La Costa Nostra, libro de la periodista Laura Ardila

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La Costa Nostra es un libro necesario. Era hora de que se hiciera un trabajo de esta hondura y que sea el ejemplo para empezar una serie de investigaciones que, por fin, develen el proceder de esas maquinarias mafiosas.

Por Luis Fernando García Núñez I Periodista, docente, corrector de estilo y editor I

Bajo el sello de la editorial independiente Rey Naranjo, la periodista Laura Ardila publica La Costa Nostra, un reportaje que desentraña las maquinarias del poder en la Costa Colombiana, en relación con el centralismo político del país.

En 1987 apareció una crónica periodística pionera en los temas del narcotráfico. El autor es el célebre periodista Fabio Castillo y el libro Los jinetes de la cocaína, un bestseller del periodismo investigativo. Desnudó una buena parte de esas mafias que desde hace más de cinco décadas le han hecho tanto mal al país y al mundo. El prólogo de esa primera obra, titulado “Palabra más, palabra menos”, es impresionante. 

Para entender la dimensión de la tragedia, la lectura del párrafo inicial hunde a sus lectores en el terror: “El 9 de agosto de 1986 fue asesinado en Medellín Isaac Guttnan Esternbergef. Era el creador de la máquina de muerte más violenta que haya conocido el país: la escuela de los sicarios de la motocicleta”. No era el estreno de esta fatalidad, pero eran momentos trágicos y dramáticos.

Sí. El país estaba secuestrado por los cárteles de la droga que habían atrapado a una buena parte de la sociedad en esa orgía del dinero fácil, de las rumbas arrabaleras y de los prestigios desacreditados. 

Miles de millones de pesos, armas traídas de Estados Unidos, automóviles de alta gama, negocios de toda índole, mal gusto, fortalecimiento de grupos criminales y asesinatos le dieron una dimensión universal a este flagelo que tanto desastre ha causado y sigue causando. Y luego se apropiaron de los partidos políticos o crearon movimientos que aglutinaron a estas fuerzas que han ido quebrando el destino republicano de un Estado que ostentaba, con cierto cinismo, su calidad de democrático. 

Y ahí están clamando al viento sus deshonras y sus farsas electorales que, con un impudor exasperante, difunden en sus medios de comunicación o en los de otros que se prestan a la infamia por los millones que pagan, o ahora en las redes que con tanto tino manejan a su antojo. 

En noviembre de 1987, hace 36 años, en ese mismo citado prólogo, el autor dice: “Fuerzas políticas independientes han visto diezmar sus dirigentes, en una guerra sucia, sin cuartel y sin principios. 

Desde la izquierda, como la Unión Patriótica, que ha tributado más de 100 de sus 450 asesinados, en un enfrentamiento con el narcotraficante Gonzalo Rodríguez Gacha, como lo denunciara con inusual valentía el ministro Enrique Low Murtra. 

Así fue acribillado el coordinador nacional de la UP, exmagistrado Jaime Parto Leal. Y también desde el otro extremo han sido asesinados, impunemente, hombres como el controvertido congresista Pablo Emilio Guarín”.

Unos años más tarde, 1991, tras sufrir persecuciones, exilio y amenazas, que es la forma como estos forajidos actúan ante quienes cuenten su historial de culpas, el autor de esta obra pionera publicó otra que seguía el camino de develar la hecatombe en que estábamos sumidos y que no se detiene, La coca nostra. 

Dice el autor que él quería en este libro “acabar con esa posición cómplice de ciertos sectores de la sociedad colombiana, que hablaba mucho de las mulas, pero nunca de los jinetes. Vale decir, de quienes alquilan su vida y futuro para transportar cocaína, pero que eludía siempre hablar de quienes pagaban esa nueva forma de esclavitud, que deja una sola alternativa: ganar un salario del miedo, o 20 años de cárcel”.  

