A los jóvenes de hoy en Colombia

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Si no se está de acuerdo con la política vigente en un país, lo consecuente es participar democráticamente en la construcción de una fuerza política distinta que pueda orientar de manera diferente el desarrollo de ese país

Alberto Conde Vera | Columnista EPDC | Opinión||

Creo, honestamente, que existe una tendencia anarcosindicalista y anarco-colectivista en muchas de las posiciones que conocemos de este movimiento actual, como la tendencia a resolverlo todo a través del movimiento sindical y de las asambleas populares.  Y, por esta razón, hay dos preguntas que considero  necesario hacer, para comprender la anterior aseveración: ¿Qué es lo político y qué es la política?  

En mi opinión, lo político son todas las situaciones y sucesos que afectan la vida de un colectivo cualquiera o de una nación en general. Por ejemplo, la restricción del ejercicio de los derechos humanos, la falta de acceso a la educación en cualquiera de sus niveles, o de las condiciones adecuadas para aprender, la falta de empleo etc. 

Todo esto hace parte del campo de lo político, porque son consecuencias de la política; es decir, del modo de entender las relaciones entre los humanos y de estos con la naturaleza y el medio ambiente. Relaciones que se pueden llamar como las llama Michel Foucault, relaciones de poder. 

La política entonces, en mi opinión, se relaciona con el ejercicio del poder y este ejercicio tiene que ver con la direccionalidad de los procesos sociales. La lucha de fondo es esa: ¿hacia dónde y cómo dirigimos el desarrollo del país? ¿Cuál es la actitud frente al Estado y los gobiernos que hacen los ejercicios de poder desde este aparato?

Los años cincuenta y sesenta del siglo pasado, fueron sin duda, años de transformación, de choques entre nuevos paradigmas que sirvieron de base para la crítica de las viejas ideas que sustentaban las formas de relación y organización social vigentes hasta  entonces, y por lo mismo constituyeron un período de grandes luchas sociales y en especial de revueltas estudiantiles que reclamaban la apertura a los nuevos campos del saber y de cambio de las viejas estructuras del conocimiento y su poder excluyente.

Observando las marchas y oyendo lo que dicen los jóvenes que lideran este proceso se puede colegir que hay un puritanismo, parecido al de las décadas del siglo pasado ya referidas, especialmente en Colombia. Pero hay una diferencia sustancial: En el pasado la guía de la rebeldía, en nuestro país, seguían siendo las corrientes de pensamiento derivadas del marxismo. 

Hoy, por el contrario, parece haber un rechazo a estas corrientes y un afán de originalidad y de absoluta diferenciación con todo lo que tenga la menor apariencia política y son, como las llama Foucault, luchas contra todas las formas de sujeción.

Vale, entonces, tener en cuenta cómo se llegó a esta idea de la política como un mal, como una especie de tumor maligno que debe ser extirpado radicalmente. Para comprender este fenómeno debemos remontarnos a la creación del mal llamado “Frente Nacional”, luego de la caída del dictador Gustavo Rojas Pinilla en 1958. Frente conformado por los partidos tradicionales (Liberal y Conservador), del cual se excluyó a los partidos o movimientos políticos de la izquierda colombiana. 

Desde entonces estos partidos perdieron su diferenciación ideológica, cogobernaron durante un período de 16 años alternándose en el manejo del Estado y han continuado haciéndolo hasta hoy, transformando sus diferencias en simples controversias electorales, entre fracciones de los mismos partidos con diferentes denominaciones, que hacen alianzas entre ellas para gobernar el país en función de intereses muy particulares. 

Tal situación -unida a la aparición del narcotráfico y las guerrillas-, llevó al desconocimiento de los problemas más sentidos e importantes del pueblo colombiano, tales como la salud, la vivienda -convertidas en negocio-, la educación, la recreación, la libertad y la superación para romper con la dependencia respecto de esa cadena que es la necesidad imperiosa de conseguir alimentación y techo para la familia, cada día más difícil de satisfacer. 

Esto, más la actitud promesera, populista, de los políticos de los mencionados partidos, y su incapacidad para cumplir con lo prometido, llevaron al desprestigio general de la política y los políticos. 

No obstante, lo que quiero destacar aquí es que tal desprestigio ha sido una circunstancia favorable para la casta dominante del país, por dos razones: la primera, porque ellos tienen el dinero suficiente para comprar los votos que necesitan para ganar las elecciones, aprovechándose de la apremiante necesidad de conseguir para la sobrevivencia de la mayoría del pueblo colombiano y de su ignorancia en estos temas de la política. 

La segunda, porque ese desprestigio de la política y los políticos -equivocadamente generalizado- ha llevado a que un porcentaje muy alto (40% aproximadamente) de colombianos se marginen, se nieguen a participar en la política. Circunstancia que favorece a quienes tienen electorados cautivos por distintos medios.

Bien, quería llegar aquí, para poder mostrar hasta qué punto resultan inconvenientes el abstencionismo, el rechazo a la política y a posibles alianzas.

Como se puede colegir la política es el campo donde se dirimen las grandes divergencias acerca de cuál ha de ser la orientación fundamental que debe seguir un país en su desarrollo y en relación a la cultura, la educación, el trabajo, la economía, la convivencia, la paz y la tranquilidad, la justicia y la satisfacción de las necesidades de todos sus connacionales. 

En consecuencia, la política está directamente relacionada con las relaciones de poder; es en sí misma una forma de esas relaciones. Y, como nadie puede sustraerse a esas relaciones, porque el poder circula entre toda relación humana, cada individuo termina siendo responsable de lo que suceda por omisión o por acción. 

Dado que la política no se refiere únicamente a la satisfacción de necesidades particulares, sino a la coordinación y el direccionamiento de la acción de las distintas fuerzas que contienden en el territorio de un país y en sus regiones y subregiones, es evidente que no se puede confundir con la acción de los gremios o grupos sociales que defienden y buscan la realización de intereses particulares.

En consecuencia, si no se está de acuerdo con la política vigente en un país, lo consecuente es participar democráticamente en la construcción de una fuerza política distinta que pueda orientar de manera diferente el desarrollo de ese país o apoyar a una de las fuerzas divergentes. 

Pero, puesto que se trata de la democracia y no de una nueva dictadura, es necesario buscar aliados, que no pueden ser otros que aquellos que tienen cercanías con el destino que perseguimos.

Hacer política es pues, aprender a ceder en algunas cosas, para formar la fuerza que nos permita realizar lo fundamental de nuestra apuesta; una apuesta que no puede ser particular sino colectiva, regional y nacional y dentro del marco de las relaciones y condiciones internacionales.

Este es el punto sobre el cual deberíamos reflexionar todos, si queremos encontrar un nuevo camino. ¿Cuál es esa nueva política? ¿Cuáles sus fundamentos?

*Foto de portada, Celag

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