Los ciudadanos tenemos la palabra

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Votemos en las próximas elecciones sin fanatismos y buscando que nuestro voto sea útil a ese propósito de cambio personal y social.

Por Alberto Conde Vera| Columnista | Opinión |

Mañana domingo 13 de marzo, todos los mayores de edad (viejos y jóvenes) podremos decidir quiénes serán los voceros de esos grupos que aún no han definido sus candidaturas y que esperan que nosotros les ayudemos a hacerlo. 

También tendremos la oportunidad de decidir quienes, desde el congreso de la república, serán los responsables de aprobar o negar los proyectos de ley que, tanto el ejecutivo nacional como los mismos parlamentarios, presentarán para que la mayoría decida si contribuyen o no al bienestar de la ciudadanía. 

Si hasta ahora el senado y la cámara de representantes no han cumplido cabalmente con esa función, es debido a dos ideas que se han impuesto en el país: la primera, es la disciplina de partido, (de la cual alguna vez fui partidario infortunadamente), que parte del principio según el cual debe haber unanimidad entre los miembros de cualquier partido, respecto a sus posturas frente a las grandes decisiones que en el congreso deben tomarse.

La segunda, -más propia de las organizaciones criminales-, establece el respaldo incondicional al líder o representante legal de cada partido y al jefe de Estado por parte de los miembros del partido al cual este pertenece. 

Sin lugar a dudas, debe haber coherencia ideológica o política entre los miembros de un partido político. Pero la realidad es compleja,  móvil, cambiante. Y en la subjetividad de cada individuo, es decir en la forma como él ha ido construyendo sus posturas frente a esa realidad que, de hecho, es su objeto de estudio y de análisis, no es solamente la visión general y totalizante de esa realidad lo que cuenta, llámese ésta liberalismo, conservatismo, socialismo, etc., sino que también son muy influyentes sus experiencias y en especial lo que Foucault llama las experiencias límite; es decir, esas experiencias que colocan en entredicho lo sabido, lo aprendido lo conocido y nos señalan nuevos rumbos, aperturas a la crítica y a caminos diferentes.

Pues bien, creo que tanto la pandemia causada por el Covid-19 como el cinismo y los fracasos del actual gobierno, incapaz por ejemplo de entender que las principales angustias del pueblo colombiano y de los sectores más pudientes, han sido la creciente inseguridad y el incremento de la pobreza y el desamparo, a las cuales se agrega el pésimo manejo del conflicto social ( los paros y marchas motivados por esa situación), así como el alto grado de deterioro del medio ambiente han llevado a los ciudadanos de nuestro país a un desencanto total, a una frustración y amargura cuya superación requerirán un intenso trabajo sobre la cultura nacional: esto es sobre los valores, las costumbres, las formas de relacionarnos, los principios éticos y el sentido estético de nuestra existencia.

Ahora bien, el desencanto y la frustración nos pueden llevar a rechazar la participación política. Pero esto sería como si ante la persistencia de los fuertes inviernos y el desborde de los ríos, decidiéramos quedarnos quietos esperando que los derrumbes y empalizadas nos entierren. 

Afortunadamente no es así, porque el instinto de vida nos impulsa a evadir el peligro y salvar nuestras vidas y las de nuestros amigos. Pues bien, este es el momento para que ese instinto de vida y el sentido estético de la existencia nos motiven para empezar a cambiar todo lo que nos agobia y entristece. 

El sentido estético tiene que ver con el derecho a una vida bella, a una vida donde las contradicciones inevitables entre seres diferentes como somos los humanos, sean tratadas dentro de marcos referidos al respeto, a la consideración, al derecho a la disensión y a los procesos. 

Todos debemos tener presente que es posible que estemos equivocados; pero además debemos considerar que los procesos de cambio personal y cultural son los más lentos, los más difíciles de modificar, pero también los más gratificantes cuando se alcanza el éxito. 

Esta es en mi opinión, la claridad que debe guiarnos: la claridad en relación a que no es posible una transformación social si al menos una mayoría de las personas no ha efectuado cambios en sí mismos. 

El mal no está afuera solamente. También está en nosotros. Y son esos comportamientos masivos pero enraizados en cada uno, los que constituyen la cultura que nos caracteriza. Claro, necesitamos condiciones favorables que faciliten nuestro cambio personal y con ello el cambio social. Por eso necesitamos elegir a los mejores, a los comprometidos con ese propósito de construir condiciones favorables para el cambio personal y social. 

Los que quieren conservar, los que piensan que la cuestión es solamente económica, están equivocados. Tan equivocados que coinciden, aunque involuntariamente, con los mafiosos y los narcotraficantes que igualmente creen que el dinero lo es todo y todo lo puede. 

No es verdad eso; nosotros, los humanos somos seres relacionales y por lo mismo culturales; es decir, seres que necesitamos vivir en relación con los otros y que por lo mismo construimos formas de ser y de existir que compartimos y que constituyen la cultura específica de cada pueblo y nación. 

Y es precisamente el alma, el sentir, el imaginar, la voluntad de ser y de existir lo que se ha trastocado en Colombia. Por eso votemos en las próximas elecciones sin fanatismos y buscando que nuestro voto sea útil; útil a ese propósito de cambio personal y social.

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2 comments

  1. Carlos Vargas 13 marzo, 2022 at 08:41 Responder

    *Carlos Vargas* Si la Corrupción de nuestros “ETERNOS SALVADORES” no hubiese llegado al LIMITE de traer HAMBRE Y MISERIA a un País DEMOCRATICO RICO Y BELLO con sus Políticas PERSONALISTAS exclusivas COPTANDO todos las Ramas del poder para DELINQUIR ¿Que temor podría existir para pretender cambiar *NO PODEMOS SOLUCIONAR UN PROBLEMA UTILIZANDO LOS MISMOS ELEMENTOS QUE LO HA CREADO* ¿O SI?

  2. MARIA EUGENIA 22 junio, 2022 at 16:15 Responder

    Colombia votó desesperada por acabar con un falso mesías como Uribe para dejarse embaucar por otro falso mesías como Petro.

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