casi ocasiona nuestra extinción (recordar que la extinción de una especie también compromete el armonioso equilibrio predador-presa, en que la creación en su cuasi infinita sabiduría opera).
No extraña, entonces, que en la época del Corpus Hippocraticum, el que un médico “sugiera o dé a alguien, aunque lo pidiere, un fármaco letal, o proporcione a una mujer algún pesario abortivo”, sin lugar a dudas se constituía en otra latente injuria para la especie, y por consiguiente significativa posibilidad de alteración del equilibrio de la biosfera. Los médicos, consecuentemente, se cuidaban por “mantener su arte en pureza y santidad” (IV voto Hórkos); incluso Herófilo, el fundador de la anatomía humana e inventor del embryosphakter (el despedazador de embriones), quien ejerció en la tradición hipocrática de la cual era discípulo, por salvaguardar la vida de las embarazadas en caso de complicaciones severas padecidas por la gestación.
Actualmente, los médicos aún mantienen en lo posible, por decir así, su arte en pureza y santidad, pero como Herófilo, sin aferrarse literalmente al voto. No solo siguen actuando de manera tal que los efectos de su acción no sean destructivos para la futura posibilidad de la vida humana en general, sino que su misión fundamental hoy más que antes es contribuir a dignificar la vida que está bajo su custodia.
Dicha misión se hace realidad en este siglo, desde y en la interlocución, y dentro del precepto de equilibrio, normatividad y conocimiento. Por eso los interrogantes que plantean el aborto y temas afines atañen a la bio-antropología, y en tal contexto deben prioritariamente ser discutidos; y no solo porque su objetivo constituya la integración de los conocimientos biológicos y humanos, sino porque ello per se propende en obvio beneficio del entorno y consiguientemente de la humanidad.
La dignidad y la ética son, son categorías que sustentan tanto el derecho a la propia vida y salud, como también al de la viabilidad de nuestra especie y de las otras con las que moramos en este planeta. No extraña, pues, que el equivalente latino de ethos seamos (morada).
Por esto, cuando nuestras poblaciones superan umbrales demográficos que empiezan a comprometer la supervivencia global como hoy padecemos y que se corresponden con los de una plaga, se debe en lo posible actuar en consonancia y mancomunadamente. Como mínimo, proponiendo despenalizar el aborto en los casos que lo ameriten; y no solo por poner un grano de arena para tratar de restablecer la armonía con el entorno y, por ende, la viabilidad de nuestra propia especie, sino para que además la mujer y por ella el hombre, siendo el caso sean libres ante un embrión que, por no ser deseado, esclaviza y enferma por demás.
El desarrollo integral humano es un marco de realización armónica entre los individuos, y entre estos y el medio ambiente, en las distintas dimensiones, por un lado, de la personalidad y por el otro lado, de su respetuosa y moralizante interacción con el entorno, que debe traducirse para él y su descendencia en una vida digna, con la potencialidad para ser plena y feliz. Esto significa respeto a los derechos propios, consecuentes con los demás integrantes de la especie y con el resto de la biosfera (dignitas, decencia; personare, hacer eco). Y, por tanto, atención a las necesidades de alimentación, salubridad y educación, al tiempo que reconocimiento de la capacidad de crecimiento personal como integrante de un nicho biológico sostenible al que no se debe someter a desarmonías, por ningún motivo y menos por motivos religiosos.
Una vez que se aprende esto, por lo general a través de la enseñanza de la sociedad, se empieza a conocer, a estimar a los otros individuos y a los otros organismos diferentes a nuestra especie, en una relación especular de moralidad y respeto profundo. Nuestra personalidad social no solo es una creación del pensamiento de los demás: le debe en su constructo, incluso, a la voluntad de otras especies poseedoras de autoconciencia, como el chimpancé, por ejemplo.
Para terminar, no deja de ser lamentable que la dignidad, en la cual la salubridad hace parte de los derechos humanos, esté aún más comprometida por el actual sistema mercantilista de salud. El neoliberalismo no solo proporcionó que las multinacionales farmacéuticas se interesen más en la venta que en la interactiva promoción de salud, sino que contribuyó a que tanto médicos como pacientes, formados últimamente con la idea del cuerpo como objeto al que hay que disgregar, atenúen el uso de la interlocución como instrumento esencial terapéutico. Por ello es la oferta-demanda, el método con que funciona el neoliberalismo y que tanto perjudica a la salubridad, lo que también se debe regular en aras de la dignidad humana.
Y más aún en Colombia, en donde y entre otras, por no tenerse fácil acceso a todos los métodos de control natal, los hijos no deseados corresponden a más del 50% de los nacidos, y, para ajustar, en donde una de las 5 principales causas de mortalidad en mujeres en edad reproductiva sigue siendo la maternidad, incumpliéndose de paso con otro de los requisitos de salud para el año 2000 acordado ante la OMS.
“Los seres humanos somos en el lenguaje, en la reflexión, en el vernos a través del otro” (Humberto Maturana).