Un momento histórico especial

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Acerca del acuerdo de la Habana los argumentos en favor o en contra se repiten una y otra vez. Se renuevan, se enriquecen, se fortalecen en cada discusión, hasta llevarnos a un lugar común para nosotros: la polarización.

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Chía | EPDC, por Alberto Conde Vera | Opinión |

Es decir que hacemos realidad constantemente la sentencia de Foucault, “la política es la continuación de la guerra por otros medios”. Entonces no sigamos en lo mismo; hablemos de la importancia del actual momento histórico.

En los años cincuenta, cuando se realizó el acuerdo que puso fin a la guerra entre liberales y conservadores, se vivió un momento parecido, pero en condiciones muy distintas.

El país era un país fundamentalmente rural, el intercambio comercial con el resto del mundo era muy pobre comparado con el de hoy y los medios de comunicación no habían alcanzado ni el desarrollo ni la diversificación que tienen en la actualidad. Las comunicaciones por entonces eran muy difíciles y las carreteras pésimas.

El atraso cultural e intelectual de la mayoría era inmenso y aun así fue capaz de entender los términos del acuerdo logrado entonces y aceptarlo. Pensemos, para percibir mejor la situación, que ser profesional era un verdadero privilegio que gozaban muy pocos.

Hoy sucede todo lo contrario. Ciertamente tenemos un intercambio comercial muy superior al que teníamos en aquellos tiempos y existen 30 o 50 veces más empresas que las que teníamos en aquella época, la introducción de los teléfonos móviles produjo una revolución en las comunicaciones y la internet acercó la información y el conocimiento de manera increíble a la juventud.

Hay muchísimas más universidades que por esos años. Así que conocer e informarse dejó de ser privilegio de unos pocos y se hizo más fácil satisfacer estas necesidades, como lo comprueba el número de profesionales jóvenes que hoy tenemos.

Entonces, si comparamos los dos momentos nacionalmente, tendremos que reconocer que hemos avanzado mucho. Pero si nos comparamos con otros países, especialmente con los europeos y los norteamericanos, en estos dos momentos, veremos que las proporciones en el desarrollo general se conservan no solo aquí sino en todo el tercer mundo con excepción de algunos países de Asia.

Nuestra economía sigue siendo pobre en relación con el primer mundo y no importa que digan los gobernantes colombianos, el crecimiento de producto interno bruto (PIB) sigue siendo insuficiente para alcanzar el punto de equilibrio en relación con las múltiples necesidades de nuestra nación y nuestros pueblos.

El endeudamiento adquirido por el Estado es crítico, siempre lo ha sido en comparación con el PIB y este es un problema demasiado serio para que se le trate con la ligereza con la cual se le suele tratar. Igual pasa con la balanza comercial donde las importaciones superan con creces a las exportaciones.

Pero además, hay algo más importante que todo esto y que no se presentaba en la década de los cincuenta: la absoluta pérdida de confianza de la mayoría de la población en el Estado, los partidos políticos y las dirigencias políticas y económicas. La pérdida de referentes éticos, políticos, sociales e incluso religiosos.

El endiosamiento del dinero, intensificado durante la época de los contubernios entre empresarios, políticos y también líderes religiosos con el narcotráfico. El reforzamiento del individualismo y consiguientemente del fraccionamiento de las organizaciones. Además, el incremento del egoísmo, de la insensibilidad y la indiferencia frente a los problemas sociales.

Todo vestigio de la solidaridad desapareció prácticamente en nuestro país.

Ahora bien este momento que vivimos ha permitido no solo mayor información en cuanto a la verdadera situación del país y al sufrimiento que han debido soportar a causa de la guerra, muchos campesinos y habitantes de los barrios donde se acumula la pobreza, así como empresarios y líderes políticos.

Quizás, ahora hemos podido ver las verdaderas dimensiones de esa terrible tragedia que es la aparición de ese monstruo terroríficamente destructivo de la vida y el espíritu de los pueblos.

Y es ahora, cuando el despertar de una nueva sensibilidad social muestras sus luces, que renace la esperanza perdida. El acuerdo de la Habana podrá tener todos los defectos que se le quieran ver, pero como dice el jefe de los negociadores por parte del Gobierno, Humberto de la Calle, es el que se podía lograr.

El que llevó al límite las concesiones que unos y otros podían hacer. Porque era una negociación lo que se estaba realizando en la Habana. No un acto más de guerra en el cual tenía que someterse al otro.

Era un acto de reconocimiento mutuo de las diferencias pero al mismo tiempo de la existencia de lo otro y de los otros. Un acto realmente humano, libre de odios, rencores y soberbias.

Claro, para algunos eso es lo malo, lo inaceptable. Pero de aceptar esta forma de pensar, estaríamos en el mismo plano de Hitler, Stalin, Pinochet, y muchos otros dictadores, quienes condujeron los procesos que vivieron a una espiral de destrucción e inhumanización absoluta.

Eso es el fascismo en su esencia: la absoluta negación del otro y es también lo que los europeos han superado tras la segunda guerra mundial y lo que nosotros estamos a punto de superar con el plebiscito del próximo 2 de Octubre.

Esa es la importancia de decir sí; es decir, la importancia de superar los odios y abrir el camino a la reconciliación y a la construcción de una nueva nación, hermanada, clara en sus propósitos comunes, dispuesta a experimentar la vías del diálogo, de la participación ciudadana y de los consenso para avanzar.

La importancia del momento para mirarnos con el fin de corregir nuestros errores, de pensar más en colectivo y menos egoístamente, para trazar un nuevo camino de progreso y bienestar que realmente nos cobije a todos.

Este es el momento de la esperanza y creo que así lo han entendido lo jóvenes, quienes hace rato están trabajando de distintas maneras en las comunidades pobres porque entienden que mientras las brecha sociales sean tan profundas, no habrá reales posibilidades de paz y seguridad social.

No hay que temer a los nuevos caminos, los colombianos somos un conjunto de pueblos (aborígenes y occidentales) inteligentes que sabemos aprender de la experiencia propia y extranjera.

No repetiremos los errores de otros pueblos ni cercanos ni lejanos y con seguridad encontraremos nuevos caminos para el bienestar de todos, sin exclusiones de ninguna clase.

Toda la creatividad de que somos capaces se pondrá a prueba y nuevas sensibilidades y sentimientos fraternales habrán de aflorar. Par darle posibilidades a la convivencia, tantas veces soñada, es necesario serrarle las puertas a la violencia.

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