Editar humanos: la carrera por transformar los genes

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El famoso biógrafo siguió paso a paso los descubrimientos de Doudna respecto a la edición genética.

FOTO: Patrice Gilbert Walter Isaacson habla de su nuevo libro ‘El código de la vida’, sobre la científica Jennifer Doudna.
Mundo | Tomado de El Tiempo, Lecturas Dominicales, por, Diego Felipe González Gómez | Ciencia |

Entre las miles de reuniones vía Zoom que se hicieron en el 2020, hubo una en la que se debatía cómo utilizar uno de los inventos más importantes de la ciencia para frenar el virus que había encerrado al mundo.

Decenas de científicos exponían sus ideas para atajarlo con el CRISPR (Clustered Regularly Interspaced Interspaced Short Palindromic Repeats), una herramienta que funciona como tijeras genéticas que permiten, como lo explica la revista Nature, cortar el ADN donde se desee. Esto, según el mismo medio, “ha revolucionado las ciencias de la vida”. Y no es para menos: estas tijeras desarrolladas por Jennifer Doudna y Emmanuelle Charpentier son capaces de editar nuestros genes, cambiar nuestra composición molecular, curar enfermedades hereditarias, atacar virus e, incluso, diseñar bebés. Por eso, estas dos científicas recibieron el Nobel de Química en 2020.

Uno de los asistentes a aquella reunión era el periodista e historiador Walter Isaacson, autor de la biografía más importante de Steve Jobs, de las biografías de Leonardo da Vinci, Henry Kissinger o Albert Einstein, expresidente de CNN y exeditor de la revista ‘Time’. Isaacson llevaba más de un año siguiendo de cerca los pasos de Jennifer Doudna. Quería escribir sobre esta nueva revolución que se estaba gestando: “La invención del CRISPR y la epidemia del covid vienen a acelerar la transición hacia la tercera gran revolución de los tiempos modernos. Este conjunto de revoluciones ha tenido como desencadenante el descubrimiento sucesivo de los tres núcleos fundamentales de nuestra existencia (el átomo, el bit y el gen), siguiendo una cadena que se puso en marcha hace ya un siglo”, afirma.

El código de la vida. Jennifer Doudna, la edición genética y el futuro de la especie humana es el resultado de ese trabajo, en el que a modo de un thriller científico se muestra cómo Doudna y su equipo descubrieron esta herramienta de edición genética que se perfila como uno de los grandes cambios que tendremos como sociedad. Una historia que no es ajena a las intrigas, a las disputas geopolíticas y a los hackers.

Su libro muestra cómo funciona la ciencia, cómo no es algo incomprensible o intimidante. ¿Por qué cree que hacer esto es importante?

Es importante que la gente entienda la belleza de la naturaleza y cómo la ciencia nos ayuda a verla y comprenderla mejor. Trato de transmitir eso a través de las historias de personas interesantes como Jennifer Doudna y sus colegas, que descubrieron cómo hacer una herramienta capaz de editar nuestros propios genes. Este tipo de tecnología es la misma que nos está ayudando a curar enfermedades y a hacer vacunas que pueden ser programadas para luchar contra el coronavirus, por ejemplo, o contra otro tipo de virus. Cuando la gente entiende cómo se hace la ciencia se siente menos intimidada por ella y de paso confiará más en los avances médicos y científicos.

El gran protagonista del libro es el CRISPR. Es lo que llevó a Doudna a obtener el Nobel de Química. ¿Cuáles serán los impactos de esta herramienta en nuestras sociedades?

El problema es que no se cambiará solo a ese bebé, sino a sus descendientes. Aquí es donde el tema de la modificación genética se vuelve muy controversial

Es una herramienta con la que podemos copiar y pegar información en nuestro ADN. Si uno tiene una enfermedad de causa genética, como la anemia de células falciformes o la fibrosis, por ejemplo, el CRISPR puede usarse para editar las células del cuerpo. Algún día se llegará a la posibilidad de editar genes que pueden ser heredados, al tratar las células reproductivas en una etapa temprana. Esto es una vía que conducirá al diseño de los futuros bebés, dándole los rasgos que los padres quieran. El problema es que no se cambiará solo a ese bebé, sino también a sus descendientes. Aquí es donde el tema de la modificación genética se vuelve muy controversial.

Detrás de la historia de cómo Doudna y su equipo llegan al CRISPR hay toda una carrera entre equipos científicos compitiendo por ver quién lograba crearla primero…

En todas las cosas que hacemos en la vida hay una mezcla entre cooperación y competición. La competencia es algo bueno porque nos lleva a intentar hacer las cosas lo mejor posible. En el libro describo esa competencia entre el laboratorio de Doudna y otros alrededor del mundo que trataban de crear esa herramienta. Hubo mucha gente involucrada y se convirtió en una lucha internacional. Sin embargo, esa misma competencia es la que lleva a que se creen equipos y se llegue a la cooperación. El éxito de Jennifer, en gran medida, se dio porque había gente trabajando las 24 horas del día en diferentes partes del mundo, unos en Austria, otros en Suecia, muchos en Estados Unidos.

La científica estadounidense Jennifer Doudna, de 58 años, en su laboratorio. Foto: Annastasia Sapon / The New York Times / Redux

Ese contacto con personas de muchas partes fue esencial para el desarrollo del CRISPR y para la formación científica de Doudna. Un momento clave en su historia es cuando ella entra a trabajar, en 1985, en un laboratorio de Harvard. Allá encuentra investigadores españoles y latinoamericanos y se sorprende por su compromiso y por su conciencia política, algo que Doudna mantendría luego en su carrera. ¿Cómo cree que debe ser esa relación entre política y ciencia?

