Límites y posibilidades del cooperativismo agropecuario

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 Por: José Alfonso Valbuena Leguízamo|vallejal@gmail.com

Los antecedentes remotos de las cooperativas se ubican en Egipto, Grecia, Roma, Babilonia y China, con organizaciones creadas por agricultores y artesanos para el beneficio mutuo.

En América, las comunidades indígenas se caracterizaron por las formas colectivas ancestrales de producción y la propiedad comunitaria. Los aztecas tenían unidades territoriales autosostenibles denominadas “calpulli” con tierras de cultivo para el trabajo comunitario; los incas operaban en igual forma a través de los “ayllu” o “cacamar”; los mayas hacían lo propio en las “milpa”.

Las comunidades indígenas muiscas sembraban en huertos y labranzas, haciendo del “convite” una práctica económica y social mediante la cual se realizaba trabajo cooperativo para preparar los terrenos, sembrar y cosechar, convirtiendo las actividades en una fiesta.  Comunidades de la Amazonía y la Orinoquía sustentan su trabajo de la tierra en las “chagras”. Formas de trabajo cooperativo son también la “faeba” (para la realización de obras de beneficio común) y el “waki” (cultivo y cosecha colectivos). La “minga” es otra expresión de fusión de trabajo colectivo y celebración en comunidad, propia de los pueblos indígenas de los Andes.

El cooperativismo como se conoce hoy surge de las ideas de Peter Cornelius Plockboy en favor de la felicidad de los pobres, quien influyó en los “Pueblos de la Cooperación” (comunidades autónomas) del galés Robert Owen y los “Falansterios” (comunidades rurales autosuficientes) del francés Charles Fourier. Posteriormente (1844) se crearía en Inglaterra la Sociedad Equitativa de los Pioneros de Rochdale, por parte de 28 tejedores desocupados, formando las bases del movimiento cooperativo moderno.

En 1895 se crea la Alianza Cooperativa Internacional, el portavoz de las cooperativas en el mundo, entidad que las define como empresas centradas en las personas, de propiedad conjunta y dirigidas de forma democrática por y para sus miembros, de forma que estos puedan satisfacer sus necesidades y aspiraciones socioeconómicas comunes.  El movimiento cooperativo propugna por la satisfacción de necesidades de los seres humanos y su inclusión en la vida económica y social, sobre la base de unos valores que le son propios: ayuda mutua, democracia, equidad, responsabilidad, igualdad y solidaridad.

Actualmente existen tres millones de cooperativas en el mundo, que generan 280 millones de empleos, lo que representa el 10% de la población empleada. En Colombia son alrededor de 5.000 cooperativas, la mayor parte dedicadas a actividades financieras y crediticias, y en menor grado a comercialización y consumo, seguros, servicios empresariales, agropecuarias, transporte y salud.

El cooperativismo agropecuario en Colombia asocia principalmente a productores lecheros y cafeteros, y en menor medida a algodoneros, avicultores, porcicultores, bananeros, azucareros, ganaderos, silvicultores y floricultores. Las limitaciones que se presentan para estas formas organizativas rurales que no alcanzan a ser el 10% del total de las cooperativas del país, son en otra medida las mismas que limitan al pequeño productor rural, y radican en gran parte en la falta de apoyo decidido por parte del Estado en incentivos y oportunidades; la alta desigualdad en la tenencia de la tierra; la ausencia de asistencia técnica; la competencia de las grandes empresas agroindustriales; el alto costo de insumos, semillas y fertilizantes; el reducido acceso a préstamos; la limitación en el transporte para la venta de sus productos; la falta de canales de comercialización sin intermediación; la presencia de actores armados; y la cultura individualista.

Las propuestas que deben surgir para fortalecer el cooperativismo agropecuario no pueden radicar en el nefasto modelo del “cooperativismo” de trabajo asociado, que en la producción de palma aceitera, caña de azúcar y flores, se ha convertido en el instrumento para disminuir los costos de las empresas, atentando contra los derechos laborales de los trabajadores rurales. De acuerdo con la Confederación de Cooperativas de Colombia (Confecoop), estas juegan un papel como actores en la construcción de convivencia y consolidación de la paz territorial, desplegando un conjunto de estrategias como aquellas dirigidas a agregar valor a sus productos; la participación de las cooperativas de producción en cooperativas de segundo grado encargadas del transporte y la comercialización de los productos; y el acceso al crédito productivo y de fomento a través de las cooperativas financieras y de ahorro y crédito.

Estamos de acuerdo con impulsar el cooperativismo rural de los pequeños y medianos productores como instrumento para el empoderamiento de las comunidades en sus territorios y para  su inclusión social, económica, cultural, ambiental y política, en contextos de bienestar y dignidad, que haga frente a la pobreza y el hambre que prevalecen en Colombia.

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