EL GÉNESIS BÍBLICO Y SUS CONCORDANCIAS BIOLÓGICAS

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El séptimo día descansó, un rasgo muy poco tenido en cuenta en la literatura científica: la pausa. Resulta que los seres vivos también necesitan, e imperativamente, pausar, descansar o dormir.

Por, William Álvarez Gaviria | Otorrinolaringólogo | Opinión |

Hoy se sabe que la mitología sumeria influenció significativamente la religión del cercano oriente, donde autores desconocidos o el propio Moisés registró en el Génesis una explicación igualmente mitológica de los procesos que tuvieron que ver con los orígenes, tanto del Cosmos y la Tierra, como de las especies y nosotros mismos.

Dicho relato muestra que el universo y los seres que lo habitan fueron creados por Yahvé (dios viviente, el que “es”, la esencia, el innombrable) durante seis días, y que el séptimo día descansó, postulando de paso que la vida se caracteriza1 por un rasgo muy poco tenido en cuenta en la literatura científica: la pausa. Resulta que los seres vivos no solo necesitan alimentarse y reproducirse, también necesitan, e imperativamente, pausar, descansar o dormir (incluidos sus derivados biológicos: diapausa, dormancia, hibernación, quiescencia, etc.)2, para conservarse y mantenerse.

Pero, eso apenas es una muestra del Génesis. Sus concordancias con la ciencia moderna van mucho más allá. Así tenemos:

En el primer día, además de referirse al Caos (o abismo opuesto al Cosmos), se describe a Yahvé como un demiurgo que aleteaba por encima de la faz de las aguas (o hidrogeno, del griego hydro: ‘agua’, y genos: ‘generador’) y concibe en primera instancia y en forma instantánea que sea hecha la Luz, la principal fuente de energía para toda la biosfera, y que se mueve ondulatoriamente, como el mismo Yahvé.

En el segundo día, hace el firmamento y separa las aguas: “expansión en medio de las aguasEs decir, estallido en medio del hidrógeno o Big-Bang, cuyo primer elemento químico en crearse (y el más abundante del Universo) es el hidrógeno, de donde a su vez, derivan igualmente por fisión o separación todos los demás elementos, incluyendo al oxígeno, con el que el mismo hidrógeno puede reaccionar desprendiendo energía y formando agua, necesarios para la subsiguiente creación.

En el tercer día, hace surgir la vegetación con sus semillas dentro, aludiendo al origen de las plantas, originadas a su vez de las algas, vía las unidades últimas donde se generaban los cambios: semillas o más específicamente gémulas (como llamaba Darwin a los genes antes de ser descubiertos)3.

En el cuarto día, dijo que haya luces en el firmamento para alumbrar sobre la tierra, y fue la tarde y la mañana. Resulta que la atmósfera terrestre para ese entonces empezaba a disiparse para que pudiera entrar de lleno la luz del sol y de la luna y los luceros. 

En el quinto día, dijo que haya animales en el agua y el cielo.

En el sexto día, dijo que la tierra engendre animales vivientes de cada especie, e hizo al hombre a su imagen y semejanza, transformándolo del polvo, porque del polvo es y al polvo volverá. Es decir, no solo creo al humano del polvo de la tierra, que a la vez es polvo cósmico, sino por medio de una estrategia de transformación, lo que significa claramente que el ser humano no fue creado instantáneamente como sí lo fue la Luz (“hágase la Luz, y la luz fue hecha”), o sea, que fue formado por evolución (el término evolución deriva de evolvere, que significa desarrollar, desenvolver, es decir y guardadas las proporciones: ondular. 

Evolución humana, que para ajustar es luego ratificada en el mismo Génesis al describir los principales sucesos o mutaciones que tuvieron que ver con ello: 

Desobediencia y caída del hombre: “Pero del fruto del árbol que está en medio del huerto, no comeréis de él” (G 3:3). Se refiere al proceso de descenso del bosque umbrío a la sabana en busca de nuevos y más recursos alimenticios que pudieran sustentar la rápida y mejor locomoción bípeda, el gran sistema glandular sudoríparo y el incrementado metabolismo, pero de manera sustentable respetando lo que está en mediocentro o eje- del vergel edénico. Mandato este que hasta el día de hoy la humanidad no ha cumplido, ya que paulatinamente diezmamos la biosfera, esquilmando principalmente lo más al alcance: lo germinal del “huerto que se nos dio a cuidar”. He ahí el denominado por los exegetas “pecado original” 4.

“Multiplicaré en gran manera tus dolores y tus preñeces, con dolor parirás los hijos” (G 3:16). Recordemos que el parto distócico y la subsecuente vulnerabilidad materno-fetal (denominado por la ciencia el dilema obstétrico) originado por el bipedismo constituyen una de las fundantes y fundamentales claves en la hominización, además de impulsar nuestro gran sentido gregario y cooperador por el hecho de que a partir de ahí habría que asistir a la embarazada, la madre y la cría.

