América Latina en el limbo de la vacunación global

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Nada expresa mejor la desigualdad en 2021 que tener o no tener la vacuna.

Una trabajadora de la salud en Cuernavaca, México, recibe una dosis vacuna de Pfizer en enero de 2021. Por Tony Rivera/EPA vía Shutterstock
Mundo | Tomado del New York Times | por Agus Morales | Periodista y director de la Revista 5W de Barcelona, España|
 Algunos países compraron más dosis de las que necesitan y otros no tienen o hacen malabares para conseguirlas. La región sufrirá especialmente la injusta distribución de las vacunas.

La vacuna contra la COVID-19 llegó como una promesa de salvación para todos, pero en pocas semanas ya es el símbolo más contundente de la desigualdad.

Nada expresa mejor la desigualdad en 2021 que tener o no tener la vacuna. América Latina, que lleva colgada desde hace tiempo la etiqueta de región más desigual del mundo, lo está descubriendo.

El hallazgo del antídoto había provocado una catarsis colectiva: solo la vacuna podía domar el sentimiento apocalíptico que la pandemia nos infundió. Toda catarsis es una invitación a empezar de cero, pero el mapa que se dibuja a partir de las vacunas compradas y administradas en todo el planeta se parece mucho al mapa de la distribución de la riqueza, lo cual deja claro que esta catarsis no ha alumbrado un nuevo mundo.

Al principio de la pandemia nos dimos cuenta de que, pese a su supuesta neutralidad, la COVID-19 afectaba más a quienes menos tienen. Ahora descubrimos que las vacunas no llegarán a todos los rincones del mundo en 2021, y quizá tampoco en los años siguientes. La dependencia de las farmacéuticas la sufre incluso la Unión Europea, que protestó ante AstraZeneca por el recorte en los envíos de dosis y por abastecer primero al Reino Unido.

La vacuna ya existe, pero antes de convencer a la gente de la necesidad de vacunarse, las dosis deben estar disponibles. La falta de transparencia y los acuerdos confidenciales entre las farmacéuticas y los gobiernos para comprar vacunas no garantizan que lleguen a todos los rincones del mundo. En medio de una emergencia, el sistema está funcionando de la forma habitual: las vacunas tienen patentes y no son consideradas bienes públicos globales. El esfuerzo de inmunización solo tiene sentido si es universal, pero el precio de las vacunas dificulta que lo sea.

Los países ricos, donde vive un 14 por ciento de la población mundial, compraron en algunos casos más dosis de las que necesitan, en una muestra de lo que ya se conoce como nacionalismo de las vacunas. Acumulan, por ejemplo, el 99,3 por ciento de los 27,2 millones de dosis de la vacuna de Pfizer entregadas hasta ahora. Los países que no tienen el poder financiero para comprar dosis dependen de una iniciativa liderada por la Organización Mundial de la Salud con el nombre de COVAX, una plataforma que busca el acceso equitativo a las vacunas de la COVID-19 y que se ha convertido en su último recurso.

En ese mecanismo participan los mismos países que arrasan con las existencias. Canadá ha adquirido suficientes para vacunar cinco veces a su población (aunque no necesariamente todas serán aprobadas). Para los países ricos lo primero es acumular: la caridad está en segundo lugar.

Es el mismo sistema paternalista que propugna la ayuda humanitaria mal entendida. Organizaciones internacionales alertan de que en 67 países pobres —la mayoría africanos— solo una de cada diez personas será vacunada este año. A algunos países les podría tomar hasta 2024 para inmunizar a su población.

No existe un sistema global de distribución de las vacunas. Cada país negocia por su cuenta con las farmacéuticas. La desigual América Latina está en tierra de nadie porque tiene muchos países en la zona de ingresos medios. No es lo suficientemente rica para cubrir de forma rápida a toda su población ni lo suficientemente pobre como para depender de la solidaridad.

Tan solo diez países latinoamericanos recibirán donaciones a través de COVAX, entre ellos Bolivia, El Salvador, Honduras y Nicaragua. Ese vacío lo pueden ocupar China y Rusia, que pese a la opacidad de sus vacunas están llegando a acuerdos con varios países latinoamericanos, ya sea por necesidad o por afinidad geopolítica, como en el caso de Venezuela.

Perú, incapaz de cerrar sus brechas sociales antes de la pandemia, sufrió el virus como pocos en América Latina. Fue uno de los primeros países en el continente que impuso restricciones en los albores de la pandemia, pero también fue uno de los más afectados. Para la vacuna, partía con desventaja debido a su frágil situación económica.

Tras negociaciones que por momentos fueron “frustrantes”, según su presidente, Francisco Sagasti, Perú llegó a un acuerdo para adquirir 14 millones de dosis de la vacuna de AstraZeneca-Oxford y 38 millones de Sinopharm. Este laboratorio chino llevó a cabo ensayos clínicos en Perú. Es una de las cartas que han tenido que jugar países con dificultades para negociar. La otra es la fabricación de vacunas, como en el caso de Brasil o la India.

La primera carga que recibió Argentina fue de la rusa Sputnik V, aunque después anunció acuerdos con otras farmacéuticas. Una empresa de Brasil ya está fabricando esta vacuna. Chile, uno de los países mejor surtidos, confía entre otras en la china Sinovac. Ecuador tiene acuerdos con AstraZeneca y la estadounidense Pfizer, con las que México también llegó a acuerdos y se anunció que también entrará al país la vacuna rusa.

Acuerdos se cierran y amplían día a día, y de esta diplomacia de la jeringuilla podría salir un nuevo orden político en América Latina, no tanto en su engranaje interno como en el vínculo de los países que la conforman con el resto del mundo. No es fácil olvidar a quien estaba allí cuando lo necesitabas, aunque fuera de forma interesada. China y Rusia lo saben. África y algunas zonas de Asia serán aún más vulnerables a esta geopolítica de las vacunas.

La vacuna refleja la desigualdad, pero también es un símbolo del agravio. El presidente de Colombia, Iván Duque, aseguró que excluiría de la vacunación a los venezolanos en situación irregular en su país, y luego dijo que pedirá ayuda internacional para vacunarlos. En España, el jefe del Estado Mayor de la Defensa, el general Miguel Ángel Villarroya, dimitió tras desvelarse que él y otros mandos militares se habían vacunado ya pese a no formar parte de los grupos de inmunización prioritaria, y algunos políticos se saltaron la fila para vacunarse. Hay un efecto positivo en este comportamiento incívico que está pasando inadvertido: el Ministerio de Sanidad español no podría haber imaginado jamás una campaña más eficaz para vencer las reticencias a las vacunas que los políticos haciendo trampas para ponérselas.

Pero rechazar la vacuna es un privilegio que muchos no tendrán. Los países con más ingresos han comprado 4200 millones de dosis, frente a los 670 millones de los países más pobres. Los precios de las vacunas no están regulados: los beneficios se imponen a la necesidad urgente de acabar con la pandemia. La brecha en el acceso a las vacunas es uno de los principales obstáculos para la inmunización global. Y eso es algo que nos afectará a todos.

Las vacunas colorean una delgada línea en el horizonte. Nos ilusionan. Pero si su distribución sigue avanzando así, la tan cacareada desigualdad global ya no será solo política, económica o social. También será emocional, porque mientras unos pensarán que tienen derecho a escribir su futuro, otros se quedarán sin horizonte en 2021, el año en que esperamos comenzar a salir de esta pesadilla.

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