Hay que buscar caminos viables para ayudar a Venezuela

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Decía Silo, fundador del Nuevo Humanismo, que estamos en el reino de la mediocridad. Que las dirigencias de hoy son gente sin corazón, carente de ideales superiores, sin un sentido de vida trascendente, guiadas por el mas crudo y miope pragmatismo.

Por Alberto Conde | Opinión |
 

Cuando observamos lo que pasa actualmente en las relaciones colombo-venezolanas, y la forma como se están manejando, confirmamos la aguda observación de Silo.

Sin lugar a dudas, ni Maduro, ni Trump, ni Duque han comprendido que el mundo de hoy es absolutamente diferente al de mediados del del siglo XX, que permitió hegemonías internacionales como las de Estados Unidos y Rusia.

Eso significa que las estrategias de lucha, por una parte, y también las de desarrollo para cada país tienen que ser radicalmente diferentes a las de aquella época. Antes se pensaba que una utopía no solamente permitía guiar el accionar de los seres humanos para construir el “paraíso terrenal”, sino que esa utopía era inmodificable, perfecta.

Había entonces una visión mesiánica y caudillista del desarrollo social; parecìa como si todo dependiera de un gran guía y salvador que iluminado conduciría a la humanidad hacia la paz y la felicidad.

Y si bien la utopía socialista, impulsada por destacados pensadores de la época, permitió en el siglo XX el triunfo de las revoluciones rusa, china, coreana, vietnamita, albanesa, cubana, nicaraguense, para nombrar solamente algunas, también la misma práctica revolucionaria demostró que la revolución no consistía simplemente en la “toma del poder”, porque el poder es un problema mucho más complejo que una mayoría alineada en torno a un gran sueño y a un partido guiado por un caudillo.

Enseñó que el poder, como dice Michel Foucault, no se posee, no se cede, ni se reparte, se ejerce. Y ese ejercicio tiene que estar ligado a las condiciones reales y no solamente al sueño futurista. La cuestión es que la realidad impone sus condiciones -que hay que aprender a leer acertadamente-, mientras el poder circula entre los disopositivos y los sujetos en razón de esas condiciones.

Pues bien, en mi opinión solamente los chinos y los nórdicos aprendieron esta lección. Maduro en Venezuela y sus enemigos en la región, ni siquiera han entendido que pasó y mucho menos qué está pasando. Pero además todos estos experimentos caudillistas ligados al militarismo seudorevolucionario salido de las filas de los oficiales formados en West Point, siempre terminan transformándose en dictaduras. Igual sucedería si nos apegamos a las teorías sobre la dictadura del proletariado, ya superadas.

Hoy, la globalización es un hecho. Las economías nacionales se encuentran intensamente entrecruzadas, concatenadas. Y quien olvide este hecho está condenado al fracaso, no solo porque el entrelazamiento es inevitable, sino porque los nodos centrales de la red, como son las grandes potencias militares y económicas, harán sentir su peso específico.

Hay que aprender a moverse en esa red y tener la flexibilidad suficiente para cambiar el rumbo dentro de la malla, para conseguir los aliados y neutralizar a los enemigos. La revolución de hoy necesariamente tiene que ser mundial y no local o nacional.

Pero Maduro  tiene la misma visión de Trump y de  la derecha mundial, cuyos nucleos motivacionales son el poder, el dinero y el prestigio. Maduro no es un hombre de izquierda.

La izquierda, siempre se  ha movido tras el ideal de la justicia social, tras la búsqueda de la equidad, de la eliminación del dolor y el sufrimiento en el ser humano, de la construcción del bienestar social, la protección de la naturaleza y el saneamiento del medio ambiente.

Para la izquierda la fuerza creativa y renovadora de un país radica tanto en la capacidad de inventiva y creación de los técnicos, científicos y teóricos, como en los trabajadores de base que ejecutan.

Nosotros sabemos que no habrá redención en la miseria, que la creación de riqueza es fundamental para el bienestar general, pero también sabemos que la riqueza acaparada crea más pobreza y que la supervivencia de las empresas y la terminación del hambre no dependen de la guerra sin cuartel entre aquellos, que es en esencia la competencia, sino de la forma como esté estructurada la sociedad, de las relaciones que la definen.

Maduro es un espíritu mezquino aferrado al poder político para poder ocultar su corrupción y su pequeñez; no es un hombre de izquierda. Pero su visión es la misma de sus opositores.

Tomar como arma política la ayuda humanitaria, (u oponerse a ella), efectivamente es una estrategia que indica una ética inhumana. Pensar que de esta manera se creaban las condiciones para una acción militar fue una estrategia absurda y un  error, debido a que las guerras politiqueras intestinas en los países latinoamericanos y  la creciente corrupción, crean continuamebnte condiciones para el intervencionismo. ¿Quien se arriesgaría a sufrir después las mismas consecuencias que Venezuela en estas situaciones políticas?

Si en verdad, lo importante es que al pueblo venezolano le lleguen alimentos y medicinas para calmar el hambre y curar sus enfermedades, no era necesario forzar un enfrentamiento con el régimen de Maduro, pues forzar un fin siempre produce lo contrario.

Lo procedente era utilizar organismos internacionales como la Cruz Roja o una comisión de las Naciones Unidas, de la UNESCO, o de  la OIM, por ejemplo. Pero someter al pueblo venezolano al dolor y a los riesgos que sufrió no es ni humanitario ni inteligente.¿Qué era más importante: socorrer al pueblo venezolano o crear un hecho de opinión que desprestigiara a Maduro?

Maduro es, creo yo, desde hace rato, el mandatario más desprestigiado del mundo. En cambio el protagonismo de la “Casa Blanca” en todo este lío evidencia el afán los Estados Unidos de cuidar su patio trasero  y de recuperar las riquezas que encierra.

Trump es tan burdo como Maduro e igualmente  mediocre y arrogante. Además este ya no es el tiempo para las invasiones, en ninguna parte del mundo. Se les olvidó asimismo que la economía venezolana está vendida a Rusia y a China y que ninguno de estos países está dispuesto a perder lo invertido.

Creo, entonces, que resolver este conflicto implica que se sienten a negociar, Estados Unidos, China, Rusia, el gobierno de Maduro y el presidente interino Juan Guaidó, para encontrar una salida que tenga como prioridad la solución de la cada vez más compleja y acuciante situación del pueblo venezolano.

Esperemos que este momento llegue pronto para alivio de este pueblo hermano cuya historia está tan ligada a la nuestra y que esa solución sea un referente para la búsqueda de un manejo más humano de los conflictos geopolíticos  acorde con el mundo contemporáneo que reclama métodos creativo y novedosos.

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