Para mí, el científico debe entender cada vez más su rol en la sociedad y buscar la forma de que su trabajo sea conocido, para que la ciencia y el debate sobre ella no se quede en manos solamente de los políticos. Claro, eso depende del líder político del que estemos hablando. Tenemos el caso de líderes como Donald Trump, que no creen en la ciencia, pero también de otros como Joe Biden, a los que les importa profundamente la ciencia y ayudan a su desarrollo. Lo importante es que elijamos líderes que crean en la ciencia y decidan fomentar sus avances.

Hay un capítulo en el libro sobre el científico como figura pública, pero esto no es muy común. ¿Por qué no hay más investigadores debatiendo en los medios de comunicación, como lo hizo Doudna?

Esa fue una de las razones por las cuales decidí escribir sobre ella, porque había tomado la palabra y estaba buscando, por todos los medios posibles, explicar a un mayor público lo que había creado. Veo que se está dando un cambio importante, en los medios y en los gobiernos. Al abrirles los micrófonos y las esferas de poder a estas personas, veremos cómo se puede abordar con mayor responsabilidad el trabajo científico y también cómo lo podremos hacer más accesible.

Eso permitirá debates más informados sobre la ética que hay detrás de los trabajos científicos, algo que explora en el libro. En cuanto a la edición genética, ¿cuáles deberían ser los límites en su utilización?

Hay dos grandes límites: no deberíamos hacer ediciones genéticas que sean heredables ni crear un mercado de diseño de bebés. Con eso en mente, deberíamos concentrarnos en lo que se conoce como edición somática, que significa que dicho proceso solo va a afectar al cuerpo del paciente involucrado. Concentrarnos en curar enfermedades en lugar de crear ‘mejoras’.

¿Cree que esto podrá ser en algún momento una herramienta al alcance de muchas personas?

Jennifer Doudna buscó desde el principio fue que esos tratamientos no se volvieran un lujo

Es, sobre todo, una cuestión de políticas públicas. Si llegásemos a ser capaces de usar el CRISPR para curar la anemia de células falciformes, por ejemplo, dependerá de los responsables de la formulación de políticas determinar si lo hacemos de una forma asequible y generalizada. Mi esperanza es que así sea. Además, creo que todo el costo que implica la edición genética se verá reducido con el paso del tiempo, en gran parte porque una de las cosas que Jennifer Doudna buscó desde el principio fue que esos tratamientos no se volvieran un lujo, que si iban a cambiar a nuestra sociedad, fueran un cambio para todos.

Usted plantea en el libro una pregunta muy sugestiva, ¿a quién recordarán más los historiadores del futuro, a Mark Zuckerberg o a Jennifer Doudna? ¿Quién cree que quedará más en la memoria?

Creo que la revolución de las ciencias de la vida será mucho más importante para la humanidad que la revolución digital que nos dio Facebook o Twitter. La digital nos ha permitido comunicarnos y ha sido importante en cuanto a la creación de computadoras o del propio internet. Pero será mucho más importante una revolución que nos permita curar las enfermedades genéticas, que guíe la evolución humana y que cree niños más sanos y fuertes. Y como con la revolución digital, las herramientas serán buenas o malas dependiendo del uso que les demos. Sin embargo, las de las ciencias de la vida podrían tener más consecuencias buenas que malas. Por eso, Jennifer Doudna terminará siendo más importante para la historia.

El uso de estas herramientas de edición genética ya está en discusión. Hay grupos de ‘biohackers’ que promueven la manufactura de estos dispositivos desde un garaje.

Portada Walter Isaacson.
El libro es publicado por la editorial Debate. 620 páginas.
Foto: Archivo particular

Volviendo a la comparación con el mundo digital, pienso que la revolución de los computadores que se dio en los 70 se debió en gran medida al impulso de los ‘hackers’. El haber promovido en sus clubes caseros de computación un cambio hacia dispositivos más personales y que no fueran solo propiedad de las grandes corporaciones fue fundamental para el desarrollo de esa industria. Ocurre lo mismo con la biotecnología. Los piratas están haciendo sus propios experimentos, incluso con CRISPR. Esto es útil en la medida en que puede ayudar a reclutar a tantas personas como sea posible y hacer este viaje de descubrimiento, pero también, claro, es algo muy aterrador. El daño que puedes hacer como ‘biohacker’ probablemente sea mayor que el que vemos en los piratas informáticos.

Empezó a escribir este libro en los primeros meses de la pandemia. ¿Qué tanto cambió su forma de trabajar esta vez?

Fue divertido reportarlo en tiempo real. Así pude estar en los descubrimientos que se estaban desarrollando en los laboratorios. A diferencia de mis libros anteriores, esta historia se desarrollaba mientras la escribía. Quise que fuera un thriller científico; que el lector sintiera la misma adrenalina que los científicos experimentan mientras hacen su trabajo.

Después de investigar sobre la modificación genética, de ver las puertas que abre, ¿no le da un poco de miedo que entremos en una especie de pesadilla de ciencia ficción, como la de Huxley en ‘Un mundo feliz’?

Cuando Jennifer Doudna inventó la tecnología del CRISPR tuvo una pesadilla. En ella, un investigador le pedía que se reunieran porque quería saber más sobre la edición genética. Cuando llega a la sala a donde iban a encontrarse, Doudna se espanta al ver quién la había convocado. El personaje era Hitler. Esto la llevó a tomar medidas y a buscar que su invento no se volviera una pesadilla real. Por eso reunió a científicos de todo el mundo para que ayudaran a crear regulaciones que evitarán que esta tecnología sea mal usada. Creo que tenemos unos diez o veinte años antes de que esta técnica se vuelva peligrosa, para entender bien lo que promete. Todavía hay tiempo para asegurarnos de no terminar en un cuento de terror como el que soñó Jennifer. 

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