“Ahora escucharemos al pueblo”: la consigna de moda

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En nuestra historia política hemos tenido políticos asesinados precisamente por su cercanía con el pueblo colombiano. 

Por: Alberto Conde Vera | Columnista EPDC | Opinión |

 Muchos de los partidos tradicionales y los que se derivaron de ellos, tiene propaganda política pagada en televisión. Todos han escogido como idea central para su novedosa publicidad, escuchar a los ciudadanos del común. 

En nuestra historia política hemos tenido destacados ejemplos de políticos que han escuchado a los obreros, a los campesinos, a los vendedores ambulantes, a los conductores de los buses y de taxis, a los recolectores de basura; en fin, a todo los sin voz, los engañados.

Entre estos ilustres personajes se destacan entre otros: Jorge Eliécer Gaitán, José Antequera, Bernardo Jaramillo Ossa, y Luis Carlos Galán Sarmiento, todos ellos líderes políticos asesinados precisamente por su cercanía con el pueblo colombiano. 

Haciendo esta observación uno se pregunta, ¿hay verdad entre los dirigentes de la derecha colombiana que han hecho su recorrido político en aviones y suntuosos automóviles, aplaudidos y reconocidos por quienes controlan la economía, la cultura y la vida en este bello pero sufrido país? 

La estructura política de esos partidos es sencillamente una máquina electoral: comienzan por pequeños grupos de amigos en los barrios y veredas de los municipios, que respaldan a determinados concejales, congresistas y cabecillas municipales. 

También forman parte de estas maquinarias electorales los caciques locales que se turnan en las alcaldías y que se ligan a los aspirantes a las gobernaciones. También no pocos dirigentes gremiales y los candidatos a la presidencia, ubicados en la cúspide de esta pirámide.

Este engranaje tiene dos objetivos fundamentales: primero, llevar a los puestos directivos del ejecutivo en sus diferentes niveles, a personajes dúctiles y manejables para los grandes inversionistas.

Segundo, comprometer a estos “adalides” a garantizar contratos y puestos en la maquinaria estatal, para quienes hacen el trabajo de la motivación y el compromiso electoral. 

Conocido este andamiaje, surge una pregunta inevitable: ¿estarán dispuestos esto promeseros a desmontar esta simple pero rentable y efectiva estructura? 

Y hay que seguir preguntando, si esos partidos que sembraron el desconcierto y llevaron a la sociedad colombiana al caos y a la profunda crisis ética y socio-política que se padece, ¿Estarán dispuestos a construir una nueva forma de organización, que no se base en esas rigidas jerarquizaciones y que efectivamente dispongan de mecanismos reales para la participación ciudadana, en particular la de los más pobres?.

En realidad, estos procesos tratan de la construcción de nuevas subjetividades, de permitir la formación de sujetos críticos y autocríticos, autónomos y no heterónomos, en pocas palabras de llevar a cabo procesos libertarios. 

Esto con sujetos libres, en el sentido de no sentirse obligados a defender una causa partidaria de manera incondicional, dado que, como sucede hoy en día, las posiciones partidistas no buscan ni producen los cambios sociales que reclama el proceso evolutivo, sino que se convierten en pesadas cargas que asfixian, reducen las posibilidades de cambio y transformación de los sujetos y sus entornos. 

Participar no significa abrazar una determinada ideología partidista, ni sentarse a oír los discursos de teorías aprendidas en las universidades. 

Participar, significa investigar lo que realmente sucede en la sociedad en general, en el barrio, o el sindicato,  la empresa, o el colegio, la universidad o en la familia, en el ámbito de la salud, la cultura, el arte, etc. Es decir, en ámbitos particulares y específicos y encontrar las formas en que todos estos ámbitos interactúan y se transforman. 

Participar, no es asumir de manera acrítica posiciones de otros, sino, por el contrario, buscar que esta experiencia de la participación produzca efectos, resonancias, cambios en cada participante. 

Una experiencia es tal, si logra afectarnos en términos de modificar cosas de nuestra particular forma de pensar, de ser y de sentir. 

Participar, no es memorizar teorías, es afectar y ser afectado por lo que sucede. Por eso hay que pedirles a los electores que quieran ser parte de ese proceso electoral, que se fijen más en lo que han hecho los candidatos que en lo que dicen. 

Que fijen su atención en si esos aspirantes a distintos cargos son capaces de reconocer sus errores o no. Porque si no lo hacen es porque piensan seguir en las mismas y con los mismos. 

Creo que los políticos, en especial los de la derecha, que han ejercido el poder por tantos años saben perfectamente en que se han equivocado y cuál ha sido la dirección, el sentido de los ejercicios de poder que han practicado. 

Si no reconocen sus errores no merecen la confianza de nadie y por tanto no hay que elegirlos. Ya es hora de quitarnos los anteojos que nos pusieron y ver la realidad tal como es. 

El país necesita que los gobernantes elegidos pongan por encima de toda consideración, la vida en todas sus manifestaciones.

Es absurdo y además doloroso ver como mantienen en condiciones inhumanas a millones de nuestros compatriotas, viviendo en sitios extremadamente estrechos, o en las laderas de los ríos y las faldas de las montañas, con vías intransitables, puentes cayéndose, escuelas en pésimas condiciones, sin atención en salud y en la ignorancia. 

Esta situación requiere atención prioritaria si queremos la paz y la disminución de la delincuencia. Es así, sin vacilaciones, sin elusiones, ni aplazamientos. Ese debe ser un compromiso ineludible de cualquier gobernante.

Consideremos además que en la política colombiana cada región tiene su clan de corruptos y que esta es la enfermedad que más le cuesta a nuestro país. 

Con la mitad de lo que se han robado los políticos en los últimos 30 años, se podrían arreglar las vías terciarias y secundarias que necesitan con urgencia los campesinos, o construir los muros de contención necesario para evitar las inundaciones de los pueblos rivereños, o reconstruir las escuelas rurales abandonadas por el Estado. 

En fin, creo que este es el mayor mal que afronta la nación en este momento y por eso creo que los electores deben meditar sobre los alcances y consecuencias de esta terrible enfermedad social. 

Por cada peso que los politiqueros corruptos le dan a un elector para asegurar su voto, ellos se roban después millones de pesos que serían necesarios para mejorar hospitales, escuelas, carreteras, puentes dañados o las vías. 

Así que recibir un peso de esos corrompidos politiqueros significa dejar sin salud a un número considerable de personas, o sin educación a un gigantesco grupo de niños, o sin asistencia a muchos ansíanos, y permitir que muchos colombianos vivan en condiciones infrahumanas.

Sobre todo esto es necesario pensar para actuar de forma que esa corrupción desaparezca. Este es el momento de hacerlo, el momento de la confrontación con nuestras verdades más íntimas, el momento de empezar a organizarnos para decidir en colectivo qué haremos en las próximas elecciones.

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2 comments

  1. Alberto Conde Vera 5 noviembre, 2021 at 01:48 Responder

    Si Petro tubiese esa enorme capacidad hace mucho que sería Presidente de este país tan corrupto, pues parece que esa es una habilidad indispensable para ganar elecciones en Colombia.

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