El futuro después del coronavirus

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Un virus ha hecho temblar el planeta. Ha confinado a la humanidad, segado más de 230.000 vidas y cambiado la forma en que vamos a vivir. 

Mundo| Tomado de El País de España | Futuro |

¿Cómo será el mundo que nos espera a la salida de esta crisis? ¿Qué rumbo debemos tomar?  expertos y pensadores ofrecen su visión de las claves de la nueva era

NOSOTROS / El contacto con nuestros mayores

Recuperar el vínculo intergeneracional

HARTMUT ROSA, Filósofo alemán y director del Max Weber Center for Advanced Cultural and Social Studies

“En una sociedad acelerada, no se les respeta como ancianos y sabios, sino que se los abandona como no pertenecientes al tiempo presente”

El trato que damos a nuestros mayores ha sido, cada vez más, motivo de mala conciencia. En una sociedad acelerada, no se les respeta como ancianos y sabios, sino que se los abandona como no pertenecientes al tiempo presente y se los relega en su debilidad, encerrados en residencias y apartados de la vida social. De hecho, el coronavirus nos proporciona una justificación para este abandono. Al no visitarlos, al mantener la distancia social, protegemos su vulnerabilidad, estamos haciendo una buena acción.

De este modo, se amplifica una tendencia de nuestras sociedades que viene de lejos; la distancia social y temporal se traduce en distancia física, se rompe la cadena entre generaciones, se profundiza la marginación y se aumenta el alejamiento. Pero romper el vínculo con el pasado nos lleva inevitablemente a romper también con el futuro. Si una sociedad necesita debatir cuál es su “deuda” moral o legal con las generaciones futuras, es que ya ha perdido la conciencia de la conexión que existe entre un pasado significativo y un futuro prometedor.

El eje de resonancia, de la escucha y la respuesta a través del tiempo, ha enmudecido. De la misma manera que los jóvenes de los Viernes por el Futuro, la crisis del coronavirus nos recuerda la grave pérdida de la resonancia temporal que tiende un puente vibrante que, partiendo de la vida y el esfuerzo de las generaciones pasadas, atraviesa nuestra propia existencia en dirección a la vida futura. Lo vemos en el plano ecológico, y ahora lo estamos experimentando más que nunca también en el personal, cuando sentimos el dolor de las personas encerradas y excluidas en residencias o apartamentos aislados. Pero como da a entender el significado mismo de la palabra “crisis”, nos encontramos ante una encrucijada, ante la oportunidad para cambiar de senda. Recreemos el vínculo de la resonancia intergeneracional precisamente en estas condiciones de distancia física.

NOSOTROS / Relaciones

Recuperar el vínculo

EVA ILLOUZ Directora franco-israelí de estudios en la Escuela de altos estudios de ciencias sociales, en París, y profesora de sociología en la Universidad Hebrea de Jerusalén”.


Cabe esperar que la pareja adquiera un nuevo significado: refugio contra la angustia de la soledad radical, una fuente estable de sexualidad, una garantía de la salud”

El hogar, el famoso dulce hogar, se convirtió en el espacio principal para gestionar una crisis de una escala planetaria sin precedentes. Pero el hogar reveló nuevas distinciones y líneas divisorias entre quienes estaban felizmente confinados en compañía y quienes se sentían amenazados o molestos por la presencia cercana de otro. También reveló la diferencia entre quienes tenían personas importantes o familia con las que aislarse, y aquellos que estaban confinados solos. Independientemente de las consecuencias que pueda tener la crisis, tendrán que ver con el que haya sido nuestro hogar durante estas insoportables semanas en las que hemos estado encerrados en casa, en un estado próximo al arresto domiciliario.

Muchos hogares ‒con la ayuda de la aglomeración urbana y la especulación‒ son demasiado pequeños y no están equipados para proporcionar a cada miembro de la familia la capacidad de actuar y vivir como las personas altamente individualizadas en que nos han convertido las sociedades contemporáneas (los baños se comparten con otros; los dormitorios están muy cerca unos de otros). Además, el hogar está estructurado implícitamente por la posibilidad de hombres y mujeres de llevar vidas separadas, es decir, de tener y seguir caminos diferentes durante el día. A esto hay que añadir el hecho de que los hombres que han perdido su trabajo se sienten mucho menos valiosos y pueden convertirse en una amenaza para sí mismos y para las mujeres que viven en la casa. Los récords de violencia contra las mujeres durante las epidemias es un recordatorio, si es que necesitábamos alguno, de que para mucha gente el hogar solo es habitable si se apoya en la presencia de un mundo exterior en el que los dos sexos pueden llevar vidas separadas y del cual puedan derivar su sensación de que son seres valiosos. Cuando se levantó el confinamiento de Hubei, se presentaron más solicitudes de divorcio que nunca. Esas personas habían descubierto que el hogar no era el sitio para los matrimonios; por lo menos, no el sitio exclusivo. Para ellas (y para muchas otras) el hogar, al fin y al cabo, no era tan dulce. Es probable que muchos descubran lo mismo cuando vuelvan a una vida casi normal.

