¿Los buenos somos más?

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Necesitamos aprender a vivir en la cooperación y en la ayuda mutua. 

Por Alberto Conde | Columnista | Opinión |

 Una frase común, que incluso ha sido tomada como eslogan en varias manifestaciones es esa de: “los buenos somos más”. Sin embargo, la pregunta surge inmediatamente, ¿Quiénes son los buenos? Por ejemplo, los oportunistas que compraron a los campesinos amenazados por los paramilitares o los guerrilleros, predios de gran valor por sumas ridículas –compradores entre los cuales se encuentran no pocos políticos-, ellos seguramente se consideran buenos porque piensan que su acción es meritoria, ya que “ayudaron” a esos campesinos a salir de situaciones peligrosas. 

Los gobernantes, responsables de la falta de desarrollo económico, cultural y social, piensan también que son parte de los buenos, igual los banqueros que cobran intereses ruinosos a sus clientes e inmisericordemente los embargan cuando sé “cuelgan” en el pago de las obligaciones. 

Todos insisten en que este es un problema del sistema y no de ellos, y en esto tienen razón: este es un sistema basado en la competencia como medio de obtener las mayores ganancias posibles. Pero un sistema social se puede definir como un conjunto de relaciones e interacciones entre personas. De esta manera, las características del sistema las definen quienes lo conforman, esto es todos y no unos pocos.

Así las cosas, un sistema social es un sistema humano y tendrá las características que estos le quieran imprimir. Por eso podemos elegir entre sostener el actual orden de cosas y las condiciones en las cuales vivimos como sociedad, o cambiar esas condiciones hacerlas más equitativas; disminuir las enormes brechas que tenemos, que se concretan en que hay personas con ingresos de miles de millones (doscientos o setecientos mil millones e incluso más), por año, mientras otros, con el salario mínimo apenas llegan a 12 millones de pesos por año. Y hay más que ganan menos anualmente, en tanto que una casa de interés prioritario vale alrededor de 70 millones. Pero además tenemos los maltratadores de niños y de mujeres que se consideran buenos, debido a que suministran la mayor parte del dinero para el sustento de la familia. ¿Cómo, si permanecemos indiferentes ante tal situación, podemos llamarnos buenos?

Ahora hay otra realidad que muchos desconocen o ante la cual ni se interesan. Veamos: Existen unas organizaciones políticas y otras que suelen considerarse sociales como los sindicatos, asociaciones de industriales, de comerciantes, de distintas profesiones como la medicina, la ingeniería, la economía, las asociaciones de padres de familia, etc. Pues bien, unas y otras, las políticas, es decir, los partidos, y las sociales, pueden, si así lo deciden, desempeñar un papel fundamental en la transformación de estas absurdas condiciones de vida en las cuales vivimos los colombianos, dado que estas condiciones no son solamente económicas sino también de seguridad, culturales, espirituales y éticas. Pero en nuestro país, esas asociaciones y la mayoría de los partidos políticos, cumplen un papel muy limitado porque en ellas cada uno de sus miembros solamente se ocupa de lo suyo. Además, en Colombia todos estos aparatos o dispositivos de poder se han convertido en un medio para que la burocracia, que dirige u orienta la acción de tales dispositivos, saque el mayor provecho personal en detrimento de los intereses del colectivo. 

¿Será que uno es muy bueno, procediendo así? Claro, también están los militaristas de todos los colores: los fascistas, los estalinistas, los racistas, etc., que excluyen, discriminan, humillan y maltratan a nombre de unas racionalidades desquiciadas.  Entonces, ¿de qué hablamos cuando decimos que los buenos somos más? Este es uno de nuestros grandes defectos, la capacidad de presentar como bueno lo que realmente es una deformación, una distorsión, un desconocimiento de lo que realmente debe ser la finalidad esencial de la existencia humana: la construcción de un mundo donde los derechos realmente sean los mismos para todos los humanos; donde todo ser humano tenga los necesarios para vivir dignamente, donde las relaciones entre los miembros de nuestra especie no se base en la competencia y, por consiguiente, en la confrontación de unos contra otros, ni en el desconocimiento de los méritos de nuestros congéneres; es decir, en la ley del más fuerte, puesto que no somos animales, sino que necesitamos aprender a vivir en la cooperación y en la ayuda mutua. 

¿No será que están dementes? Este es el desafío que tenemos; este es el gran reto: construir esa sociedad de cooperación y apoyo mutuo con beneficios recíprocos y justos. O lo superamos, construyendo y aprendiendo a vivir en otras condiciones y bajo otras formas de convivencia, o pereceremos todos más temprano que tarde.

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