No retrocedamos y avancemos con cordura

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Creo que en este momento histórico que estamos viviendo, no hay un solo colombiano que no esté preocupado por la marcha de los acontecimientos. 

Por Alberto Conde Vera | Columnista EPDC | Opinión |

 Evidentemente yo lo estoy porque el futuro de nuestra Colombia es incierto.

Ciertamente este es el momento de las nuevas generaciones que deben y tienen que aparecer en el escenario de la política y asumir la responsabilidad que el momento histórico les exige. 

Sin lugar a dudas este gobierno, encabezado por Duque, es un gobierno inepto y además atrevido, irrespetuoso, que sin captar los cambios ocurridos en la conciencia del pueblo colombiano y en especial en las capas medias de esta población, intentó cargar sobre los hombros de los trabajadores del país el pesado fardo de las deudas contraídas con la banca internacional y el déficit fiscal, causado por el pésimo manejo de las inversiones públicas y por los robos y desfalcos de los deshonestos funcionarios estatales en complicidad con algunos inversionistas privados. 

Además, la torpe visión del actual gobierno, tan poco le permitió ver la gravedad de la situación causada por la pandemia.

Es tal la ceguera de este gobierno que ni siquiera captó el desespero de las comunidades indígenas acosadas de mil maneras por los narcos y las guerrillas, estas últimas hoy también convertidas en bastiones del narcotráfico. Todo esto es verdad y explica el levantamiento popular y las protestas generalizadas en todo el territorio nacional.

No obstante, ninguna lucha puede prolongarse indefinidamente sin terminar convirtiendo a sus actores en seres insensibilizados, como hemos podido constatarlo aquí en nuestro país y en todo el mundo.

La prolongación de las luchas, más allá de lo necesario, produce al final uno de dos efectos: o disminuye el calor y la fuerza de la energía inicial hasta convertir la lucha en algo inocuo, débil e insustancial, o transforma la lucha en un movimiento guiado por el odio y los deseos de venganza. Por eso es necesario saber cuándo utilizar nuevas estrategias. 

La historia ha demostrado que la más agresiva de las formas de lucha es la guerra; igualmente nos ha enseñado que el fin de la guerra es la política, pero bajo formas hegemónicas, opresoras y dominantes. 

Los triunfadores en la guerra siempre, hasta ahora, se han convertido en dominantes que dejan en el papel o en las grabaciones, los propósitos de liberación del pueblo. Y es  que la liberación del ser humano solamente es posible cuando es el resultado de procesos personales de transformación, en la búsqueda de nuestro verdadero sí mismo o de nuestras profundas verdades internas; en pocas palabras de nuestra libertad. 

Por eso la guerra no puede ser una forma de lucha para liberar, porque no libera; crea nuevas formas de control y opresión. Así que no tiene sentido dejar agudizar los conflictos hasta el punto de que la alternativa sea real o supuestamente, la guerra. 

Hay circunstancias, en el caso colombiano actual, que se deben tener en cuenta para evaluar la posibilidad de que la lucha se salga del control de sus dirigentes: primero, los organizadores no han podido controlar el vandalismo de gente que, con razones entendibles, sale a las calles a darle salida a todo el odio y el resentimiento que han acumulado por tanto tiempo de abandono y de engaños, de parte de los gobernantes y de la casta politiquera que ha gobernado este país. Es entendible, pero no justificable. 

No obstante, estas expresiones de odio no desaparecerán mientras exista la oportunidad para expresar estos negativos sentimientos, puesto que son expresión además de una ignorancia total respecto de lo que es y lo que debe ser la política. 

Un pueblo resentido, lleno de  odio, decepcionado  y con una visión distorsionada de lo que es la política como instrumento de direccionamiento, de organización de los pueblos y de definición de objetivos, estrategias y tácticas para lograrlos, es fácilmente utilizable por quienes alzados en armas seguramente terminarán convirtiéndose en figuras dictatoriales, incapaces de comprender las nuevas realidades del mundo contemporáneo y en abono para que florezca el individualismo en su forma más destructiva y anárquica. 

En tales condiciones es fácil creer que la cuestión es la sobrevivencia personal por encima de cualquier otra cosa, o la asociación para hacer daño al “enemigo” de cualquier forma y sin medir las consecuencias

Segundo, quienes, desde nuestra niñez, hemos sentido directamente y/o conocido en los libros de historia tantas y tan dolorosas derrotas y  engaños, sufridas por los ciudadanos del común, sabemos con absoluta certeza que sin organización, sin un camino claro, anidado en el corazón y la mente de la gente, así como sin un conocimiento lúcido de lo que es posible, a partir de las condiciones reales de desarrollo personal, social, económico, cultural y político, nada se alcanzará, excepto empoderar a un nuevo tipo de opresores, como lo prueba la historia en todos los países del mundo. 