El confinamiento también ha revelado otra línea divisoria: la que separa a las personas que viven solas de las que tienen a alguien importante con quien interactuar. De repente, estar soltero no era un estilo de vida, sino un decreto impuesto a las personas obligadas a vivir la falta de relaciones sexuales y calor humano. Seguramente, esta experiencia de aislamiento obligatorio y lo que ello entraña (el celibato forzoso) hará que aumente el número de personas que quieran establecer vínculos estables y con sentido. No sé si se producirá un aumento del número de nacimientos y de la tasa de matrimonios comparable al que el mundo (y especialmente Estados Unidos) vivió tras la II Guerra Mundial, pero cabe esperar que la pareja adquiera un nuevo significado añadido que antes no tenía: el de ser un refugio contra la angustia de la soledad radical del confinamiento en casa, una fuente estable de sexualidad, una garantía de la salud de la pareja y un remedio para un mundo que, de repente, puede volverse inmóvil.

La intimidad, en el mundo antes y después, seguirá siendo uno de los principales escenarios en los que se representará la lucha del individuo con la sociedad.

MUNDO / Humanismo jurídico

Someter la globalización
a reglas del Derecho

MIREILLE DELMAS-MARTY Jurista francesa, profesora Emérita del Collège de France y miembro del Instituto de Francia.


“Ningún Estado ni comunidad nacional podría en el tiempo mantenerse solitaria y ha llegado el momento de que la soberanía se torne solidaria”

La crisis sanitaria que ha generado la pandemia ha coronado las que se han venido produciendo desde el principio del milenio. La indignación ciudadana contra las derivas de seguridad, la cólera de los chalecos amarillos frente a las desigualdades sociales, la revuelta de las generaciones jóvenes y de los pensionistas y el llamamiento de los científicos sobre el cambio climático no han sido advertencias suficientes. Ha sido necesario un virus para hacer temblar el mundo, hasta el punto de estremecer -por fin- las certidumbres de nuestros dirigentes.

Frente a un peligro real, los Estados tanto a escala europea como mundial, se esfuerzan penosamente por detener la propagación de la enfermedad y por limitar sus consecuencias. Es como si ese minúsculo ser vivo hubiera venido para desafiar nuestra humanidad mundializada y revelar su impotencia. Lo que hemos visto desde el comienzo de la crisis evidencia que hay que someter la globalización a reglas de Derecho. Pero para concebir un Estado de Derecho sin un verdadero Estado mundial, el universalismo resulta demasiado ambicioso y el soberanismo, replegado sobre las comunidades nacionales, demasiado pusilánime. Para conciliarlos se requiere pensar en ello de forma interactiva: necesitamos a las comunidades nacionales para responsabilizar a los diversos actores, comenzando por los servicios de salud.

Pero solo la comunidad mundial podrá definir los objetivos comunes y las responsabilidades que resulten de ello para los agentes globales: Estados, organizaciones internacionales y empresas multinacionales. Solo su coordinación entrecruzada evitará que las dos dinámicas se enfrenten en un amplio caos. Para inspirar esa nueva gobernanza debemos acudir a los principios de los humanismos jurídicos, que han de ser nuestra brújula en tiempos tempestuosos. Y debemos organizarnos bajo el lema SVP: saber científico, voluntad ciudadana y poderes públicos y privados.

La crisis sanitaria es una demostración casi perfecta del grado de interdependencia alcanzado por nuestras sociedades. Ningún Estado ni comunidad nacional podría en el tiempo mantenerse “solitaria” y ha llegado el momento de que la soberanía se torne “solidaria”, y que cada cual se encargue de su parte de los bienes comunes mundiales, ya se trate del clima, ya de la salud.

Créditos:
Edición y Coordinación: Joseba Elola, Carmen Pérez-Lanzac, Braulio García Jaén, Carla Mascia, Andrea Aguilar, Pablo de Llano, Jorge Morla, Ángeles Lucas, Pablo León, Jesús Alborés.
Dirección de arte: Fernando Hernández, Ilustraciones: Sr. García, Fotografía: Carmen Guri y Almudena Martín, Desarrollo: Jacinto Corral, Frontend: Alejandro Gallardo, Traducciones: News Clips y María Luisa Rodríguez Tapia

EtiquetasFuturo
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