Gabo y Mercedes, valió la pena

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Sus treinta y dos capítulos cortos están escritos con el corazón de un hijo que nos confía un secreto de familia sobre los últimos años de la vida íntima del genio de las letras.

Por Luis Ángel Muñoz Zúñiga | Tomado del Diario El Occidente |Opinión |

 Gabo y Mercedes, valió la pena. En estos días la atención del público cinéfilo y de los lectores se centra en dos eventos: el estreno del filme “El olvido que seremos” y el lanzamiento bibliográfico de “Gabo y Mercedes: una despedida”.

Ambas motivaciones culturales tienen origen en dos amores filiales y gratitudes de hijos, cada uno hacia su padre respectivo: Héctor (Junior) por la memoria de Héctor Abad Gómez y, Rodrigo, por la memoria de Gabriel García Márquez.

Corrijo: la gratitud de Rodrigo García Barcha es por Gabo y Mercedes. La calidad del filme “El olvido que seremos” está garantizada, además de acreditarse con el Premio Goya a la Mejor Película Iberoamericana, por las salas colmadas y el impacto entre los cinéfilos.

Quedo en deuda de escribir una merecida critica a la película del gran director español Fernando Trueba, inspirada en la novela de Héctor Abad Faciolince.

Por ahora reseñaré el libro que narra los últimos años de Gabriel García Márquez y Mercedes Barcha, vividos juntos. Admito que cuando anunciaron el lanzamiento bibliográfico no me entusiasmé, sólo sentí curiosidad en razón que de Rodrigo García Barcha apenas conocía su vocación de cineasta.

Pero ahora les confieso que cuando tomé su primer libro entre mis manos para ojearlo y hojearlo, me produjo emociones. Alguna vez un editor decía que con los libros ocurre algo parecido a lo que nos pasa con las mujeres porque algunas son intelectuales, otras sólo bellas, pero que las seductoras nos atrapan.

Hay libros cuya portada no nos inspira un mal pensamiento, mejor digamos, tampoco seducen ni provocan una buena lectura.

Pero cuando ya los poseemos y hemos degustado algunas de sus páginas, nos hacen caer en la cuenta de todo lo que nos estábamos perdiendo por nuestra apatía.

Empiezo a dudar de que el traje haga al monje. Pueden editar hermosos libros que uno compre apenas para adornar en casa los anaqueles y evitar que algunas visitas pasen inadvertidas junto a nuestras bibliotecas personales.

Si hay mujeres que tienen la doble características de ser intelectuales y bellas, igual ocurre con los libros. La ópera prima bibliográfica de Rodrigo García Barcha me sedujo en la librería y lo adquirí como cuando uno corteja a una dama sin pronosticar la suerte.

Claro que cuando en la intimidad acaricié y escuché sus páginas, el libro me confirmó que no me había equivocado cuando le puse mis ojos encima: tiene la doble característica que deseamos de las mujeres, que sean profundas y bellas.

Las ciento cuatro páginas del libro están editadas en un papel fino que uno palpa con la misma motivación que se acaricia la piel de una mujer hermosa y delicada.

Sus treinta y dos capítulos cortos están escritos con el corazón de un hijo que nos confía un secreto de familia sobre los últimos años de la vida íntima del genio de las letras.

Desconocíamos los detalles de cómo el Nobel de la literatura padeció su “peste del olvido”. Uno lee el libro de pasta dura y fina cubierta, como escuchando en la voz de Rodrigo sus confidencias, y que él al final nos sorprenda al entregarnos veinte fotografías realmente inéditas, como si nos compartiera el álbum familiar.

Ser dueños del libro nos hace fantasear de que poseyéramos una pieza valiosa que la familia García Barcha sólo entregara a sus amigos más íntimos.

Es decir que Rodrigo García Barcha con ese detalle se salió con la suya, nos entrega su libro como emulando al gitano Melquiades cuando le entregó los pergaminos a José Arcadio Buendía.

Por eso, “Gabo y Mercedes: una despedida”, con esa doble característica de las damas bellas e intelectuales, desde esta semana ocupa en mi biblioteca el puesto de mis preferidos, y por mi íntima relación con él, no se prestará, es intransferible y nunca enajenable.

Amigos, perdón, al ser seducido por este nuevo libro, incurrí en que les incumplí mi promesa de no volver más a abusar de analogías.

Pero, parodiando a Marc Anthony, valió la pena, es como una bendición de Dios, “le veo y me convenzo de que tenía que llegar”.

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