¿Qué puede evitar que esto pase? La organización democrática y participativa de todos los partidarios del cambio. Por eso celebro que hoy los organizadores y miembros de la llamada “primera línea” estén pensando en organizarse políticamente para ser más efectivos en sus ejercicios de poder.

Tercero, todo en la vida son procesos en movimiento, naciendo o muriendo, y todos los procesos, sin excepción alguna, tienen un comienzo, un período de auge y un decrecimiento. Alcanzan una cima y luego decrecen hasta morir. 

El momento de negociación, en el caso de los procesos sociales, es cuando se ha alcanzado la cima, porque en ese momento se tiene el máximo de energía.  

Hay que recordar que un conflicto es simplemente la expresión de la crisis de un proceso. De esta suerte, lo más importante es saber en qué proceso estamos y hacia donde se orienta tal proceso, para establecer las estrategias adecuadas que permitan abrir nuevos caminos. 

Si somos defensores del orden social establecido, evidentemente estamos inmersos en un proceso de conservación de lo establecido. La conservación no implica inmovilidad; se puede conservar creando formas nuevas y conservando la esencia del proceso. 

Pero, como ya se dijo, todo proceso tiene un límite evolutivo a partir del cual empieza a morir para abrir el espacio a otro nuevo. Toda la tecnología moderna, por ejemplo, ayuda, hasta cierto punto, a conservar este orden mundial en el cual vivimos, en la medida en que genera el deseo desde el que somete; empero, a la vez, exhibe nuevas posibilidades de acción, no compatibles con el orden establecido. 

Esto significa, según lo dicho aquí, que, en algún momento de este desarrollo tecnológico, se revelarán condiciones de existencia que exigirán cambios sociales e individuales fundamentales, impulsados por esa evolución tecnológica. 

En buena parte esto es lo que está sucediendo precisamente ahora. Por ejemplo, ¿a quién venderle si los consumidores son en su mayoría pobres? Empleo y producción van de la mano. Para vender lo producido, debe haber un número correspondiente de productores-consumidores (empleados de diferentes niveles e inversionista) con capacidad de compra. 

Además, los avances tecnológicos hacen necesarias las redes en todo sentido e impiden el control de la información Estas son las contradicciones a resolver en el orden económico y cultural. ¿Cómo?, es lo que debemos dilucidar, con la participación de todos los interesados.

Ahora, volviendo al campo de la política, es necesario considerar que este es un campo donde las relaciones de poder son más evidentes y donde la táctica y la estrategia revisten capital importancia. 

Hasta ahora, la estrategia de los partidos de izquierda ha consistido en tratar de aislar a la extrema derecha para “conquistar el poder” y en tratar de darle al Estado un papel más protagónico y competitivo en los órdenes económico y político, en contra de los más ricos. 

La sola idea de la “conquista del poder” es ya errada, porque como descubrió y reveló Foucault, el poder son relaciones de fuerza y no algo para conquistar o poseer o ceder. 

El poder se ejerce y no solamente desde el Estado, sino cotidianamente en todas nuestras relaciones sean estas familiares, de amistad, comerciales, económicas, empresariales, políticas etc. 

Así que la cuestión es si hacemos ejercicios de poder o ejercicios de dominación; es decir si nos relacionamos para expandir posibilidades, para encontrar nuevos caminos, nuevas opciones y esto en todos los campos de relacionamiento (familia, empresa, amistades, vecindario, política, etc.), o nos relacionamos para imponer, para cerrar alternativas. 

Entonces, según la línea que adoptemos las formas organizativas, de relacionamiento e interacción, y los objetivos serán distintos. 

Como ejemplo tomemos lo que está pasando. Creo que todas las peticiones o exigencias de los participantes en el paro nacional, habían sido formuladas desde hace muchos años por distintos sectores que conforman la sociedad colombiana. 

Pero fue necesario este paro y la violencia que se suscitó a partir de él, para que se reconociera la importancia de las mismas. La línea de la dominación -seguida hasta ahora por lo gobernantes colombianos-, que en esencia consiste en el absoluto desconocimiento de los otros, lleva a estas situaciones tan costosas social, humana, económica y políticamente hablando. 

¿Deberemos seguir por este camino? El interrogante queda planteado y todos deberemos pensar en él y hacer sugerencias. 

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