La geopolítica ambiental del papa Francisco
El Papa publicó el 18 de junio de 2015 la encíclica Laudato Si´(ha sido traducida al español como Alabado Seas). Laudato Si´es la frase inicial del Cántico de las Criaturas de San Francisco de Asís. Alabado seas, mi Señor.
El origen del mal:
la desmesura antropocéntrica
Para los jesuitas, el llamado «discernimiento de la situación» es un componente fundamental de la fe. Discernir, para los jesuitas, quiere decir distinguir entre el principio general y la situación concreta. Se trata, en definitiva, de aplicar lo que en ciencias sociales se conoce como «pensamiento situado». Pensar de manera situada implica evitar las fórmulas universales y los modelos teóricos e ideológicos abstractos en beneficio de lógicas locales, específicas, nacidas del contexto y la realidad histórica concreta en que se busca actuar.
En esta línea típicamente jesuita pueden leerse algunos de los documentos más importantes del papado de Francisco, como la encíclica Laudato Si´ (2015) y la reciente exhortación apostólica Laudate Deum (2023). Mediante estos textos, el actual pontífice ubica la cuestión ambiental en el centro de las preocupaciones de la Iglesia y amplía los territorios de lo que se conoce como Magisterio Social Pontificio. Si bien la problemática ambiental estuvo presente en los papados de Pablo VI y Juan Pablo II, Francisco le ha asignado una centralidad nueva y ha definido el «cuidado de la Casa Común» como una de las líneas directrices del catolicismo del siglo XXI.
El punto de partida de Laudato Si´ es una relectura del libro del Génesis. En la encíclica, Francisco dedica varios parágrafos a desarmar las interpretaciones excesivamente antropocéntricas con el fin de proponer una hermenéutica alternativa en la que expresiones como «dominar» (Gn. 1, 28) o «labrar» (Gn. 2, 15) la tierra se alejan de las nociones de explotación, subyugación o conquista. En tal sentido, el papa señala que es «importante leer los textos bíblicos en su contexto, con una hermenéutica adecuada, y recordar» que, en realidad, nos invitan a «labrar y cuidar» el jardín del mundo (cf. Gn 2,15). «Mientras labrar significa cultivar, arar o trabajar, cuidar significa proteger, custodiar, preservar, guardar, vigilar», afirma Francisco en Laudato Si´.
Aunque el actual pontífice cuestiona las formas modernas adoptadas por la cultura antropocéntrica y reivindica las características y los modos de producción de otras culturas, como las de algunos pueblos originarios, capaces de modificar el ambiente sin destruirlo, su posición no se dirige al corazón del antropocentrismo, sino a su «desviación» o sus «excesos». «El pensamiento judío-cristiano desmitificó la naturaleza.
Sin dejar de admirarla por su esplendor y su inmensidad, ya no le atribuyó un carácter divino», afirma el papa. En su línea argumental, un «retorno a la naturaleza no puede ser a costa de la libertad y la responsabilidad del ser humano, que es parte del mundo con el deber de cultivar sus propias capacidades para protegerlo y desarrollar sus potencialidades». Dicho en pocas palabras, el cuidado de la Casa Común que propone el papa Francisco discute la desviación extrema del antropocentrismo o, como él mismo lo dice, la «gran desmesura antropocéntrica de la modernidad». El desafío, en todo caso, como argumenta en Laudate Deum, es construir un «antropocentrismo situado».
Pintar de verde no alcanza
En Laudato Si`, Francisco defiende lo que define como un «paradigma ecológico integral». En resumen, un abordaje de la cuestión ambiental entendida como una manifestación de problemas transversales de índole social, cultural y económica. Su posición, sin dudas holística, lo lleva a criticar aquellos «discursos verdes» que, en su opinión, solo enfocan «lo ambiental» de manera fragmentada, mientras que, para Francisco, la destrucción de la Casa Común debe ser vista como un todo. Por ello, el papa aboga por una perspectiva que asume una crítica de la racionalidad instrumental que se encuentra en el corazón de las sociedades capitalistas modernas.