Muchos libros aparecieron de ahí en adelante. Mucha tinta ha corrido en estos largos años y el último de ellos, La Costa Nostra, de Laura Ardila Arrieta, exhibe una historia que el país conoce ¡Todo el país!  Es de esas habladurías nacionales que en cada Carnaval de Barranquilla se cuentan a grito pelao, o en balaceras que se suceden una tras otra en las que están involucrados muchos de los alfiles de esas mafias que llevan décadas en el poder, ponderados por su largueza y sus arrebatos de pésimo gusto.

En el prólogo, Juanita León dice que “Suele haber dos tipos de buenos periodistas: los que escriben lindas crónicas desde los márgenes del poder y los que investigan al poder sin preocuparse mucho por la escritura”. Y a renglón seguido agrega “También suele haber dos tipos de personajes sobre los que escribimos los periodistas: aquellos que sobresalen por sus resultados y aquellos que se destacan por sus fechorías”. 

Pero también, como lo recuerda Alberto Donadio en Los farsantes. Banco Andino: el fraude que nunca existió, “Colombia tiene una larga tradición de impunidad y sus ciudadanos saben a ciencia cierta y conciencia que la justicia con mucha frecuencia no castiga a los responsables de los delitos y que asesinos de todos los pelambres deambulan con relativa o absoluta facilidad por el territorio”.

Esto no es, por tanto, una revelación para el país. Lo grave es que se ha convertido en un incierto paradigma del ser nacional. 

La ciudadanía, en algunos sectores, contempla con delectación el delito, lo dispensa, lo incita, lo cobija y se arropa con él. Luego, cuando ya es tarde, se exaspera y se escandaliza, pero nunca hace un control social y, al contrario, siente cierto respeto por delincuentes que han indignado la conciencia del Estado colombiano. 

Protagonistas de cierto relieve han tomado este camino y en vez de ser ejemplo de decoro, rinden pleitesía a quienes han destruido la nación y sus fundamentos éticos, y ayudan a hacerlo comprando votos, lavando activos, contratando con la plata del Estado, corrompiendo a sus amigos y al pueblo que extasiado y admirado los sigue y se aprovecha de los millones que, con bochornosa generosidad, van entregando como si fuera un favor personal, cuando casi siempre se trata de los dineros que los contribuyentes pagan en impuestos. 

Estos caciques, esa es la paradoja, pocas tributaciones pagan y se valen de su poder para evitar una reforma que haga justicia social y económica.  

«La Costa Nostra es un libro necesario. Era hora de que se hiciera un trabajo de esta hondura y que sea el ejemplo para empezar una serie de investigaciones que, por fin, develen el proceder de esas maquinarias mafiosas que han desangrado las finanzas públicas, han empobrecido regiones muy ricas…»

La Costa Nostra es un libro necesario. Era hora de que se hiciera un trabajo de esta hondura y que sea el ejemplo para empezar una serie de investigaciones que, por fin, develen el proceder de esas maquinarias mafiosas que han desangrado las finanzas públicas, han empobrecido regiones muy ricas y han confrontado la rectitud de un pueblo que ha sabido ser trabajador y se moldeó en las fraguas del decoro y los valores.

Un trabajo que recobre para la nación la tranquilidad y recupere a sus habitantes de la mala fama que, infortunadamente, se ha ganado por circunstancias de todos conocidas. También recobra para el periodismo el prestigio perdido, pues muchos medios y muchos de sus investigadores se han subido al tren de la perfidia y el dinero fácil, y al mal gusto.

Quizás no se descubra nada nuevo, o que alguien considere que es un testimonio más que ratifica las verdades que el país conoce. Quizás se diga que es una persecución contra unas personas honradas, o que se pretenda decir que es una perversa campaña del comunismo internacional, o que son los detractores de unos hijos pulquérrimos de la costa que los cachacos no quieren, o que se trata de torpedear a unos candidatos que son ejemplo de honradez ilimitada, los seguros ganadores de esa desigual contienda. 

Todo se podrá decir, pero es preciso que otros clanes y otras familias sean investigados para demostrar, como tantas veces se ha hecho, que sí hay culpables de la violencia, del hambre, de las injusticias, del autoritarismo, de las desigualdades, del dolor, de las corruptelas.   

Buen viento y buena mar para La Costa Nostra.

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