“Ganarás el pan con el sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la misma tierra de la cual fuiste sacado, porque polvo eres, y al polvo volverás” (G 3:19). Y es que la intensa sudoración humana (presentamos de 3 a 5 millones de glándulas de sudor distribuidas por todo el cuerpo, pero con mayor actividad en el área frontal de la cabeza) también fue demasiado importante en el origen del linaje humano, ya que mutaciones en el gen EDAR (Ecto-Dysplasin A Receptor), implicado en la termorregulación y en la evolución de la piel y el tejido celular subcutáneo) facilitaron a nuestros ancestros, junto con otras mutaciones que tienen que ver con el metabolismo, adaptarse lo mejor posible al caluroso clima en la sabana africana.

“Después dio a luz a su hermano Abel. Y Abel fue pastor de ovejas, y Caín fue labrador de la tierra” (G 4:2)…Y aconteció que estando ellos en el campo, Caín se levantó contra su hermano Abel, y lo mató (G 4:8)…”Cuando labres la tierra, no te volverá a dar su fuerza; errante y extranjero serás en la tierra” (G 4:12). Todo esto tienen que ver con la transformación conductual de nuestra especie referente al paso del Paleolítico al Neolítico, donde de nómadas seguidores de rebaños nos convertimos en agrícolas sedentarios, y con todo y las enfermedades que eso acarrea (enfermedades de la civilización: diabetes, enfermedades cardiovasculares y degenerativas, etc.; lo que explica nuestra pérdida de vigor y consecuente desadaptación en la tierra, ya que en pleno siglo XXI nos seguimos comportando frente a los cambios del entorno y a la lucha cotidiana por la vida con una mentalidad paleolítica distorsionada5.

En suma, pues, el Génesis describe, no solo un orden lógico de acontecimientos o proceso creador gradual y a partir de la esencia primigenia6, en etapas y en períodos de tiempo que sus autores llaman días, sino que intuyen el Big Bang y el papel del dilema obstétrico, el sistema glandular sudoríparo y la avidez o ansias por esquilmar los recursos alimenticios más energéticos en la evolución humana. Evolución que para completar es más que explicitada con aquello de “Y creó Dios al ser humano a su imagen; a imagen de Dios lo creó” (G 1:27), es decir, a imagen de un dios irascible, celoso, vengativo y homo-xenofóbico; o sea a imagen de un dios igualmente ansioso o estresado (Éxodo 20:5).

Ahora bien, ¿por qué se daría tanta precisión científica en una época en que no se tenían los conocimientos actuales? Resulta que, sin tenerse ningún conocimiento empírico de fenómenos tan complejos como los que corresponden a la evolución humana, como que se les puede intuir, ya que la intuición no solo obedece a la experiencia y las emociones, sino al conocimiento unitario que subyace tanto en los mitos primigenios que pueblan el inconsciente colectivo (patrones arcaicos universales o arquetipos junguianos), como en nuestro propio código genético, depositario de toda la información biológica que nos incumbe como organismo originado por evolución en cierta concordancia con los entornos que hemos tenido que sortear, amén de esquilmar.

[1]Muchas de las definiciones clásicas de la vida son fenomenológicas, insistiendo en los rasgos o características que diferencian la materia animada de la inanimada, como nacer, crecer, reproducirse y morir; rasgos que permiten solo identificar, no definir la vida misma, que es materia que reacciona al entorno tendiendo siempre a conservar su estructura (La lucha por la vida de R. Darwin o la tendencia de A. Wallace, o la teleonomía -no teleología— de F. Jacob), que significa que los organismos vivos son seres dotados de cierto proyecto que representan en sus estructuras y los distingue de los otros seres vivos. 

[2] La diapausa es un fenómeno adaptativo importante para muchos organismos que ocurre en respuesta al inicio de condiciones ambientales adversas, donde la hormona juvenil es intercambiada por la hormona de la diapausa para evitar la maduración de órganos reproductivos y poder mantenerse. Dormancia corresponde a un período en el ciclo biológico de ciertos organismos en el que el crecimiento, desarrollo y actividad física se suspenden temporalmente, permitiendo que el organismo conserve energía y concuerde con la Ley termodinámica de la conservación de energía para que se siga transformando. Quiescencia es lo contrario de proliferación, es decir, se trata de detención temporal del ciclo celular, para hacer más eficiente tanto el manejo de la energía, como de la enfermedad o los agentes estresantes ambientales.

[3]Para Darwin, las gémulas era lo que daban continuidad a la vida, las responsables de la variación y las unidades últimas donde se generaban los cambios. Actualmente, gémula corresponde a un mecanismo de reproducción asexual de los poríferos, dado como respuesta a condiciones desfavorables del ambiente.

[4]Pecado original que igualmente se corresponde en el budismo con “avidya”, que es la ignorancia, o la renuncia consciente a ver enteramente la realidad.

[5] Distorsionada, porque si al menos confrontáramos a “los otros” simplemente eludiéndolos, como hacia el hombre paleolítico, la historia actual no sería tan sangrienta y discriminatoria como lo ha sido.

[6] La llamada filosofía del proceso introduce el proceso frente al ser como referencia ontológica, lo dinámico frente a lo estático. 


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