Tal como lo ha manifestado ahora en Laudate Deum, la destrucción de la Casa Común resulta indisociable de esa racionalidad instrumental y de su correlato en un paradigma que el papa considera como «tecnocrático». Esta línea argumental lo lleva, como es lógico, a rechazar la propia noción de «medio ambiente», en tanto esta supone la asunción de un paradigma que separa a la «sociedad» de la «naturaleza». Aunque resulte paradójico, la concepción de Francisco se acerca, en este punto, a la de algunos de los filósofos marxistas de la Escuela de Fráncfort.
La crítica de la racionalidad instrumental que desarrolla el papa en la encíclica Laudato Si´ avanza más allá del terreno de la teología de la cultura y apunta a discutir el carácter asignado al «derecho de propiedad». Según Francisco, el de la propiedad constituye un principio jurídico que choca con los derechos de uso sobre la creación heredados por todos los seres humanos al nacer por el solo hecho de ser «hijos de Dios».
El derecho de propiedad –que ha sido, históricamente, un asunto de extensas discusiones en la teología católica– constituye, para Francisco, un punto medular y al que le ha prestado una especial atención, sobre todo debido a su intento de debilitar los dogmas de fe de la ortodoxia neoliberal para poner en el centro de la discusión el problema de los «pasivos ambientales». Es por ello que en su reciente exhortación apostólica Laudate Deum señala, citando el Levítico 23, 25, que «la tierra no podrá venderse definitivamente, porque la tierra es mía, y ustedes son para mí como extranjeros y huéspedes».
El problema de fondo es, de hecho, a quién pertenecen los bienes creados por Dios. En Laudato Si´, el papa responde sin ambages: «El principio de la subordinación de la propiedad privada al destino universal de los bienes y, por tanto, el derecho universal a su uso es una ‘regla de oro’ del comportamiento social y el ‘primer principio de todo el ordenamiento ético-social’». Y continúa afirmando que «la tradición cristiana nunca reconoció como absoluto o intocable el derecho a la propiedad privada y subrayó la función social de cualquier forma de propiedad privada».
Siguiendo esta lógica argumental, queda claro que, para Francisco, no puede haber solución ambiental sin fraternidad social porque «la cultura ecológica no se puede reducir a una serie de respuestas urgentes y parciales a los problemas que van apareciendo», puesto que «buscar solo un remedio técnico a cada problema ambiental que surja es aislar cosas que en la realidad están entrelazadas y esconder los verdaderos y más profundos problemas del sistema mundial».
Discernir desde las periferias
Lógicamente, Francisco no intenta proponer soluciones técnicas específicas, sino sugerir lineamientos y principios. Por un lado, plantea un enfoque general en el que toca algunas notas decrecionistas basadas en una crítica al «antropocentrismo desviado» de la modernidad y a sus subproductos: la mercantilización capitalista de los vínculos sociales, el consumo a gran escala de combustibles fósiles, la sociedad del hiperconsumo y el individualismo extremo.
Todos estos fenómenos son condenados por Francisco de manera integral a través de la noción de «cultura del descarte». Frente a este escenario, el pontífice denuncia la instrumentalización de los discursos verdes y de conceptos como el de «sostenibilidad», utilizados muchas veces en beneficio del mantenimiento de una lógica de explotación de la naturaleza y de los hombres y mujeres que la constituyen.
Por otro lado, el papa rechaza la posibilidad de establecer soluciones universales y de índole ahistórica. La ecología integral que pregona incluye también un discernimiento político sobre la situación concreta de cada lugar y una reflexión sobre las diferentes responsabilidades que caben a los países y a las regiones. Por eso, insiste Francisco, cualquier solución que deje de lado estas coordenadas en nombre de una agenda ambiental global y uniforme no puede constituir una solución justa. «La imposición de estas medidas [discursos verdes] perjudica a los países más necesitados de desarrollo.
