Pólvora y Fiestas

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Ya se oyen los truenos y las silbas de la pólvora. Sigue el ecocidio y la quema del dinero que muchos dicen está escaso. 

Por, Luis Fernando García Muñoz |Columna compartida de La Cometa Radio | Opinión |

Esta mezcla deflagrante, según Wikipedia, que “sirve para propulsar proyectiles en armas de fuego y con fines acústicos y visuales en los juegos pirotécnicos”, se convierte en una verdadera tormenta, pues es una agresión al cada día más abusado y maltratado medio ambiente, y un dolor de cabeza para muchas personas que tienen que atender quemados, sobre todo niños y niñas, incendios, y el pánico y dolor de muchas mascotas, y la muerte de aves, y la polución y otros males que a veces convierten la alegría en tristeza y tragedia. 

La pólvora fue un invento de los chinos y los principales difusores fueron los mongoles e, infortunadamente, se convirtió en un valioso instrumento para las guerras y los conflictos que la humanidad no pudo, ni puede, resolver por la incapacidad de dialogar y las subidas pretensiones de los poderosos de dejar constancia de su brutalidad.

Así, algunos dicen que las fiestas sin pólvora no son fiestas, y se gastan miles, a veces millones, en comprarla y quemarla para que en unos pocos minutos vuelva la oscuridad y el cielo se impregne del humo o de los componentes de estos sorprendentes juegos pirotécnicos, componentes químicos que duran un buen tiempo en la atmósfera y producen malestar entre los seres vivos. 

En América la pólvora es una herencia de los conquistadores españoles y portugueses, y ella ha sido protagonista de desventuras inimaginables. Cuántas fábricas y lugares de expendio no han estallado y dejado muertos y heridos y mutilados que luego deben enfrentarse a la vida con dificultades, y la poca ayuda de las autoridades que permiten el uso de este explosivo. 

También muchas personas viven de su producción y venta, y su alegría está en venderla y que los demás la consuman. Una contradicción que algún día se tendrá que resolver para el bien de todos.

Una reflexión final: “Si nos bastase ser felices, la cosa sería facilísima; pero nosotros queremos ser más felices que los demás, y esto es casi siempre imposible, porque creemos que los demás son bastante más felices de lo que son en realidad”, decía el filósofo y jurista francés, barón de Montesquieu. Y punto.

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