Empoderamiento pacifista del actual proceso de paz
Esta semana está en Colombia, Eamon Gilmore, quien en su calidad de enviado especial de la Unión Europea tiene la maratónica misión de iniciar las tareas que le fueron asignadas en el acompañamiento a las negociaciones de paz, para poner fin al conflicto armado interno. Con su experiencia como Vice-Primer Ministro y Ministro de Relaciones Exteriores de Irlanda de 2011 a 2014 y por supuesto su conocimiento del proceso de paz en Irlanda del Norte, Gilmore conoce muy bien sobre lo que los expertos llaman “empoderamiento pacifista de los procesos de paz”.
El empoderamiento en mención, es un concepto de origen reciente, pero de especial significado para los estudios de paz; y también, una práctica, que adquiere especial importancia en países en los que se expresan diversas y recurrentes violencias. Se soporta en el reconocimiento del poder pacífico transformador que se anida en todos los seres, pueblos, comunidades y colectivos humanos; aunque generalmente se desconoce que se posee. Por ejemplo, pueblos indígenas y afrodescendientes, y comunidades campesinas, que han sufrido el impacto más agudo de las violencias de la pobreza y la exclusión, y del conflicto armado, en el momento más álgido o en medio del fuego cruzado, se organizan para resistir pacíficamente a estas violencias, logrando proteger mínimos esenciales: la vida, el territorio, sus culturas, su autonomía y su derecho a la paz. También, mujeres campesinas que han sido desplazadas por el conflicto armado, despliegan en los lugares receptores a los que han llegado, un liderazgo que no sabían que poseían, al asumir la lucha por el reconocimiento de los derechos de quienes comparten con ella esta condición, y por el retorno a sus lugares de origen. Antes eran amas de casa, pero la fuerza de las circunstancia permitió que se hiciera visible su poder pacífico transformador.
Aunque no nos hemos dado cuenta, los logros sin precedentes de las actuales negociaciones de paz, evidencian que ellas han desarrollado, perfectiblemente, en el gobierno y las FARC, capacidades y potencialidades para construir la paz. En efecto, estas negociaciones han permitido, en el corto lapso de tres años, que quienes se han percibido como enemigos irreconciliables, logren sentarse en una mesa de negociación, acordar una agenda real y negociable, dialogar y concretar acuerdos parciales; que avancen en la creación de confianzas; superen escollos y embotellamientos en las mismas; y que se den la oportunidad de gestionar pacíficamente el conflicto que los ha enfrentado por más de medio siglo.
Todo lo anterior no lo teníamos en octubre del 2012 cuando el gobierno del Presidente Santos y el movimiento insurgente de las FARC –EP dieron inicio a las negociaciones de paz. Desde entonces, diversas opiniones se han registrado en torno de las mismas. Algunas, en sintonía con la ventana de oportunidad que ellas representan para la paz en Colombia; y otras, en contravía de estos esfuerzos, cargadas de odios aprendidos o heredados, y de toda suerte de escepticismos.
En ese sentido es vital decir que Colombia no está atada irremediablemente a las violencias. El país tiene un importante cúmulo de aprendizajes en procesos y negociaciones de paz que incluso se remontan a la colonia, cuenta además con diversos escenarios de construcción de paz a lo largo y ancho del país que agregan valor a estas realidades positivas y constructivas. A ellas se agrega, el empoderamiento pacifista de las actuales negociaciones de paz.
El norte es pensar en lo que nos une: el anhelo de unas negociaciones de paz con acuerdo final y, las capacidades, poderes y potencialidades que poseemos todos para construir la paz. Ya llevamos muchas décadas centrados en lo que nos separa. Ese es el primer paso para el anhelado acuerdo final de paz. El empoderamiento pacifista de estas negociaciones de paz ha permitido, cada vez más, albergar la esperanza en el logro de esta orilla largamente deseada. Sin embargo, es necesario enfatizar que es fundamental que las distintas expresiones de la sociedad civil también se empoderen de las mismas, para que las ambienten, acompañen y en su momento las ratifiquen, y en el periodo de transición del pos-acuerdo, es decir, el que sigue a la firma del acuerdo final de paz, conviertan este acuerdo en oportunidad para los cambios y transformaciones necesarios, que hagan posible, en el mediano y largo plazo, la superación de las causas generadoras del largo y doloroso conflicto armado, evitando su recaída, y logrando la consolidación de una paz estable y duradera.
Una academia, cada vez más comprometida con la paz debe impartir educación para la paz con una mirada más propositiva sobre los significados y posibilidades de la paz, difundir los aprendizajes de las iniciativas civiles de paz y los logros del actual proceso y su empoderamiento pacifista. También debe enfatizar en la necesidad de avanzar en la superación de diversos retos: la generación de una pedagogía para la paz que acompañe el proceso, lograr la sintonía con el mismo de mayores expresiones de la sociedad civil, e iniciar las negociaciones de paz con el Ejército de Liberación Nacional. Todo ello necesario para la terminación y transformación del conflicto armado.