De este modo, se agrega una nueva injusticia envuelta en el ropaje del cuidado del ambiente. Como siempre, el hilo se corta por lo más débil. (…) Sigue siendo cierto que hay responsabilidades comunes, pero diferenciadas, sencillamente porque, como han dicho los Obispos de Bolivia, ‘los países que se han beneficiado por un alto grado de industrialización, a costa de una enorme emisión de gases invernaderos, tienen mayor responsabilidad en aportar a la solución de los problemas que han causado’».
Además, en Laudato Si´, Francisco argumenta a favor de agendas socioambientales situadas porque los «países pobres necesitan tener como prioridad la erradicación de la miseria y el desarrollo social de sus habitantes» y reconoce que, si bien «es verdad que deben desarrollar formas menos contaminantes de producción de energía, para ello requieren contar con la ayuda de los países que han crecido mucho a costa de la contaminación actual del planeta».
En Laudate Deum, el papa vuelve sobre este argumento y subraya que el desafío no pasa solo por financiar la «adaptación» de los países pobres, sino que es preciso «compensarlos por los daños ya sufridos». La solución tampoco puede buscarse, argumenta, en la difusión de una educación ambiental genérica, igual en Estocolmo, Santiago de Chile, Berlín o Guayaquil. Es obvio, sostiene el pontífice, que «no basta que cada uno sea mejor para resolver una situación tan compleja como la que afronta el mundo actual». Peor aún, los «individuos aislados pueden perder su capacidad y su libertad para superar la lógica de la razón instrumental» y terminar «a merced de un consumismo sin ética y sin sentido social y ambiental. A problemas sociales se responde con redes comunitarias, no con la mera suma de bienes individuales».
Una geopolítica filosa
El papa Francisco parece querer dejar claro que «no se puede pensar en recetas uniformes, porque hay problemas y límites específicos de cada país o región». Esta es, sin dudas, la definición más radical de Laudato Si´ en términos geopolíticos, porque implica introducir el principio de justicia histórica a la hora de hablar del cuidado de la Casa Común. En la encíclica, el papa intenta ser claro al afirmar que no puede ni debe exigírseles un mismo paquete de políticas a todos los países. De hecho, afirma que cualquier demanda a los países y regiones pobres debe producirse solo a condición de subvencionar todos los costos directos e indirectos que las políticas verdes pueden generar en sus economías. Reconociendo que los países desarrollados –sobre todo Estados Unidos y los de Europa occidental– son los principales responsables y los grandes deudores ambientales del mundo, Francisco deja clara una postura en torno de la cuestión ambiental.
Por si quedan dudas, Laudate Deum se abre y se cierra precisamente con esta constatación. En la exhortación apostólica, el papa señala que «un bajo porcentaje más rico del planeta contamina más que el 50% más pobre de toda la población mundial» y que «las emisiones per cápita en Estados Unidos son alrededor del doble de las de un habitante de China y cerca de siete veces más respecto a la media de los países más pobres». Algo que, por otro lado, plantean todos los informes técnicos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU): en países de altos ingresos, la huella material per cápita, es decir la cantidad de materias primas necesarias para satisfacer las necesidades, es al menos diez veces mayor que en países de bajos ingresos. Para Francisco, esta cuestión está clara: las periferias son acreedoras ambientales del centro.
La apuesta por un ambientalismo situado, tal como se lo plantea en Laudato Sí´ y Laudate Deum, busca resolver un dilema de difícil solución. Para el actual pontífice, la destrucción de la Casa Común debe ser vista de modo integral, sorteando tanto las posiciones de quienes apelan puramente a la «sostenibilidad» –para maquillar una desatención del medio ambiente–, como a quienes plantean exigencias comunes a todos –sin hacer distinciones que tomen en cuenta los distintos niveles históricos de responsabilidad–. Quizás esta alternativa pueda resultar, al menos, una apuesta desafiante para pensar políticas sobre una de las temáticas más urgentes de nuestro tiempo.